Ejercer el patriotismo de la fragilidad
Ante cualquier forma de desgracia surge según Weil el amor a la patria como una obligación contra nuestra natural repulsión ante el aspecto del desdichado
Celebramos este año el 80 aniversario de la muerte en Inglaterra, exhausta a sus 33 años, de ese gigante del espíritu y pensamiento que es Simone Weil. En una carta escrita pocos días antes de morir, al dudar de que pudiera transmitir el oro puro depositado en ella, añade: «Esto no me produce dolor alguno. La mina de oro es inagotable».
De ese yacimiento sin fondo podemos extraer para nuestro grave ahora nacional, un concepto bien lúcido que la pensadora francesa desarrolla pocos meses antes de su muerte ante la vista de aquella Francia en horas agónicas, claudicada, avergonzada de sí misma entre Hitler y Vichy. Al contemplarla, alumbra su idea del «patriotismo de la fragilidad» como esfuerzo de pensar la noción de patria desde otra perspectiva distinta a la habitual. O, como ella dice, «pensarla por primera vez»; esto es un patriotismo ya no basado en el prestigio de la fuerza y en la adoración sacralizada del Estado como absoluto ni en la supremacía (otra expresión de fuerza) de unos miembros sobre otros. Justo lo que pretende todo nacionalismo –idolátrico de suyo– como vemos y padecemos en Cataluña y el País Vasco en estas horas inciertas.
La alternativa de Simone Weil a tal tesitura es ofrecer, precisamente a esa Francia desgraciada –y ahora a nosotros–, un patriotismo nuevo: el de la fragilidad que surge precisamente del infortunio –y no de la bienandanza– de un país. No de su fortaleza sino de su debilidad. Y que supone una comprensión de la patria ya no como absoluto, sino como nuestra circunstancia y medio terreno que, sin ser el mejor posible, existe con sus imperfecciones y debe ser preservado «como un tesoro por el bien que contiene» y nos da raíces.
Un patriotismo, pues, cuyo móvil no es ya el prestigio de la fuerza, sino la compasión por la patria, la débil frente a la patria fuerte, ante la que cabe un acto de amor especial. Patria, pues, en un momento de desdicha, que es siempre de suyo de apariencia y atractivo poco amable, en nuestro caso como resultado de los sucesos y políticas de los últimos años. Por eso, ante cualquier forma de desgracia surge según Weil el amor a ella como una obligación contra nuestra natural repulsión ante el aspecto del desdichado. Tal que, ante nuestro país, en su infortunada situación actual de tempestad y ruido, de desfiguración del hogar nacional.
Si ejercemos aquí y ahora un patriotismo desde esta perspectiva, reconoceremos de inmediato en los demás conciudadanos a los que les importa su patria en su aflicción, una comunidad que resulta menesterosa en su zozobra, y por tanto necesitada de acompañamiento, comprensión espiritual y alivio, inencontrable en la política dominante, y que nos tiene que llevar en nuestra vida cotidiana a redoblar los vínculos de la caridad con ellos. Y alumbrar imaginativamente formas de acompañamiento político consolador tan necesario para esta generación del infortunio. Como, por ejemplo, nos ha insinuado en estos días la imagen de la joven y frágil figura de una princesa jurando el bien común en un parlamento alejado en su mayoría de la compasión, más bien lo contrario, por el país.
Este original acto de amor y de justicia que nos propone «con un pie ya en el estribo» aquella Simone Weil postrera con su compasión por la fragilidad, se anuda muy bien con la mirada cordial, benevolente, con gotas de dolorido sentir, de Cervantes sobre la realidad española (también con sus desgracias) y que heredan sutilmente nuestros mejores, tal que Jovellanos, Costa, Galdós, Unamuno, Azorín. Ortega, Machado, Marías… Patriotismo de lo frágil por un lado con plena conciencia de los tesoros heredados de nuestros pasados. Y que contrasta con la grave frialdad de la pura fuerza y ausencia de compasión de todos aquellos que, hoy retomando las palabras de Weil sobre aquella Francia de Vichy, «han dejado caer la patria al suelo».
Todo esto tan necesario ahora y muchas cosas cosa más, podemos extraer de la mina de oro a nuestra disposición de nuestra pensadora francesa de ojos luminosos que escribió sobre la compasión que solo ella «tiene los ojos abiertos al bien y al mal y encuentra, tanto en uno como en otro, razones de amar. Es el único amor aquí abajo que sea verdadero y justo». Precisamente lo que nuestra patria menesterosa, caída en el suelo, en su fragilidad doliente necesita de nosotros.
- Ignacio García de Leániz Caprile es profesor de Recursos Humanos de la Universidad de Alcalá de Henares.