El paripé de Sánchez recuerda la comedia de Pirandello «Así es si así os parece»
La función ha terminado conforme al libreto previsto. La claque ha cumplido su papel de grupo que asiste disciplinadamente a un espectáculo para romper a aplaudir cuando conviene. El actor principal se ha atenido al guion con la pauta marcada
«Así es si así os parece» es una obra de teatro popular del escritor italiano Luigi Pirandello, definida por él mismo como una «farsa filosófica», escrita en 1917, con un humor desopilante; es decir, festivo, divertido, que produce mucha risa. Es una comedia sobre la inutilidad por aprehender la realidad, esa cambiante verdad que varía según el punto de vista de quien la sostenga. Y ahí nos sitúa el doctor Sánchez con su recurso de colocar al país entre la zozobra como Pirandello coloca sus personajes en una situación paradójica para demostrar lo contradictorio de la existencia. Dice la crítica de la obra que «el autor, el hombre, a pesar de sus esfuerzos, no logra penetrar hasta el final del laberinto de las apariencias, ni conocer lo que está encerrado en las formas de las que es responsable y a la vez prisionero». De ahí que nuestro hombre se convierta en víctima de sus dudas, de las que sólo puede salir reflexionando, alejado de la realidad de la que es esclavo. Y la culpa de lo que le pasa es, como en este caso, de los otros, sobre todo de los medios críticos con sus actos.
En la historia reciente de la España que vivimos con frecuencia situaciones que nos recuerdan escenas o argumentos de películas famosas, como fue recientemente el discurso del PSOE y del Gobierno de Progreso y las respuestas o avisos de sus consocios sobre los tratos y objetivos que mantienen los que imponen a Sánchez su hoja de ruta, y advertirle que se vaya plegando a considerar que a lo que ayer decía que no, como la amnistía, acabará siendo que sí, como el referéndum y el resto del programa del independentismo en sus diversas variantes. Y esas escenas recuerdan al famoso contrato de los hermanos Marx en «una noche en la ópera». El presidente de Gobierno de progreso en parada técnica, tendría que agradecer a «Manos limpias» que le haya brindado la ocasión de ser aclamado por sus partidarios en un referéndum plebiscitario como hombre imprescindible. No en vano, los primeros respaldos confianza y lealtades fueron las del ex etarra y dirigente de Bildu, Arnaldo Otegi, que le robó el turno de adhesión al fugado Puigdemont, que se ha expresado con idéntica razón.
Su aparente reflexión no la hizo cuando, este hombre de principios y de palabra se plegó a la amnistía y a las imposiciones de sus consocios. Ahí no hubo reflexión meditada, claro que no. Pero esta maniobra está bien pensada, tratada, calculada y ejecutada. Le ha venido bien. Pero en eso de hacer de la necesidad virtud, él y sus turiferarios y aclamadores han aprovechado para un ataque generalizado a los medios de comunicación y a los periodistas críticos con su modo de hacer política. Y en el colmo de alistar dentro de la misma a lo que se considera «la fachoseria» han anotado sin excepciones a todo tipo de medios. Y andan mal de memoria sobre los antecedentes históricos del papel que corresponde a éstos en el análisis cotidiano de la política, como uno de los contrapesos necesarios en una sociedad democrática. Conviene recordar al caso más paradigmático de la historia reciente, el «Watergate». Sí hasta forzó la renuncia del presidente Nixon de los Estados Unidos, gracias a la labor de los medios de comunicación, en particular, The Washington Post, Time y The New York Times. Fue y sigue siendo un ejemplo de la función que debe ejercer la prensa democrática que se sigue citando como referente obligado, cuando en situaciones como ésta se trata de atacar su labor crítica.
La función ha terminado conforme al libreto previsto. La claque ha cumplido su papel de grupo que asiste disciplinadamente a un espectáculo para romper a aplaudir cuando conviene. El actor principal se ha atenido al guion con la pauta marcada. Es curioso el modo en que interpreta en cada función la regla expresiva. Esta vez el tono era pausado, medido, sin emociones complementarias. Sobrio, pero rotundo, con la misma querencia verbal con que ayer nos explicaba por qué la amnistía no era posible ni constitucional o sus famosos asertos con que nos confesaba que no dormiría tranquilo de tener en su Gobierno a determinados sujetos que lo apoyaron. El mismo tono con el que dijera «No es no y nunca es nunca». Y ahora emplea para la queja y anunciarnos la «regeneración democrática», para lo que cuenta con sus indultados y amnistiados y otros beneficiarios de esos pactos y acuerdos que, otro tiempo nos dijera imposibles con el mismo nivel de emociones contenidas ahora mostrado. Pero sus beneficiados son poco agradecidos, y al borde de su discurso le advierten lo que tiene que hacer para contar con ellos en la regeneración democrática. Ya lo dijo Alfred Adler: «Una mentira no tendría menor sentido, a menos que sintiéramos la verdad como algo peligroso».
- Fernando Ramos es periodista