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TribunaJosé Torné-Dombidau y Jiménez

Roja, republicana y confederal

Hoy caminamos hacia una España roja en lo político, republicana en la forma de Estado y confederal en lo territorial, consecuencia de querer presidir Pedro Sánchez un ‘Frankenstein 2’

Si repasamos la convulsa historia política española de la tercera década del siglo XX, así como los febriles discursos de aquellos líderes, y comparamos ambas cosas con las declaraciones, estrategia y pactos de la vigente coalición gubernamental, no podemos por menos que descubrir, y el hallazgo entristece, un cierto regusto a páginas ya vividas, páginas que las creíamos irrepetibles, depositadas, tiempo ha, en la vieja memoria de nuestra patria.

Sin embargo, de nuevo el PSOE las ha resucitado. Pareciere que este veterano –y hoy controvertido y radicalizado– partido se dispone a recrear aquel clima que dio paso a los espeluznantes acontecimientos que condujeron al sangriento avatar de la Guerra civil de 1936.

Por desgracia, en mi opinión, no es difícil encontrar semejanzas entre los desvaríos de aquellas izquierdas de la Segunda República y el socialismo contemporáneo, desnortado y revanchista, señeramente representado por Rodríguez Zapatero y por Sánchez. El primero inició la ruptura del consenso constitucional de 1978 propiciando y alentando infames pactos excluyentes contra la mitad del país (Pacto del Tinell, 2003), dando alas al separatismo catalán hasta abocar en el estallido sedicioso del otoño de 2017; impulsor de una ominosa Ley de Memoria Histórica (2007), tergiversadora de hechos históricos e incriminatoria de la otra España; responsable, en fin, bajo su mandato, de una nefasta política económica que situó al Estado al borde de la quiebra.

El segundo caudillo ha logrado un nuevo mandato presidencial brincando toda barrera moral. Supera a Rodríguez Zapatero en maquiavelismo, en dotes divisivas de la sociedad, en fomentar innecesarias tensiones político-ideológicas, en arrinconar y humillar al Monarca, en aumentar los grados de inseguridad jurídica, en atacar a los Jueces y Tribunales, y en colonizar toda institución u órgano constitucional que, en un sistema democrático representativo, tienen por esencia y como finalidad, Montesquieu mediante, moderar y frenar el ejercicio del poder público.

Por el contrario, nuestro presidente allana el camino a sus arbitrarias y extremistas decisiones colocando al frente de aquéllas a conmilitones agradecidos o a compañeros de ciega obediencia partidaria. Son un disciplinado y animoso ejército a sus órdenes que, concluyentemente, desactiva los controles democráticos. Huelga citar casos.

Se comprenderá que, con estos antecedentes, afirmar –como sin sutileza alguna ha proclamado Sánchez en el Congreso– que hay que levantar un muro (sic) frente a la derecha (la mitad del cuerpo electoral), es un paso tan desestabilizador para la democracia liberal como esperable del más genuino sanchismo.

Así pues, el saldo sanchista es estremecedor. A las medidas y actos, a las normas legislativas –en su mayoría urgentes– que han saltado a las antaño asépticas páginas del B.O.E. (hoy pasmo de ciudadanos y juristas cabales), deben añadirse las desconcertantes alianzas con sus socios preferentes: neocomunistas, filoterroristas, secesionistas…, absteniéndonos de reproducir el abultado repertorio de disparates y escándalos de la anterior Legislatura (2019-2023) con sus «notables méritos» contraídos…

Empero donde el presidente ha batido todas sus marcas anteriores, vistos los resultados electorales cosechados, ha sido en su desaforado contorsionismo político: los escalofriantes saltos mortales en pos de su investidura, aun a fuer de sacrificar la ética política, ese ingrediente natural y necesario de toda democracia. Ha pactado con todo lo peor para una democracia estable: con comunistas aburguesados, con el etnicismo separatista, con nacionalistas irredentos, con delincuentes… Impasible el ademán, asume, al dictado de sus aliados, la amnistía y la autodeterminación sin importarle la Constitución.

Sus desaconsejables socios le han impuesto unas condiciones cuyo cumplimiento recuerda pretéritos tiempos. Así, resulta oportuno rememorar el trágico precedente de la frase pronunciada por el ilustre tribuno de la derecha y jefe de la oposición republicana, José Calvo Sotelo, alevosamente asesinado por elementos de las milicias socialistas (13.07.36), cuando afirmó en el Congreso: «Antes prefiero una España roja que una España rota» (1935).

Pues bien, el pago del precio de la investidura de Sánchez lleva a un triple cambio político y constitucional de España, a una auténtica revolución: sus socios y aliados le mantienen en el Gobierno del Estado siempre que en lo económico-social ejecute radicales políticas de izquierda, de signo anticapitalista. Desde el punto de vista político-constitucional, el republicanismo es un factor cada día más patente en el quehacer gubernamental, bien entendido que las formaciones que le dan apoyo son antimonárquicas, antes que republicanas. Y desde el punto de vista de la organización territorial del Estado, las deudas contraídas por el dirigente socialista, que ha comenzado a satisfacer, supondrán la anulación del titular de la soberanía, el pueblo español, dibujándose una cosoberanía como vínculo territorial, la España ‘plurinacional’, confederal.

En resumen, hoy caminamos hacia una España roja en lo político, republicana en la forma de Estado y confederal en lo territorial, consecuencia de querer presidir Pedro Sánchez un ‘Frankenstein 2’.

  • José Torné-Dombidau y Jiménez es profesor titular de Derecho Administrativo y presidente del Foro para la Concordia Civil