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TribunaJosé Torné-Dombidau y Jiménez

Responsabilidad de un partido y de un pueblo

Al PSOE le corresponderá recibir el severo juicio de la Historia (la misma que manipula a través de la inicua Ley de Memoria Democrática) por no oponerse a la destrucción de la concordia política proveniente de la Transición

Las inesperadas elecciones generales del 23-J han arrojado un resultado desconcertante y creo que insatisfactorio para gran parte del cuerpo electoral español.

Una de las primeras y amargas enseñanzas que han proporcionado las urnas –a cuarenta grados a la sombra– ha sido que eso que se ha dado en llamar políticamente el sanchismo no ha sido censurado ni castigado por el pueblo español. No ha recibido apenas correctivo alguno. Recordemos someramente: polarización, memorialismo antidemocrático, populismo, comunismo, ataque y desprecio al Estado de derecho y a la separación de poderes, baja calidad legislativa, ocupación gubernamental de órganos de control, apoderamiento del Poder Judicial y del TC, intrusismo legislativo a través del Decreto-Ley, falta de respeto a los ciudadanos, a la ética y a la moral («busco votos debajo de las piedras»), burla a la Historia, desprecio y ridiculización de personas por su ideología (sectarismo), ideología y no Administración (caudillismo), pésimas políticas y alianzas con la anti-España, cercenamiento de libertades (‘Procedimiento de actuación contra la desinformación’, Orden 1030/2020), y un largo etcétera.

Todo ello, todo este negro balance de gobierno de la XIVª Legislatura, ha sido asumido con aplausos y acríticamente por un PSOE liderado por un paquidérmico Pedro Sánchez, más en la línea de un Largo Caballero que en la de un fino y culto Julián Besteiro. Un Sánchez que el pasado 23-J, ha recibido la sorprendente e irresponsable bendición de un dócil e impreparado pueblo español que se ha tragado todos esos platos indigeribles de la cocina sanchista, regalándole, además, dos diputados. Sin desgaste.

En esta importante hora de la democracia española, debemos poner el foco de la responsabilidad histórica en el PSOE, cuya pasividad, laxitud y seguidismo del actual secretario general lo hace corresponsable de la actual línea extremista y radical emprendida por Sánchez desde mayo de 2017. Sin reparo ni freno. La responsabilidad del PSOE radica en que ninguna voz de la militancia activa actual ha hablado en público, ha censurado o criticado la deriva extremista y radical del dirigente socialista madrileño, dejándole hacer sin ninguna oposición. Un partido que se dice constitucionalista, democrático, de gobierno e histórico, debería haber trazado a su secretario general líneas y terrenos infranqueables a fin de procurar el más cuidadoso respeto al marco constitucional, pactado en 1978 con el voto muy mayoritario de la sociedad española.

Por tanto, al PSOE le corresponderá recibir el severo juicio de la Historia (la misma que manipula a través de la inicua Ley de Memoria Democrática) por no oponerse a la destrucción de la concordia política proveniente de la Transición, ni impedir con su necesaria crítica que Sánchez concierte pactos con las amistades peligrosas de la anti-España, que le arrastran a conductas heterodoxas para un Estado democrático de derecho cuando no contrarias. Es responsabilidad de un partido democrático no haber alzado su voz reprobatoria ante las escandalosas decisiones de su conductor, como tampoco se le ha oído palabra alguna censurando un proyecto de Gobierno alumbrado con la ayuda, activa o pasiva, de prófugos de la Justicia española. Se necesita tener una piel muy gruesa para no sentir la ignominia e indignidad que supone tal proyectada operación política que elimina, tras inconfesables compromisos, la candidatura del partido más votado, el Partido Popular. Sí. Existe una clara e histórica responsabilidad del partido fundado por Iglesias Posse en 1879.

Asimismo cabe otra insoslayable responsabilidad exigible esta vez al pueblo español respecto de los polémicos resultados de las elecciones del 23-J. Si partimos, como es correcto, de que el origen o la fuente del poder público en un sistema democrático es el 'demos', el pueblo, no cabe duda de que hay que hacer también responsables a los ciudadanos españoles de lo acontecido en la jornada electoral del pasado domingo 23 de Julio. Son los votos del pueblo español quienes han dibujado un escenario político sorprendente, disparatado, anormal. Han proclamado que les asusta más el partido Vox y su programa que el fenómeno ‘Frankenstein’ y sus socios comunistas, separatistas y sucesores del terrorismo vasco. Búsquese en el mundo algo parecido, porque igual no se va a encontrar.

En efecto, los españoles, según el balance político-electoral de los últimos comicios, perdonan a Sánchez sus amaños y apaños. Su autoritarismo, su caudillaje hipotecado por increíbles aliados, su corrosivo desparpajo que diluye el Estado de derecho y convierte la democracia en pura farsa formalista. El voto de los españoles, quiérase o no, ha consagrado una manera de gobernar absolutista, «legibus solutus», como decían los doctrinarios clásicos de la ciencia política predemocrática.

A veces, la democracia conduce a este cuadro. En descargo se dice que la democracia es así. Pero creo, sinceramente, que el pueblo lo puede todo, menos suicidarse.

  • José Torné-Dombidau y Jiménez es profesor titular de Universidad y presidente del Foro para la Concordia Civil