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TribunaAntonio Bascones

Está muerto, pero quien se lo dice

Cuando el barco se hunde, todos se tiran al agua, mientras suena la música de Moncloa tratando de animar el baile, pero lo que está claro es que la fiesta ya acabó

El país está a punto de reventar. Nadie está con la cabeza en sus obligaciones y trabajos. Todos miran, con disimulo, al compañero de al lado, pensando que se puede escapar alguna estocada y no quiere que sea para él. El deseo es que pase cerca, pero sin hacer sangre, un pequeño rasguño, si cabe, como mucho. Los cuchillos vuelan, los navajazos hacen su papel. La guerra es soterrada, cuerpo a cuerpo.

Nadie quiere significarse en extremo, pero tampoco quedarse fuera del pastel por muy pequeño que sea, que lo será. El afán de cada día es aferrarse a la tabla de salvación que le signifique un puesto en una posición de salida aceptable y con posibilidades de perpetuarse cuatro años más. Los que están bien preparados, en el caso de que haya alguno, que imagino que lo habrá, buscan entre sus amistades del Ibex para ver diferentes opciones, aunque están tan agobiados que cualquier opción, fuera de esta trama tan convulsa, será siempre mejor. Cuando el barco se hunde, todos se tiran al agua, mientras suena la música de Moncloa tratando de animar el baile, pero lo que está claro es que la fiesta ya acabó. Ahora viene otra cosa.

Esta es la película que se proyecta estos días en sesión continua. Acudimos al cine desde por la mañana, nos rebujamos en el sillón y nos disponemos a ver cómo actúan los personajes, los mismos que hemos visto muchas veces subiendo y bajando del coche oficial, viajando en clases lujosas, aviones privados, paseos y tiendas por la quinta avenida, cambiando el color o la cocina de la casa oficial en la que viven. Todo esto crea un ambiente propicio para querer seguir en un puesto que le proporcione algo parecido y si, al mismo tiempo, hay dosis de poder y prepotencia añadidos, el guiso está preparado para su ingesta. Es la norma que ha funcionado estos años y la que quieren prorrogar todo lo que sea posible, aunque el cabecilla esté muerto, bien entendido que hablo en un lenguaje ficticio. Por ello nadie quiere decírselo no sea que se de cuenta, despierte y les degüelle. Los personajes principales de la película no han variado mucho. Son los mismos que empezaron. Han cambiado algunos de los secundarios, pero la trama es la misma. Me recuerda a aquel film del día de la marmota en que todo se repite una y otra vez. Aquí, en esta querida España, ocurre lo mismo. El quítate tú que me pongo yo, es algo que se está viendo por doquier.

Los desmanes con los que empezó la película son los mismos con los que está terminado. Ya nada nos extraña. Ya nada nos hace llevarnos las manos a la cabeza. El muerto está en el féretro; alrededor todos se mueven, cuchichean con disimulo, entran y salen de la habitación y desde el fondo se oye una música para que el baile no decaiga. La tenue luz no deja ver las caras de los que se mueven en la trastienda. La vida sigue; algunos se salvarán de la quema y otros caerán devorados por el ciclón que se acerca. Volvemos a la casilla de salida, mientras ha habido muchos años y dinero perdido en el camino y, lo que es peor, muchos valores y principios destruidos, muchas ilusiones malogradas. Necesitamos un Gobierno sensato y que, sin estridencias, cambie todo esto que no ha sido un mal sueño sino una triste realidad. Ocho años serán pocos para reconducir un partido político destruido por la autocracia.

Y mientras tanto, las orquestas de Moncloa y de Ferraz siguen con sus arpegios musicales.

  • Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de Doctores de España