España se la juega
Si próximamente ganan los conservadores –y es urgente que lo consigan–, tendrán mucho trabajo por delante: derogación, recuperación, reconstrucción y adecuación a los parámetros constitucionales de 1978
Apenas introducida la última papeleta en la urna de los comicios del 28-M, Pedro Sánchez, tal como adoptó la decisión personal y unilateral sobre el Sáhara, ha decidido convocar elecciones generales para el 23-J, en plena canícula, y, tal vez, aprovechando esa circunstancia térmica.
Los resultados de la última convocatoria han testimoniado, sin ambages, una enmienda total al anómalo fenómeno político del 'sanchismo', magna aportación a la Historia de España. Una gran mayoría de españoles ha expresado democráticamente una clara repugnancia al mismo por su talante autoritario y soberbio, a sus políticas sectarias y perjudiciales, en un balance ganado a pulso por el pueblo español.
La convocatoria de elecciones generales se presenta así como una preciosa oportunidad para señalarle a Sánchez la puerta de salida, su expulsión del Gobierno de nuestros asuntos públicos. No es momento de exponer la amplia y deshonrosa lista de agravios, falacias y medidas contraproducentes y perniciosas que los Gobiernos de Sánchez han adoptado desde mediados de 2018. No es preciso. Bien presente la tienen los españoles juiciosos en su caletre. Por ello, la convocatoria del 23-J se presenta como una oportunidad de oro para esa gran mayoría de españoles, responsables y sensatos, que someten la agitada trayectoria de Sánchez a un adecuado examen y contraste.
En estos cinco años de desgobierno de Sánchez, al presidente se le ha de juzgar, indudable y principalmente, por su pecado de lesa democracia de desmantelar el Estado democrático de Derecho instaurado por la Constitución de 1978. A tal e inconcebible fin, la política de Sánchez ha consistido obsesivamente en apoderarse de los resortes del Estado como sucedió en la nada ejemplar época del socialcomunismo de la Segunda República y la Guerra Civil. Todo un plan soterrado del que nos hemos enterado cuando hemos presenciado su asalto y colonización de órganos de control tan importantes como la Fiscalía General, el Consejo de Estado, el del Poder Judicial o el Tribunal Constitucional, todo un escándalo.
Puede parecer exagerado o parcial, pero el sanchismo hoy imperante es un verdadero peligro para la existencia de la España constitucional y para los intereses –de todo tipo– de los españoles: políticos, económicos, culturales e, incluso, internacionales. Por lo que se refiere a estos últimos, el Estado atraviesa un preocupante momento de gran debilidad debido al relativismo con el que nuestros gobernantes enfocan la posición de España y su papel en el área geoestratégica que nos corresponde. En consecuencia, no puede sorprendernos la pérdida de peso político, económico y militar de España en la escena internacional. Basta un botón de muestra: las continuas humillaciones, de toda clase, que Marruecos infiere a España en asuntos de soberanía, sin que, hasta el momento, sepamos qué razón o razones han obligado a Sánchez a adoptar una postura genuflexa con respecto al autoritario rey alauita. Todos los compromisos a cumplir por el monarca marroquí han quedado en el olvido, sin que el desgobierno 'sanchista' haya mínimamente reaccionado en defensa de los legítimos e históricos derechos de España.
Poco puede salvarse de la gobernación de la infame coalición socialcomunista. El resultado es un Estado con los engranajes desarticulados, polarizado, inerme desde el punto de vista jurídico-penal, endeudado económicamente, con datos y cifras maquillados («fijos discontinuos»), con el timón del Estado en manos de sus enemigos, con una Jefatura del Estado injustamente acorralada, amenazada, con una gran insatisfacción de los funcionarios públicos, y con un serio deterioro y desorientación en la eficacia y respuesta de los servicios públicos: justicia, ferrocarriles, correos y telecomunicaciones, enseñanza, universidades, sanidad pública, seguridad ciudadana, etc.
Por eso, con estos antecedentes, no puede sorprendernos que el sanchismo haya sido castigado en las elecciones del 28 de mayo. Existe en amplias capas de la sociedad una gran desmoralización, un descrédito de la democracia como sistema político, y un notable hartazgo que se ha trasladado a las urnas.
Sin embargo, no hay enemigo pequeño. Y Sánchez se crece, como el resistente que es. La sorpresiva convocatoria, la vacacional fecha fijada (un auténtico disparate), la utilización del miedo como arma política, la soberbia, demagogia y verborrea de que hace gala nuestro insigne personaje, son otros tantos motivos de alarma para mantener alertados a nuestros conciudadanos.
Con la convocatoria de elecciones generales, una ventana de esperanza se abre. Son muchos y abultados los errores, despropósitos y escándalos cometidos por Sánchez y sus nauseabundos socios. A estas alturas, sorprende el escaso desgaste del sanchismo. No obstante, un paisaje de ruina y desmoronamiento se aprecia en el viejo PSOE, hoy convertido en mero juguete de Pedro Sánchez.
Si próximamente ganan los conservadores –y es urgente que lo consigan–, tendrán mucho trabajo por delante: derogación, recuperación, reconstrucción y adecuación a los parámetros constitucionales de 1978.
- José Torné-Dombidau y Jiménez es profesor titular de Derecho Administrativo y presidente del Foro para la Concordia Civil