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TribunaGonzalo Ortiz

Irlanda, cabeza de puente

Irlanda, con Chipre, son los únicos países divididos de Europa. Seis condados del Norte decidieron seguir con el Reino Unido. En los 60 surgen «the Troubles» entre católicos y protestantes con una secuela de atentados y muertes que cesan tras el famoso «Acuerdo del Viernes Santo» de 1998

Mi primera intención al viajar a Irlanda el pasado mes de junio era visitar el lugar donde naufragaron 3 navíos de la Invencible en la costa oeste de Irlanda, y todos los años, un barco de la Armada, rinde homenaje a los náufragos. La mayor parte se ahogaron o fueron pasados por las armas, pero otros como Francisco de Cuéllar (tan bien descrito en el libro del embajador Julio Albi «Vidas Intrépidas») lograron sobrevivir. Irlandeses y españoles compartían en aquel momento un total antagonismo contra la Monarquía británica de Isabel I. Y allí estuve con mi familia en Stredagh, junto al castillo Classiebawn de la familia Ashley, donde pasó sus últimos días lord Mountbatten, último Virrey de la India, asesinado por el IRA en 1979. Se trata de un paisaje bellísimo con acantilados poderosos y montes verdes, no lejos de un sencillo monumento en forma de barco donde se recogen en una placa los lugares de otros naufragios de la Gran Armada de Felipe II. Y este extraño hermanamiento de sangre ha sido el hilo conductor que con la religión católica ha aproximado nuestras dos naciones.

Pero no se queda en eso, el héroe de la sublevación contra los ingleses (1595-1603) Hugh O'Donnell, cuya estatua contemplamos en Donegal, acabó huyendo a España y muriendo en Simancas en 1602, posiblemente envenenado.

El líder histórico de la independencia, Eamon de Valera, descendiente de españoles, es otro puente muy importante de las relaciones de España con Irlanda, puentes que reencontramos en el «Spanish Arch» de Galway, los murales de Grange (Sligo) o más recientemente en la formidable estatua de Casto Solano, inaugurada en Antrim en 2022.

Irlanda es un país que consiguió su independencia en una época relativamente reciente. Colonizada por Enrique VIII, de la dinastía Tudor, lucha contra el ocupante inglés de forma intermitente a lo largo de los siglos. La revuelta anti-inglesa de 1595-1603 es protagonizada por Hugh O´Donnell y Hugh O´Neil, sin éxito. En 1690 tiene lugar la batalla de Boine, en Drogheda, 50 kms al norte de Dublín, en la que el protestante Guillermo III triunfa sobre su suegro católico, Jacobo II. En 1800 se produce la anexión con la llamada «Act of the Union», y ya en el siglo XX estalla la revuelta de 1916 que conduce a la autonomía en 1920 y la independencia total en 1949.

Irlanda, con Chipre, son los únicos países divididos de Europa. Seis condados del Norte decidieron seguir con el Reino Unido. En los 60 surgen «the Troubles» entre católicos y protestantes con una secuela de atentados y muertes que cesan tras el famoso «Acuerdo del Viernes Santo» de 1998. Los menos jóvenes tenemos en nuestras retinas imágenes de las calles nordirlandesas con soldados patrullando y bombas en las esquinas. Según estimaciones fiables el conflicto produjo más de 3.000 muertos y 40.000 heridos. Quien quiera conocer los detalles del mismo debería leer el libro de periodista Patrick Radden Keefe «No digas nada», testigo fiel de un conflicto que también ensangrentó las calles inglesas.

Pero visitando hoy ciudades como Belfast o Derry todo esto parece superado y se las ve pacíficas, comerciales, engalanadas para el verano. Sólo algunos murales recuerdan las época de las metralletas y de los pasamontañas. Los obstáculos que han supuesto el Brexit parecen también superados tras unas largas negociaciones que se recogen bien en el libro de Michel Barnier «La gran Ilusión». Los condados del Norte en el «Acuerdo del Viernes Santo» consiguieron tres logros que se mantienen: poder compaginar la nacionalidad británica y la irlandesa, poder participar en el programa Erasmus y permanecer Irlanda del Norte en el mercado único de bienes. Sólo están sujetas a control exterior las mercancías que llegan por barco o avión de fuera del mercado único. He pasado varias veces en coche los límites de la República a Irlanda del Norte y no hay barreras que hagan la frontera identificable, acaso el cambio de banderas, los precios en libras o en euros, o las señales de carretera, que en Irlanda tienen la versión en gaélico. Con todo, sigue habiendo tiras y aflojas en la implementación efectiva del protocolo irlandés.

En Irlanda acabo descubriendo la profundidad de su literatura, que en principio se atribuye a autores británicos. Escritores como William Butler Yeats, Oscar Wilde, George Bernard Shaw, James Joyce o Samuel Becket son profundamente irlandeses, muchos de ellos educados a la sombra del Trinity College, verdadera «alma mater» de este país.

La Gran Hambruna, junto a la rebelión latente de tantos años, hicieron emigrar a muchos irlandeses al exterior, y existen potentes comunidades de este país en lugares tan apartados como Estados Unidos, Canadá o Australia. Como el pueblo judío, el pueblo irlandés, ha mantenido sus señas de identidad, por esta resistencia y por su catolicidad, (y si se quiere por la ubiquidad de los «Irish Pubs»).

Hoy en día Irlanda/Eire es un país con elevada renta per cápita, que ha superado la crisis de 2008. Y que ha sido un potente imán para la inversión extranjera, especialmente para multinacionales norteamericanas y chinas: Google, Facebook, Amazon, Tiktok, Microsoft, Twitter, Paypal y otras han hecho fuertes inversiones en este país para utilizarlo como cabeza de puente hacia la Unión Europea. Hay tres razones para ello: las grandes ventajas fiscales, el inglés como primera lengua y el euro como moneda. Los precios de hoteles y alquileres se han disparado, pero ello no debería desanimar al viajero que encontrará la acogida y el calor de las buenas gentes de Irlanda.

  • Gonzalo Ortiz es embajador de España