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TribunaAntonio Alonso Marcos

Apostar por la guerra

Las relaciones entre Rusia y Europa se han roto para una buena cantidad de décadas. ¿Qué espacio queda para la confianza entre los líderes de uno y otro lado?

Se va a cumplir el segundo aniversario de la invasión rusa de Ucrania y parece que esto no se acaba. Los conflictos tienen un ciclo vital, son como seres vivos que nacen, crecen, evolucionan, mueren. En este caso, es obvio que el conflicto no nace en 2022, ni siquiera en 2014, sino mucho antes. Al menos en 2003-2004, cuando en Ucrania empezaron a alzarse voces contrarias a «la forma habitual de gestionar los asuntos públicos», y a querer zafarse de la presión rusa, de su omnipresencia en la política y en los negocios, en la cultura y en la religión. Como alternativa a Rusia, surgieron líderes políticos que apostaron más bien por acercarse a la UE. Aquella Revolución Naranja de 2004 podría señalarse como el inicio de lo que hoy hay sobre el campo de batalla.

Allí empezó a gestarse, 2014 fue un año de incremento de la tensión y, sin lugar a dudas, lo que comenzó en 2022 marcó un punto de ruptura, un antes y un después. Ahora ya nadie habla de paz, todos hablan de guerra. Dice el antiguo adagio latino «Si vis pacem, para bellum», si quieres la paz, prepara la guerra. Y en cierto sentido, tiene razón: si quieres evitar ir a la guerra, enseña «tus dientes», exhibe tus capacidades militares para disuadir a tu oponente. Sin embargo, no es menos cierto que si quieres la paz, tienes que preparar el terreno para la paz, hay que apostar por la paz, no por la guerra.

Muchos me acusarán de ingenuo, de naif, de cobarde incluso. Pero creo que no hemos valorado realmente lo que significa, hasta sus últimas consecuencias, entrar en una guerra contra Rusia. Nadie en su sano juicio querría algo así; y, sin embargo, estamos animando a Ucrania en su esfuerzo bélico contra ella. ¿Alguien se ha puesto a pensar qué significa realmente la expresión «hay que pararle los pies a Putin»? Alguien podría aducir que la alternativa –no hacer nada, dejar que Rusia machaque a Ucrania– es tan cobarde como inmoral, como le espetó Churchill a Chamberlain tras los acuerdos de paz de Múnich de 1938, que no hicieron más que retrasar un año el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Ese fue el resultado de la «política de appeasement» de las potencias europeas del momento. Le dijo Churchill a Chamberlain: «Os dieron a elegir entre el deshonor o la guerra. Elegisteis el deshonor y ahora tendréis la guerra».

En realidad, esto no fue así. Rusia no ha ido a la guerra porque sí, como si nadie hubiera amenazado o azuzado al oso. Ahora muchos se llevan las manos a la cabeza, sorprendidos de la reacción de Moscú. En efecto, invadir territorios ajenos no es de recibo, es contrario al Derecho internacional, y antes de llegar a la solución armada hay que buscar la resolución pacífica de controversias. Putin no es santo de mi devoción, pero ¿de verdad Rusia nunca buscó hablar? ¿No son los Acuerdos de Minsk I y de Minsk II un intento de resolver esto por la vía pacífica? ¿No supuso la llegada de Zelenski, con la promesa de buscar un acuerdo pacífico con Rusia, un soplo de aire fresco, de esperanza para los ucranianos de resolver la fuerte herida que partía en dos el país? ¿No fueron traicionadas todas esas esperanzas? ¿No aprovecharon EE.UU., Alemania, Reino Unido, para armar y entrenar al Ejército ucraniano «por si se tenía que enfrentar a Rusia»?

¿De verdad es esta una guerra por la dignidad, por la defensa de los valores europeos/occidentales, la democracia, los Derechos Humanos, la decencia? ¿No hay ningún otro interés espurio detrás? ¿Ningún fondo de inversiones se ha hipotecado en Ucrania?

En estos momentos, se está apostando más bien por la guerra. Se está en la dinámica opuesta a la que se vivía en los años de la perestroika de Gorbachov. Por cierto, mientras en Occidente esa época es bien considerada, en Rusia es recordada con recelo o incluso con dolor. Es cierto que hay en marcha algunas iniciativas para negociar un final de la contienda. Algunos países están trabajando en ello, negociando. Hasta el Papa. Pero la inmensa mayoría de los países se están aprestando a adherirse a la Declaración del G-7 firmada en Vilna en julio de 2023. Y esto implica que los países que se adhieran se comprometen a defender a Ucrania, a proveerla de ayuda militar y de inteligencia, de señales… de todo lo necesario para derrotar a Rusia. Hasta la fecha ya lo han hecho Reino Unido, Alemania y Francia. ¡Se han obligado a defender a Ucrania ante una eventual escalada del conflicto o ante una nueva agresión! ¡Se han obligado a intervenir en una guerra contra Rusia! Se supone que «intervenir» significa enviar miles de soldados, porque todo lo demás –enviarles dinero, armas, inteligencia militar, consejo, propaganda– ya lo proveen.

¿Cómo será el día después de la guerra? Las relaciones entre Rusia y Europa se han roto para una buena cantidad de décadas. ¿Qué espacio queda para la confianza entre los líderes de uno y otro lado? ¿Qué oportunidades se le está dando a la paz? Si sólo se apuesta por la guerra, ¿qué resultado distinto a «más guerra» se espera obtener? Hay dos escenarios por delante: se acaba hoy con la guerra y se hace punto y aparte «y aquí no ha pasado nada», o bien hay una catarsis general, como la acaecida tras la Segunda Guerra Mundial –y para eso hay que pasar por ahí, por otra guerra mundial–. Si alguien tiene más soluciones, que las ponga sobre la mesa ya, por favor.

  • Antonio Alonso Marcos es profesor Universidad San Pablo CEU