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tribuna Antonio Bascones

Narcisismo, empatía y relativismo

Este tipo de personas se precipitarán por la ladera más bien pronto que tarde. No entienden nada y a nadie que no sea su propia ostentación

Un mito muy conocido en la mitología griega es el de Narciso que se enamoró de sí mismo al ver su cara reflejada en el agua. Así estuvo cierto tiempo y, sin comer ni beber durante días, se consumió de amor. Con el transcurso de los años este mito ha devenido en la descripción de personas que se admiran excesivamente de sí mismas y que tienen un sentido exagerado de su capacidad, por lo que desarrolla una falta de empatía que le lleva a seguir su camino sin mirar a los lados y sin oír otra opinión que la que le dicta su vanidad. En su caminar deja en la cuneta muchos cadáveres, pero es igual. Todo sirve para llegar a su objetivo, el fin justifica los medios, para llegar a la cumbre de su gloria. ¿Y todo para qué? Para despeñarse rápidamente, sin dar lugar al arrepentimiento ni al cambio de rumbo de su actuación. Porque este tipo de personas se precipitarán por la ladera más bien pronto que tarde. No entienden nada y a nadie que no sea su propia ostentación, siendo capaces de recorrer grandes distancias si con ello se beneficia su ego.

Su desmedida le lleva a realizar acciones que no tienen una finalidad lógica y que solo se justifican por su egolatría. Tratan de mantenerse, contra viento y marea, en el culmen de su admiración. Y para ello nada mejor que transmitir el miedo y el halago, a partes iguales, a los que le rodean, tratando de tenerlos metidos en el mismo saco de la corrupción. El palo y la zanahoria, ya se sabe, para que un burro se mueva es necesario colgar una zanahoria en la punta de un palo fuera del alcance de su boca. La teoría de la motivación defendida por el filósofo inglés Jeremy Bentham. Y parece que en este país funciona.

Las consecuencias son claras. Las relaciones humanas con los semejantes son nulas y solo obedecen a la idea que tiene Narciso de obtener un peldaño más en su grandiosidad, de ascender por la escalera del engreimiento. Por ello son personas con un vacío interior importante, con una falta de sintonía, de valores, con actuaciones que no redundan en el bien común sino en su mayor reconocimiento. Su vacío le lleva a una falta de principios, a actuar con un relativismo que todo lo justifica y su constante búsqueda de reconocimiento, cada vez mayor, le conduce a la nihilidad más absoluta, el nihilismo de Nietzsche que hace que no haya otro axioma que el de su endiosamiento.

Al final pasará como sucede en la novela de Dorian Gray de Oscar Wilde, que el protagonista se obsesiona con la juventud, sin querer envejecer, por lo que se dedica a una vida de excesos y en consecuencia su retrato envejece y él permanece joven y apuesto. Es la corrupción que anida en su interior, la que le hace tener el alma podrida. El estanque de Narciso y el espejo de Dorian Gray son semejantes en lo que a putrefacción se refiere.

Han desaparecido los valores que toda persona debe tener, las líneas rojas de sus actuaciones que debe mantener y el espíritu de lo correcto que debe cumplir.

Se olvida que lo que nos hace bellos por dentro es la generosidad, la empatía, la honestidad, el cumplir siempre con nuestro trabajo bien hecho. Cultivar la belleza externa olvidando la interior nos hace menos empáticos y amables. Los ejemplos señalados del estanque y del espejo nos hacen olvidar un sinfín de situaciones en la vida que nos hunden más en la profundidad de la corrupción y en el relativismo. No somos capaces de ver un amanecer, de sentir un ocaso y de contemplar como la primavera viste los árboles del parque. Solo el ascender por la pendiente del envanecimiento es lo que nos motiva cada día al despertar. Somos incapaces de distinguir dónde está lo correcto, dónde se encuentra el límite que no debemos traspasar y dónde está la línea roja que no podemos atravesar.

Pero lo peor, con ser esto malo, es que nuestra personalidad habita en lo que todo vale, todo es posible, nada importa; nuestra forma de actuar infecta a otras personas, a otros estamentos y así la sociedad se va carcomiendo poco a poco hasta llegar un momento en que se desmorona y ya no hay posibilidad de enderezarla. La infección se va extendiendo poco a poco, casi sin darnos cuenta, como una pandemia, pues no solo se limita a nuestro país, sino que se expande a otros muchos. Como un virus se introduce en los entresijos de nuestra civilización alterando el engranaje de la misma y haciendo que esta lacra humana afecte al sistema. Es la gangrena de la sociedad. La condición humana es inexorable, todo lo abarca, todo lo crea y todo lo destruye.

El estanque y el espejo se han comido todo, valores, principios, empatía y relativismos.

  • Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de Doctores de España