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TribunaMarc Luque

En tanto que socialistas, antinacionalistas

Cuando el lector escuche «Diálogo», entienda por ello «Concesión». Y es que esta guerra de posiciones dejaría estupefacto al propio Gramsci: sin hegemonía pero con impunidad intelectual, política y moral

Horas después de conocerse los resultados, empezaba la batalla por el relato. «No podemos darle a la derecha una segunda oportunidad» incidía en televisión Jéssica Albiach, líder de los comunes.«[Por eso] Jaume Asens ha tomado las riendas de la negociación». «Diálogo», insistía. «Junts es un partido de pragmáticos», concluyó. En plató, los entrevistadores, con una actitud pueril, asentían. Sus correligionarios, contertulios allí presentes, directamente aplaudían. «Algunos no entienden la pluralidad democrática», espetaban. Ahora bien, dónde quedan los límites.

A mí, aquel mantra de reclamar tolerancia para los intolerantes nunca me ha convencido. Coincidirán conmigo que la pluralidad no puede ser condición de posibilidad para romper la caja única de la Seguridad Social. Tampoco para emplear deshonestamente expolio fiscal en lugar de redistribución. Ni mucho menos para reclamar mejores derechos en función de la arbitrariedad del origen. Amedrentarse ante retóricas de este calibre conlleva inequívocamente romper cualquier compromiso con la verdad.

No se es menos plural por secundar que la identidad que debe guiar a la izquierda es la de clase. No se es menos plural por combatir la disonancia cognitiva que señala a los más humildes como colonos. No se es menos plural por apuntar que un modelo confederal legitimaría las desigualdades existentes entre regiones.

Hablando claro: aceptar el mandamiento de Rufián: «Tengo derecho a redistribuir con quien yo quiera», significa enrolarse en el fundamentalismo de mercado de Juan Ramón Rallo: «Cualquier persona debería disponer de la opción de secesionarse del Estado español y coaligarse voluntariamente con otros individuos para conformar su propia comunidad política independiente». Vamos, socialismo fetén.

Es la vieja trampa nacionalista: subvertir el significado del significante. Cuando el lector escuche «Diálogo», entienda por ello «Concesión». Y es que esta guerra de posiciones dejaría estupefacto al propio Gramsci: sin hegemonía pero con impunidad intelectual, política y moral. Ya saben, la ley d'Hont ampara y la camarilla reaccionaria decide.

En Cataluña si cabe el caso es más irritante. La gobernabilidad de España recae sobre el cuarto y el quinto clasificado en la región, ERC y Junts. Éstos, en lugar de reflexionar sobre su gatillazo (más de 500.000 votos menos entre ambos), se autoproclaman victoriosos, el último bastión antifascista. Además, con el beneplácito de los partidos más votados, se erigen como únicos representantes legítimos de Cataluña.

No se me escapa, hablando de fascismo y salvapatrias, que pocos «antifascistas» hicieron más por aclimatar a los franquistas durante la transición. CiU los integró en sus listas. ERC dejó el timón del barco en manos de Heribert Barrera. Ya saben, atado y bien atado. Carthago delenda est. Aunque el drama más abismal proviene de nuestra línea de flotación. Su oposición puede ilustrarse con Woody Allen, cigarrillo en mano, cuidando sus pulmones en Manhattan: «Ya sé que no fumo. No me trago el humo porque produce cáncer». Pues Jaume Asens viene a ser algo así, un nutricionista que para combatir la obesidad infantil receta tocinillos de cielo.

La izquierda no solo cede, sino suscribe el marco mental en el que nos ha instalado el nacionalismo. El sentir construye la realidad. Ergo, si xenófobos con alma de corderos se sienten progresistas, nuestra izquierda dicta sentencia favorable.

El paradigma al que estamos sometidos pasa por ofrecer: indultos, reforma del código penal, nuevo sistema de financiación, amnistía, reconocimiento nacional, etc. Y recibir: «Referéndum de autodeterminación» y «lo volveremos a hacer». Lo de siempre, je t’aime moi non plus. Bien harían los peronistas en enterarse de una vez que no se puede contentar a quien no quiere (ni puede) ser contentado. Ni siquiera, y suplico tomen nota en Sumar, sonriendo hieráticamente cuando proponen la extranjerización de conciudadanos.

Cuanto más frustra sus planes la ciudadanía, más se esfuerzan en la izquierda por brindar cuidados paliativos al racismo identitario. El problema: que muchos en el PSOE y su muñeca rusa magenta, primero son nacionalistas, y luego, por comodidad, de izquierdas. Cómo podemos asumir desde coordenadas socialistas esta ignominia. Cómo podemos estar perdiendo tanto tiempo. Cómo no desandamos lo andado. Restituir la cordura en España inevitablemente pasa por reconstruir una izquierda que hoy rehúye de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. Para ello, recordemos pertinentemente que los conceptos que encauzan la tradición socialista no son de carácter abstracto. Libertad no es negarse a redistribuir la riqueza; Igualdad tampoco tiene que ver con impedir educarse en la lengua común (la de la clase obrera); y Fraternidad, lejos está de homogeneizar y perseguir la diversidad.

Dadas las circunstancias, sí; un humilde servidor concuerda con Albiach. «Ni una oportunidad más a la derecha». Cuando Junts, PNV, ERC, Bildu y compañía enarbolen sus banderas, llamémoslo por su nombre: xenofobia y racismo. Cuando rebuznen «Estado plurinacional», exijamos conocer los fundamentos de su afirmación. Cuando los nuestros aplaudan con las orejas impulsar privilegios fiscales, en mesas ajenas a las instituciones democráticas, señalémoslos como cómplices de la reacción.

En definitiva, cuando nos sometan a la tiranía de los sentimientos, en tanto que socialistas, arremetamos sin piedad. No esperemos que el binomio conservador, ahora abierto a conversar con torraplanistas «dentro del marco constitucional», solucione nada. A desalambrar, que cantaría Viglietti, el líquido amniótico que nos ha mantenido inmóviles ante la regresión tribalista-identitaria.

  • Marc Luque es del colectivo El Jacobino