¿Dónde vas España, donde vas triste de ti?
La justicia, un muro al principio, una pared más tarde y un tabique ahora, trata de mantener a flote el buque del albedrío. En el momento actual chapotea en aguas pantanosas tratando de guardar los pocos muebles que hay
¿Dónde vas España, dónde vas triste de ti? Voy en busca de la Constitución que hace tiempo no la vi. Ya la Constitución está muerta, muerta está, que yo la vi, cuatro ministros la llevaban por las calles de Madrid.
Pueden ser estas palabras para dar comienzo a unas reflexiones del día a día. Todo empezó un día, al socaire de una pandemia, cuando se hicieron manifestaciones sin oír al pueblo que clamaba por la gravedad de realizarlas en esos momentos. Los sanitarios y los especialistas dijeron que no era factible llevarlas a cabo y, tal como se presentaban las circunstancias, era un peligro. Diferentes países e instituciones de alto nivel nos avisaron de la pandemia. No se hizo caso. Daba igual. Había que mantener el espíritu del feminismo. Todas las personalidades, que no eran sospechosas políticamente, daban señales de una gravedad que se avecinaba. Las llamadas a la prudencia de los sanitarios eran continuas. Microbiólogos, especialistas en virología, médicos de uno u otro signo estaban de acuerdo. Se nos presentaba una grave amenaza y había que poner control y lo primero que había que hacer era suspender las manifestaciones. Limitar los contactos. Pero hete aquí, que lo importante era demostrar el feminismo importase o no la infección. Lo fundamental era mantener el principio del poder de la mujer ante y en la sociedad. La defensa de valores de la igualdad, que podían esperar ante lo que se avecinaba, era lo que correspondía. Todo siguió como si tal cosa. Ninguna opinión sirvió para nada. Las manifestaciones siguieron y a esa la siguieron otras de distinto signo. La ley de Memoria histórica aleteaba por todas partes. Cualquier excusa era subsidiaria de su aplicación.
Vinieron después los confinamientos, los cambios de opinión –vamos a llamarlo así– las comisiones que no existían, las declaraciones falsas del representante de la sanidad, cuyo nombre es mejor olvidar –llegó a decir que la infección sería como mucho unos casos–, las compras de material a los amigos y el pueblo preocupado por su salud olvidó todo esto. A partir de entonces, ya cruzada la línea roja –cuando se traspasa ya no hay vuelta atrás– se entró en un bucle en el que cualquier decisión que se tomaba olvidaba tener en cuenta los derechos de nuestra sociedad. El Tribunal Constitucional por dos veces declaró la nulidad del confinamiento, pero ya había pasado. Daba lo mismo. Todo se desarrolló en un «down hill», cuesta abajo, dicen en el idioma de Shakespeare. Ya no había quien parase este desastre, esta afrenta a la libertad. La justicia, un muro al principio, una pared más tarde y un tabique ahora, trata de mantener a flote el buque del albedrío. En el momento actual chapotea en aguas pantanosas tratando de guardar los pocos muebles que hay. Siguieron, así las cosas. Había que controlar los tribunales, el principal el Constitucional para que no volviera a dar un varapalo anulando los confinamientos. Las leyes futuras, los decretos estaban amparados por las decisiones judiciales. Y traspasar aquella línea roja de la manifestación significó que todo se haya convertido en una Hidra que, con sus poderosos tentáculos, es capaz de engullir los peces más pequeños, es decir, los vasallos. Y estos peces nadan y duermen en aguas claras o turbias. Hoy, ya cenagosas. En regiones profundas se distingue mal, casi no se visualiza lo que tenemos delante y es difícil dar un paso sin tropezar. Ahora son continuas las decisiones en las que los jueces honestos no pueden evitar. La división de los poderes está socavada. No existe esa línea diferencial entre el Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Todo es como un magma en el que se desenvuelven los tres poderes, revueltos sin límites que los diferencien y sin líneas que los separen. Se habla de enjuiciar a los jueces que han mantenido un criterio y que han aplicado la ley con probidad. La rectitud no es una virtud que hoy día abunde y los que la practican son perseguidos. El mundo al revés. Debemos seguir defendiendo lo que creemos que es justo, pues la historia volverá en aras de una justicia mejor. No debemos cejar en la defensa de nuestros valores, de nuestra identidad, pues si no lo hacemos estaremos abocados a la perdición y al desastre moral e intelectual de nuestra sociedad, ya de por sí muy mermada en estas vicisitudes. La fortaleza en nuestras convicciones nos salvará del precipicio.
No olvidemos que las Hidras pueden vivir varios cientos de años. Debemos estar preparados.
- Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de Doctores de España