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TribunaFederico Romero

Sobre el bucle melancólico

El nacionalismo vasco ha decidido prescindir de Urkullu para «mirar a medio y largo plazo», optando por una política perteneciente a una nueva generación que para muchos (y desde luego para quien esto escribe) no sabemos qué piensa

Confieso que, porque tenía buenos amigos vascos –algunos pertenecientes al PNV–, mi interpretación de su trayectoria en los últimos años me produce cierta pena. Para mí representaban la integración en una plural y rica comunidad española que, conservando sus indudables peculiaridades culturales e históricas, enriquecían una pieza, que considero esencial de la Civilización occidental y cristiana que, pese a que parece nublarse ahora, revivirá, porque –como decía Javier Esparza en su Guía políticamente incorrecta de la Civilización occidental «está fundada en la esperanza y se basa en la palabra de Aquel que siempre cumple sus promesas».

Recuerdo que, hace algunos años, el Colegio Oficial de Secretarios de Administración Local del País Vasco me invitó a impartir algunas lecciones a los profesionales de allí. La razón es que habían visto algunas publicaciones mías sobre «Bienes de las Corporaciones Locales». También sabían que, sobre ese mismo tema, que a ellos les preocupaba, había dado algunas clases en la Escuela Nacional de Administración Pública, en Madrid, que las había publicado en un libro especializado. Cuando llegué a Bilbao, no se me olvidará que, en el aeropuerto de Sondica, me esperaba un miembro del citado Colegio oficial, llamado Landa, y que lo primero que hizo, amablemente, fue darme una pequeña gira sobre la capital. Debían haberse informado sobre mi perfil, porque inició el recorrido con una parada para ver la Virgen de Begoña y él se quedó fuera, fumando un cigarro, mientras yo visitaba el interior de la basílica. Yo ya había estado antes en lo que ahora se llama Euskadi y había sido invitado a otros templos, estos gastronómicos, como los chocos privados, el bar de Iríbar, Aquelarre, Juanito Kojúa o Patxiku Quintana en San Sebastián, o el Restaurante Bermeo del Hotel Ercilla; o el Portalón, en Vitoria, y culturales, como el Teatro Arriaga o el festival de cine. Después fui invitado a hablar más veces sobre temas de mi especialidad. Pero si hablo de todo esto es porque explica mis contactos y simpatías allí.

Y después del horror de la etapa de ETA, lo que ahora me produce pena es la actual deriva del PNV. De ser una relevante opción política de Euskadi, a ser un partido/comparsa que contempla cómo Bildu le va comiendo el terreno de una llamada izquierda que funciona dentro de un proyecto desintegrador y xenófobo. Y además por un plato de lentejas. La primaria xenofobia de Arana, que partía del sinsentido de que todas las razas son iguales «pero algunas son más iguales que otras», arranca de la visón amargada y miope de que el pueblo vasco es una raza oprimida, en trance de ser exterminada o relegada a la condición de raza ilota. Así la llamaba. (Recuérdese que los ilotas eran un antiguo pueblo de Esparta que fueron esclavos de los lacedemonios).

El que, a mi juicio, ha descrito mejor el problema del nacionalismo vasco ha sido un vasco de pura cepa, como Jon Juaristi, en su obra El bucle melancólico. Como dice en ese libro, el nacionalismo vasco no fue en su origen sino una narración victimista –no muy diferente de la dominante en la mayoría de los nacionalismos– que le ha llevado a sumirse en una melancolía, en una tristeza por la perdida de algo, sin saber muy bien qué es lo que se ha perdido. En rigor, según Juaristi, el núcleo del discurso nacionalista es inmune a cualquier crítica porque no se trata de una argumentación, sino de un relato, de una historia de nacionalistas, construida con una arquetípica secuencia de rebelión, sacrificio y derrota, a causa de una traición que la explica. El nacionalismo vasco ha logrado así consolidar su hegemonía a costa de la marginación cultural y del sometimiento político de la mayoría no nacionalista de la población vasca. (Y esto, por cierto, tampoco es muy distinto de lo que está ocurriendo actualmente con otros nacionalismos).

En estas fechas está acaeciendo, sin embargo, algo que merece ser atendido. El nacionalismo vasco ha decidido prescindir de Urkullu para «mirar a medio y largo plazo», optando por una política perteneciente a una nueva generación que para muchos (y desde luego para quien esto escribe) no sabemos qué piensa. Ha elegido para ello a un aspirante más joven, llamado Imanol Pradales, sin una trayectoria tan marcadamente política como los anteriores lehendakaris: y más profesional. Se inicia así un proyecto de reflexión e innovación de este partido, que es tan incierto como el del propio PNV que lo propone para candidato. doctor en ciencias políticas y sociología, fue profesor de la Universidad de Deusto. En este momento es diputado foral de infraestructuras de Bizkaia. Llama la atención que su apellido, a diferencia de los precedentes, hunde sus ancestros en un lugar de Segovia. No sé más. Tampoco sé si llegará a lehendakari tal como pintan ahora las cosas. En todo caso le deseo lo mejor a él y a todo el pueblo vasco, al que queremos, y como nos pasa a muchos españoles que todavía creemos en una patria común, que va por capas, que empiezan por la propia comunidad, y que, pasando por España, Europa y Occidente, nos integra en un planeta perdido del Universo. Cualquier otra visión aldeana me parece no solo miope, sino mezquina y estrecha.

  • Federico Romero fue secretario general del Ayuntamiento de Málaga y profesor titular de Derecho Administrativo de Universidad