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tribunaJacobo Negueruela

Kant y la posteridad

La educación tenía que ser crítica, es decir, crítica con lo sobrenatural, crítica con la Iglesia, crítica con Dios y hacia Dios, y servil al poder político masónico progresista que encarnaba el segundo partido con más masones por metro cuadrado en España

«La Ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad autoculpable. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia sin la conducción de otro. Atrévete a servirte de tu propio entendimiento he aquí la divisa de la Ilustración». Inmanuel Kant ¿Qué es la ilustración? 1784

Yo, como todos los estudiantes de filosofía y el público en general, fuimos adoctrinados para reverenciar a Kant, Hegel, Nietzsche y a la filosofía germana en general, como el culmen y el cénit del pensamiento humano. La atalaya de la razón de nuestra especie que iluminaba las tinieblas del mundo. La raza superior, los hombres geniales: Heidegger, Schopenhauer, Schleiermacher, Goethe, Schiller, Freud, Mann, Marx, Weber, etc.

A pesar de la ignorancia infinita de la cultura, la filosofía, la religión o el arte, propia del naufragio moral e intelectual en el que vivimos, fruto en parte de esta adoración idolátrica e ignorante, de estos falsos ídolos de la modernidad (los autores citados y tantos otros, como los mismos conceptos de progreso y modernidad) todos los alumnos españoles que hayan llegado a terminar el bachiller han leído este texto de Kant. Y esto es así porque es uno de los obligatorios a leer, comentar y estudiar de cara a la selectividad.

Relean un momento el texto de ese gran hombre al que veneramos. ¿Qué nos dice el texto? En realidad, lo que viene a decirnos Kant es que toda la historia humana, hasta -mira tú por donde, qué casualidad- su tiempo, hasta él y sus amigos, que son los verdaderos y primeros ilustrados, los titanes que van a robar el fuego del cielo, ha sido un periodo de oscuridad infantil (este argumento del infantilismo va a tener una prosperidad grandiosa en todas las críticas, desde las religiosas hasta las sexuales, al orden cristiano teológico y moral anterior) en el que el hombre es un menor de edad, y además lo es de modo culpable, porque no se ha atrevido a pensar por sí mismo. Pensemos un momento lo que está diciendo: Platón, Sócrates, Aristóteles, Julio César, Trajano, San Agustín, Santo Tomás, San Ignacio de Loyola, los Papas, Cristóbal Colón, los reyes de España que conquistaron el mundo, usted, yo, los campesinos, las amas de casa, los ancianos y ancianas sabios, los mineros, los pescadores, los artistas del Renacimiento, las mujeres o los sacerdotes entregados al cuidado en la caridad de viejos y enfermos… todos, en fin, somos menores de edad, indignos de que nuestras opiniones figuren entre las que un ser humano puede pronunciar porque son irracionales, y eso porque nuestros defectos incapacitantes son el miedo y la costumbre. Sólo ellos, los ilustrados, están, por fin, a salvo de tal debacle.

¿Cómo se puede escribir semejante alegato de soberbia universal y ser escuchado? ¿Cómo hemos llegado a someter tanto nuestra dignidad y nuestra inteligencia a las opiniones de alguien que nos degrada de tal manera?

Lo más curioso de esto no es que este hombrecillo, minúsculo vital, sectario pietista, producto manufacturado de una educación racista, particularista, supremacista (típica del protestantismo alemán, holandés y suizo) escriba estas líneas (y otras de este tenor), en su demérito y vergüenza quedan, sino que millones de estudiantes en todo el mundo hayan tenido que estudiarlas como la piedra angular de la filosofía y de la actitud «moderna» que tienen que tener ante el mundo.

En este momento solo me queda tener que volver a hablar ¡qué pereza! de la masonería y su influjo. Fue el famoso masón Alfredo Pérez Rubalcaba, del brazo de otros famosos y poderosos masones como Federico Mayor Zaragoza, quien redactando la ley de educación (de las muchas que redactó a lo largo de su vida política y que han dejado a España hundida en una sima educativa y moral cuyo mayor logro es la clase política actual española) introdujo el concepto, tan caro a Kant, de crítica en la educación española. A partir de ahora la educación tenía que ser crítica, es decir, crítica con lo sobrenatural, crítica con la Iglesia, crítica con Dios y hacia Dios, y servil al poder político masónico progresista que encarnaba el segundo partido con más masones por metro cuadrado en España (el primero es Esquerra Republicana de Cataluña, aunque en las últimas décadas han crecido mucho en el PNV y el PP).

La frase de Kant quiere desconocer, a propósito, todos los logros civilizatorios de todas las demás culturas, ajenas al triunfo del protestantismo, liberal o no, de los siglos XIX y XX, que en el exabrupto de Max Weber (La ética protestante y el espíritu del capitalismo) basa su superioridad política y económica de un momento, en ser la versión moderna del pueblo elegido, el pueblo trabajador por antonomasia, en una concepción enfermiza en la que la prosperidad material es signo del placet de Dios, y la humildad y la pobreza, signo de su ira. Renegarán incluso de su edad media, a la que vestirán convenientemente con los más oscuros ropajes en su catolicismo mientras intentarán resucitar sus aspectos paganos -incluso inventándolos- y negarán también todo otro valor a las demás tradiciones culturales humanas, china, india, islámica, etc. A fin de cuentas, Inglaterra, Alemania y EE. UU., juntos con el cosmos de las otras pequeñas potencias protestantes o en camino de ser secularizadas (Holanda, Suiza, Suecia, Noruega, Dinamarca, Bélgica, quizás Francia, a la que su apego a la ilustración radical quizás le permita ser perdonada de su atrasada masa social católica) vamos a ser las potencias dominantes durante los próximos siglos.

Así que ya que estamos, devolvamos al pequeño hombrecillo prusiano, don Immanuel, al lugar de donde nunca debió de salir, el de su pequeñez moral, vital e ideológica que analizaremos en el próximo artículo (D.v.)

  • Jacobo Negueruela Avellà es profesor del Departamento de Humanidades de la Universidad CEU Cardenal Herrera