Plaza partida
La papeleta del Rey en este momento es delicada. Pero ello va unido a la Institución que encarna. Su defensa de la Constitución va desde el Artículo 1 a la Disposición Final
El título es una obra de Goya, lápiz litográfico y rascador, en la que forman la arena dos semicírculos separados por una barrera y en ambos ruedos se lidian toros al tiempo. Fue costumbre iniciada a finales del XVIII que llegó al final del XIX. Luis López Anglada, poeta mayor al que admiré durante años cada tarde en la tertulia del Gijón, presidida desde un magisterio casi silente por Gerardo Diego, publicó en 1965 un libro lleno de claves inteligentes: Plaza Partida (Poemas de la piel de toro española). El concepto de «las dos Españas» comenzó a barajarse a mediados del XIX. Eran dos Españas enfrentadas que fueron reconciliándose con el tiempo dejadas atrás guerras civiles, sellaron en la Transición su compromiso de superar agravios, recuperaron un agrio clima de confrontación con Zapatero, y desembocar en las dos Españas desde que llegó Sánchez a Moncloa.
Cuando este artículo llegue al lector Felipe VI protagonizará la segunda jornada de sus consultas tras no conseguir Feijóo su investidura; el momento en que escuchará las opiniones de Sánchez y del presidente del PP, últimos en acudir a Zarzuela. Los partidos independentistas volvieron a desairar al Rey no acudiendo a las consultas sencillamente porque «Felipe VI no es nuestro Rey», porque «queremos la República Catalana», porque «somos una nación acogotada por España» y otras monsergas que serían infantiles si no nos jugásemos tanto. Sánchez no puede asegurar al Rey apoyos suficientes porque sus chantajistas proclaman que no tienen nada cerrado y exigen que el presidente en funciones cumpla previamente la subasta a la que se ha sometido. Tampoco los tenía Feijóo pero era el ganador de las elecciones y sus posibles apoyos no entrañaban la ruptura de España. Sánchez lo niega pero todos sabemos, y seguro que Felipe VI también, lo que vale su palabra.
En las vísperas de esta nueva ronda de consultas quienes asegurarían la investidura de Sánchez quemaron en Barcelona banderas españolas, cercaron instalaciones de la Guardia Civil, rodearon el edificio de la Policía Nacional, en Vitoria ocuparon la Delegación de Defensa, bramaron «¡Independencia!» en manifestaciones, y en boca del presidente de la Generalidad, que representa al Estado en su comunidad, aseguraron que no habría apoyos a Sánchez sin amnistía y referéndum de autodeterminación. ¿A quién creemos? Al menos los independentistas son consecuentes. Sánchez, no.
La propuesta de Gobierno «progresista» del actual inquilino de Moncloa, con partidos tan «progresistas» como PNV y Junts, es un traje a la medida de los deseos de quienes quieren acabar con la Constitución, incluidas la Monarquía, la unidad de España y la igualdad entre los españoles. Esos 450.000 millones de euros que según los independentistas les debemos, con un pago inmediato de más de 70.000 ¿de dónde saldrían? De los bolsillos de la España que sufre, modera sus gastos, cuida sus inversiones y no despilfarra en falsas «embajadas» para colocar a parientes y amiguetes con la única misión de desprestigiar a España por el mundo, aunque en esto último no le anda a la zaga el Gobierno con el sonriente Albares como ariete.
La papeleta del Rey en este momento es delicada. Pero ello va unido a la Institución que encarna. Su defensa de la Constitución va desde el Artículo 1 a la Disposición Final. El Artículo 56, Título II: «De la Corona» señala: «El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia…». Sánchez, allá él, puede no ser consecuente con su juramento, incluso incumplirlo. Pero el Rey está por encima de las contingencias, de las situaciones más o menos difíciles, de los deseos personales de los políticos de unos y otros partidos. El Rey «arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones». Hoy se cumplen seis años del mensaje de Felipe VI a los españoles tras el golpe independentista del 1 de octubre contra la Constitución que en su día Sánchez consideró rebelión.
Creo capaz a Sánchez de presionar al Rey, más o menos sutilmente, si no coincide con sus deseos. Vuelvo al primer párrafo de este artículo. España es hoy una plaza partida. Las elecciones del pasado 23 de julio fueron determinantes para demostrar, tras tantas trampas, desde su propia fecha de celebración al extraño error continuado de todas las encuestas, o las dudas de muchos sobre la custodia del voto por correo, que más de once millones de ciudadanos votaron contra Sánchez y sus usos políticos. Y su partido acudió a las elecciones ocultando que se asiría al salvavidas de un voto muy minoritario emperrado en acabar con la unidad de España y la igualdad de los españoles. Sería lógico que los ciudadanos manifestaran de nuevo sus preferencias en unas elecciones, esta vez sin ocultamientos ni engaños.
La inmensa mayoría de españoles, entre ellos la mayoría de catalanes, quieren la unidad nacional y estar libres del chantaje independentista. En nuestra plaza partida debe tomar la palabra el pueblo al que se ocultó la verdad. Ya tuvimos una investidura que no prosperó. Ya asistimos al ofensivo silencio de Sánchez en la sede de la soberanía nacional. Ya vivimos el impresentable bautismo parlamentario de Puente, con su traje, su corbata y sus zapatillas deportivas, un tipo que parecía a la espera de ganar unas oposiciones a portero de discoteca. Apostemos por el rigor. La plaza no desea estar partida. Medio ruedo, que lo es por el enfrentamiento creado por Sánchez, está lejos de las trampas. Cree en la unidad de España, en la Constitución y confía en su Rey.
- Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando