Saber perder
Vivimos en tiempos en que la derrota es muy difícilmente asumible y cuando hay triunfo este se normaliza, se celebra poco y a por el siguiente
Siempre hay algún cajón en el mueble en el que va entrando de todo, sin orden ni concierto. A la espera del día de «ya lo organizaré». Todo lo que allí va cayendo tiene algún significado y por eso no acaba en lugares menos dignos. Pueden ser tarjetas postales, una bota de vino, recordatorios de alguna Comunión, un imán de nevera de algún país exótico pero que ha perdido el imán…
También acaban ahí algunas fotos que en un momento dado se retiran de paredes o repisas (por alguna razón) y allá van hasta con el marco.
Ni que decir tiene que el que escribe tiene uno de esos depósitos. Hace pocos días, buscando alguna otra cosa, me encontré las fotos. Por no deprimirme no intenté recordar en qué fecha se tomaron, ni las circunstancias, ni la compañía. Pero sí (me) recuerdo haciéndolas con cierta intención, tomándome mi tiempo, buscando el sitio y con la idea de revelarlas en blanco y negro (esto ya da pistas de que eran tiempos antiguos muy anteriores a la peste china). Tuvieron su tiempo colgadas, se cargaban de polvo y nostalgia y al final las retiré; afortunadamente no me deshice de ellas y me las encontré con ese cambio de color a sepia (que los expertos llaman virado) que solo el tiempo concede y que, de momento, ningún filtro digital es capaz de alcanzar, así de esa manera.
Me planteo si deben volver a sitio más visible. Al final seguirán guardadas y, desde luego, no las quiero perder. Son paisajes conocidos: algún árbol solitario, una nevada de aquellas, el río bruto del deshielo… He pasado por los lugares y espero volver a pasar pero esas fotos con el recuerdo tan adherido son como un reloj parado en ese instante. Más aún si se tocan o se pasa el dedo por encima del cristal.
Además, me dio por pensar que uno nunca piensa qué será de nosotros (como estaremos) cuando pasen los años y recuperemos esos trozos de vida. Con esa pérdida de tonos, en alguna esquina ya no queda nada y lo que queda va tomando ese color de whisky añejo. Es un buen paralelismo con la vida. Saber perder, idealmente poco a poco, es parte de la vida.
Tan de la vida es ganar como perder, sobre todo saber perder. La clave es entenderlo y mirar para atrás sin ira. Vivimos en tiempos en que la derrota es muy difícilmente asumible y cuando hay triunfo este se normaliza, se celebra poco y a por el siguiente. Con todo mi respeto hacia la familia Madridista me llama la atención cuando celebran la última «Champions» que han ganado y, todavía en el césped, ya están hablando de la siguiente.
Me viene a la mente, por lo contrario, como Japón pidió la rendición a Estados Unidos en la 2ª Guerra Mundial y envió a su ministro de Exteriores con frac y chistera. La viva imagen de la dignidad en el momento máximo de humillación. Enfrentaron la derrota con todas sus consecuencias, el orgullo de nación despedazado. Quizá por eso luego fueron capaces de recuperarse desde cero y hoy son lo que son.
Sin embargo en estos lugares y tiempos que vivimos los fracasos, dolores crueles, tragedias y derrotas se intentan tapar. Con otra cosa, con nuevos acontecimientos, a toda velocidad.
Dicen los que saben que todas estas desgracias hay que vivirlas, hay que situarlas, para de verdad poder pasar página.
Debe ser durísimo perder a un hijo. Sin duda la peor de las tragedias a las que nos podemos enfrentar los humanos, pero también dicen los que saben que en un momento dado hay dejar ir al que se ha marchado, dejarle descansar y seguir con la vida. Y no intentar que ocurra el milagro, lo imposible.
Ante tanta conversación sobre el tema, a favor y en contra y aún sintiendo la máxima compasión ¿alguien ha pensado en la cría? Es posible (es una posibilidad) que la que se presenta como abuela no llegue a estar cuando llegue a su mayoría de edad, por ejemplo. ¿Cuál será su punto de referencia, entonces? ¿Qué historia podrá contar a amigos/as sobre quién es su familia?
Creo que esa persona, hoy recién nacida, querrá construir sus propios recuerdos y no tener que recurrir a algunas fotos color sepia en el cajón para poder imaginarlos.
- Tino de la Torre es empresario y escritor