Los vínculos no roban libertad, la protegen
No podemos vivir llenos de temores y suspicacias ante ellos. Estamos hechos para vincularnos a los demás y comprometernos con ellos estableciendo vínculos de confianza y amor
Está muy extendida hoy la creencia de que para ser libre no hay que estar vinculado a nada, no hay que depender de nadie. Pero la desconfianza hacia cualquier dependencia engendra muchos males. El hombre radicalmente autónomo e independiente es un hombre encerrado en sí mismo, solitario y aburrido.
El profundo cambio social que vivimos genera una sociedad desvinculada en la que crece la desconfianza y el enfrentamiento de unos para con otros. Las nuevas tecnologías y los cambios económicos y culturales pretenden la transformación de las personas que encaje con el sistema económico dominante. Se propone para ello un estilo de vida y de convivencia que hagan posible esa transformación. La cultura relativista dominante impone valores y estilos de vida. Disuelve los valores absolutos y promueve que todo esté en función de la percepción subjetiva y de los intereses de los grupos de poder. En este contexto, los compromisos estables y la vivencia de la fe se hacen difíciles. La vida queda desarraigada de la verdad objetiva y pasa a depender del consenso social y, en última instancia, de quienes pueden imponer su voluntad. Los más débiles y los pobres quedan excluidos.
Estamos jugando con una falsa idea de libertad. Somos libres de verdad cuando aceptamos depender de otros, pero por amor. Para construir una vida sólida tenemos que relacionarnos con los demás. No podemos vivir llenos de temores y suspicacias ante ellos. Estamos hechos para vincularnos a los demás y comprometernos con ellos estableciendo vínculos de confianza y amor. En el matrimonio, un hombre y una mujer, conscientes de que se necesitan el uno al otro, deciden entregarse mutuamente para siempre. ¿Por qué el hombre de hoy se ha vuelto casi incapaz de un compromiso total y para siempre? El miedo al fracaso le paraliza y le hace perder confianza en sí mismo y en el otro. Algunos llegan a considerar el compromiso por amor una locura peligrosa.
Sin embargo, «no hay libertad contra el otro –afirmaba el papa Benedicto–. Si yo me absolutizo, me convierto en enemigo del otro; ya no podemos convivir y toda la vida se transforma en crueldad, en fracaso. Sólo una libertad compartida es una libertad humana; solo estando juntos podemos entrar en la sinfonía de la libertad. Así pues, este es otro punto de gran importancia: solo aceptando al otro, solo aceptando la aparente limitación que supone para mi libertad respetar la libertad del otro, solo insertándome en la red de dependencias que nos convierte, en definitiva, en una sola familia humana, estoy en camino hacia la liberación común» (Benedicto XVI, 20 de febrero de 2009)
Dos lugares donde el empobrecimiento espiritual se torna más visible son la familia y la sociedad. La secularización ha deteriorado grandemente la familia llamada tradicional, y este deterioro ha impulsado el declive religioso. No en vano la familia es una institución básica en la transmisión de la fe y en la configuración de la persona. Sí, en la familia se recibe la vida y se inician las experiencias elementales de la vida humana (amar y ser amado, hacer y colaborar, el descanso, la fiesta y el duelo). Con el debilitamiento del vínculo familiar se provoca la pérdida de vínculos sociales: el elogio de la autonomía individual y la permanente reclamación del derecho a tener derechos entroniza al individuo y hace sospechoso cualquier vínculo.
«El hombre no es un absoluto, como si el yo pudiera aislarse y comportarse solo según su propia voluntad. Esto va contra la verdad de nuestro ser. Nuestra verdad es que, ante todo, somos criaturas, criaturas de Dios y vivimos en relación con el Creador. Somos seres relacionales y sólo entramos en la verdad aceptando nuestra relacionalidad; de lo contrario, caemos en la mentira y en ella, al final nos destruimos (…) Si este Creador nos ama y nuestra dependencia es estar en el espacio de su amor, en este caso la dependencia es precisamente libertad» (Benedicto XVI el 20 de febrero de 2009). Dios y el hombre no están confrontados en un duelo.
- Manuel Sánchez Monge es obispo Administrador Apostólico de Santander