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TribunaAlfredo Liñán

No era esto, no era esto

Querido Adolfo Suárez, tu sacrificio fue en vano. Los militares no se salieron con la suya y hoy son la columna vertebral del sistema democrático. Pero otros se hicieron con las claves y están a punto de cargarse el sistema

Es muy difícil enfrentarse al folio en blanco cuando todo parece desmoronarse alrededor. Hasta da miedo escuchar las noticias cada mañana haciendo que El padrino nos parezca una película infantil. Es muy difícil no pensar en la mafia viendo el Gobierno de engañapichangas, cortabolsas, desentierramuertos, faramalleros y echacuervos que, arropado en el chirriante y dócil coro de pesebreras, mañana tras mañana, nos sorprende con extravíos, apostasías y prevaricaciones hasta conseguir que el patio de monipodio se nos antoje recoleta ermita de devoción. Me comentaba la otra noche un viejo y sabio periodista que esto es como un drama de Shakespeare a punto de culminar con la muerte, política, del protagonista. No lo sé. Comprobar que en la izquierda española no hay ni siquiera siete hombres –o ellas– justos, capaces de jugarse su futuro en el partido por votar en conciencia a favor de la democracia, es desgarrador. ¿Dónde están, García Page, tus cacareadas huestes sancho-pancistas? ¿Qué fue de mis rebeldes lusitanos? ¿Quién echó siete candados al sepulcro de Don Quijote? ¿Todos son ciegos, o mudos, o únicamente cobardes? «¡Se acabaron los gitanos que andan por el monte solos! Están los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo».

Y en esta desolación tiré de memoria histórica hasta llegar a aquella tarde del 29 de enero de 1981, cuando la televisión anunció un comunicado del presidente del Gobierno y, en pantalla, apareció Adolfo Suárez, para –con voz impostada de viejo locutor, cargando las eses, entre pomposo y enfático– anunciarnos que presentaba su dimisión a la Presidencia del Gobierno. Nunca nadie en nuestra maltrecha y aún joven democracia hizo nada igual. No es costumbre ni hogaño, ni antaño, eso de dimitir; antes mejor escupir hacia el cielo y mear cara al viento, traicionar lo que sea menester, engañar con el desparpajo de un quincallero; bailar en la cuerda floja de la prevaricación. ¿Dimitir? ¿Para qué?

Suárez, acosado por la oposición, ninguneado por los suyos, amenazado por la reacción pura y dura, se va, dimite porque ha «llegado al convencimiento de que mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la presidencia». Y, sobre todo, se marcha, para evitar que «el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España». Todos escuchamos sobrecogidos aquella tarde sus palabras; todos entendimos que nuestra democracia estaba amenazada por una asonada militar que, ahora sabemos, estaba aceptada «transversalmente» por muchos políticos y partidos que, a los pocos días, cuando la astracanada tragicómica de Tejero dio al traste con ella, se rasgaron las vestiduras intentando liderar la repulsa de la ciudadanía ante lo sucedido. Sólo el Rey, al que se ha intentado culpar con el desparpajo habitual de esta España cainita, evitó lo que parecía inevitable.

Al final, querido Adolfo Suárez, tu sacrificio fue en vano. Los militares no se salieron con la suya y hoy son la columna vertebral del sistema democrático. Pero otros se hicieron con las claves y están a punto de cargarse el sistema. De convertir la democracia, una vez más, en paréntesis, como acertadamente señalaste aquella tarde. Hoy está ante su pelotón de fusilamiento, arrogante aún, pero en el punto de mira del: «¡Prepareu, apunteu, foc!» «¿Qué el cap parla espanyol?»

Pero Adolfo Suárez era de otra madera, con todas sus luces y sus sombras. Era un hombre de los que «se vestían por los pies» como se decía entonces y ahora, como tantas cosas, suena casi a delictivo. Pese a que Alfonso Guerra en una de sus ingeniosas y habitualmente injustas «boutades», le llamara «El tahúr del Misisipi». ¿Alguien es capaz de imaginar en nuestros actuales desgobernantes, una actitud semejante? Gobernar España, para ellos, bien vale las traiciones, revueltas, mentiras y prevaricaciones que sean necesarias y mientras ya se encargará la verdulera y el correveidile de enmarañar la cosa entre humaredas de distracción, tales como el «Wanted Ayuso» porque, como más o menos cantaba Sergio Dalma: «Folgar sin datos no es folgar, porque hay que investigar los mil rincooones; si no Montero llegará y te fastidiará los polvoroneeees». No era esto. No era esto. O sí.

  • Alfredo Liñán Corrochano es licenciado en Derecho