La ejemplaridad de Jaime Alfonsín
Durante tres décadas ha entregado lo mejor que tenía, su tiempo y capacidades, para servir a la Corona y, con ello, a todos nosotros
En noviembre de 1995, Jaime Alfonsín, un abogado del Estado de 37 años, que tras ser director general había sido fichado por uno de los despachos más importantes de España, recibió una llamada de la Zarzuela solicitando su incorporación como secretario del Príncipe Felipe. Aceptó y, desde entonces, se ha mantenido fiel a su palabra de servir a la Corona, en un ejercicio de responsabilidad, lealtad y entrega que permanecerá en el recuerdo de todos aquellos que nos dedicamos al servicio público.
Al igual que sucede en el sector privado, la Administración no es ajena a las nuevas exigencias laborales que todos reclamamos. La importancia del tiempo libre, de conciliar con la vida personal, lo satisfactorio de salir pronto y poder hacer un rato de deporte o la tranquilidad de unas vacaciones planificadas sin necesidad de mirar el móvil son algo inherente a nuestra forma actual de entender el trabajo. Gracias a una generación –la mía– que en ocasiones peca de hedonista, toda la sociedad se ha beneficiado de unos derechos y condiciones mucho menos exigentes que las vividas por generaciones anteriores.
Esta nueva forma de entender la vida laboral es un camino que, afortunadamente, supone un avance en la conquista de parcelas personales. Sin embargo, la realidad de muchos puestos en el servicio público exige una dedicación extraordinaria imposible de acomodar a los deseos de ocio y desconexión que todos buscamos.
Basta hablar con alcaldes o altos cargos para entender que su satisfacción por el trabajo realizado sólo se ve empañada por el tiempo que le roban a su familia, amigos y, fundamentalmente, a sí mismos. Y es que no hay puesto, por relevante que sea, que compense completamente una jornada extenuante, fines de semana inexistentes o un teléfono en el que se acumulan miles de mensajes cada día. Por eso, incluso en situaciones de cese inesperado o no buscado, lo que se ve en la cara de quien abandona uno de estos puestos es alivio tras años de exigente entrega.
Y ahí, en esa exigente entrega, es donde Jaime Alfonsín se erige como un modelo en el que inspirarse. Durante tres décadas ha entregado lo mejor que tenía, su tiempo y capacidades, para servir a la Corona y, con ello, a todos nosotros. Lo ha hecho con una discreción que nadie, por mucho que haya tratado con él, podría desmentir; con la sobriedad que demanda el verdadero ejercicio del poder. Con una entrega y profesionalidad que merece el elogio de todos, pues su ejemplaridad nos demuestra que mandar es servir y que servir no es un sacrificio, sino un honor.
- Ignacio Catalá es administrador civil del Estado y diputado del PP en la Asamblea de Madrid