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TribunaAlfredo Liñán

Badajoz en la niebla

Alguien, algún soplagaitas de los muchos que opinan se inventó la simpleza aquella de «la España vaciada». ¡Vaciada! Cuando debiera decir despreciada, abandonada, humillada, achatarrada en señuelos de heroicas hazañas

Las almenas de la alcazaba –la mayor de Europa– juegan al escondite entre las nubes. Badajoz en la niebla. «Recuerdo en mi recuerdo tus cabellos de niebla, tus muslos transparentes, tus pechos de agua fresca…Hoy he vuelto a tu lado y tu cuerpo de agua tiene la piel reseca» escribió Manuel Pacheco, poeta que, como tantos, dormita en las telarañas del olvido. Y yo, como el poeta, hoy he vuelto a recorrer la madrugada de sus calles asoladas. Badajoz tirita en la niebla cuando se acerca la navidad y la ausencia desgarra la garganta. Hoy he sentido de nuevo el sosiego del que vuelve a casa. La felicidad de saludar, incluso a quien apenas se conoce. La alegría de recuperar el nombre y sentirse algo más que un guarismo estadístico. Badajoz en la niebla, recostada en el río, mágica y desairada en un sueño de siglos, que se encoge de hombros como si ya nada tuviera importancia.

Alguien, algún soplagaitas de los muchos que opinan se inventó la simpleza aquella de «la España vaciada». ¡Vaciada! Cuando debiera decir despreciada, abandonada, humillada, achatarrada en señuelos de heroicas hazañas. La España que no tiene votos que vender al poder para ser tenida en cuenta. La España que sigue trabajando la tierra para que los señoritos de Waterloo y Neguri puedan sentarse tranquilos a repartirse el manto con el gran caimán de la traición hecha arte. La España desgarrada, siempre engolosinada en el espejismo de que un día todo mejorará. Anestesiada en promesas de políticos que huyen camino de Madrid sacudiéndose el polvo de las sandalias.

Dice la tan traída, llevada, malinterpretada y mancillada Constitución Española de 1978 en su artículo 67 que «los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo». Y, sin embargo, la desvergonzada actuación de los partidos políticos ha convertido a diputados y senadores en culi votantes sin más tarea plenaria que apretar el botón que les indique, con pintoresca mímica, el manijero del grupo. Francisco-Franco-Caudillo-de-España-por-la-gracia-de-Dios, se inventó aquello de la «democracia orgánica», o sea que mandaban sus mismísimos y reconocidos órganos. Pero al menos sabíamos a qué atenernos. Ahora nuestros conspicuos representantes hacen lo mismo, aunque sin uniforme. Extremadura puede hundirse en la niebla, como tantas otras regiones, pero sus diputados jamás osarán hacer valer sus votos ante el gobierno. Eso es cosa de catalanes prófugos de la justicia y vascos «aprovechateguis». Los demás a votar lo que se les mande, so pena de ser apeados de las próximas listas e ¡incluso! multados, en el colmo del desahogo interpretativo. Los nueve diputados extremeños, y los tantos otros de tantas otras regiones, podrían quedarse tranquilamente en casa, tele tocándose los mismísimos y al menos nos ahorraríamos dietas, viajes y otras gabelas. Y sí, sin duda hay sesudas teorías políticas que justifican el sistema. Pero la realidad es tozuda y mientras nuestros conspicuos diputados y senadores dormitan en sus escaños, por siete votos siete, nuestro cacareado sistema de libertades está siendo apuñalado en la misma escalinata del Congreso. ¿Tu quoque fili mei?

«Tu cuerpo de aire azul, viste de arenas negras…y las algas se pudren cubriendo tu cabeza. Hoy he vuelto a tu lado a besar tu tristeza» España entre la niebla. Feliz Navidad.

  • Alfredo Liñán Corrochano es licenciado en Derecho