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TribunaJosé Torné-Dombidau y Jiménez

Jugando con fuego

Deliberadamente o no, la política sanchista ha resucitado los viejos demonios domésticos, aquellos que ya afloraron en la Segunda República y que, mal resueltos en su ‘tempo’ y enfoque, provocaron la demolición de este régimen político

A la vista de las medidas, pactos y alianzas que el actual habitante de la Moncloa está poniendo en marcha desde que tomó posesión de la presidencia del Gobierno (excepto la breve e inconcebible interinidad de cinco días de abril, hecho del que me atrevo a decir que no se encuentra fácil precedente en los anales gubernamentales), podríamos llegar a afirmar que ni los gobernantes y políticos españoles contemporáneos, ni siquiera los españolitos de a pie, hemos aprendido la lección que impartieron trágicos acontecimientos de la centuria pasada.

En efecto, ni el colapso rebuscado de la Monarquía alfonsina, que dio paso a una caótica e insostenible República, ni la durísima experiencia de una cruel guerra civil, ni el sufrimiento de un larguísimo régimen autoritario (Juan J. Linz, Juan Ferrando Badía et alii), ni, por fin, el restablecimiento consensuado de la democracia y la recuperación de la libertad política en la Transición, pareciere que de nada han servido estos importantes hitos históricos para que impere la razón y la cordura entre los españoles.

No está siendo así, sin embargo. Por el irresponsable proceder del radical socialista José Luis Rodríguez Zapatero, padre de la primera norma revanchista y divisoria de la memoria histórica, y, especialmente, del actual presidente, Pedro Sánchez, apóstol de la vengativa y punitiva segunda Ley de memoria, la trayectoria política, singularmente del último mandatario, se está apartando incomprensiblemente de los parámetros constitucionales de 1978 y sacrificando los muy estimables valores políticos de la concordia y la legalidad constitucional, poniendo en serio peligro la unidad patria, la integridad del Reino de España, al unir su suerte, y la de todos los españoles, a las demandas de los separatismos hispánicos y de las disolventes ideologías del comunismo y el populismo de izquierdas.

Deliberadamente o no, la política sanchista ha resucitado los viejos demonios domésticos, aquellos que ya afloraron en la Segunda República y que, mal resueltos en su ‘tempo’ y enfoque, provocaron la demolición de este régimen político. Eran, recordémoslos, cuatro 'cuestiones' que la República quiso resolver aceleradamente y sin consenso y que tuvo por consecuencia agitar las 'madres' y provocar el enfrentamiento fratricida. Fueron: la cuestión religiosa, que derivó en puro anticlericalismo; la cuestión militar, tratada sin tacto; la cuestión social de la propiedad de la tierra; y la cuestión, arriesgadísima, de la integridad territorial del Estado. Aunque los tres primeros 'demonios' arrastran todavía polémicas y problemas que piden soluciones, no cabe duda que, por elección y conveniencia del sanchismo, la cuestión de los nacionalismos periféricos ha cobrado fortaleza. Las alianzas de Sánchez con el separatismo ha motivado que éste recobre vigor hasta el punto que la XVª Legislatura depende de partidos y líderes resueltamente independentistas que están chantajeando al Gobierno por siete desgraciados votos que Sánchez necesita por continuar en el ejercicio del poder.

Nadie sabe cómo va a terminar esta disparatada aventura del presidente español. Primero fueron los apoyos de un nacionalismo ¿colaborador? con los intereses generales del Estado (Pujol, Ardanza, Ibarretxe, Maragall…). Sin embargo ahora Sánchez ha franqueado líneas antes nunca traspasadas: indultos arbitrarios, modificaciones 'ad personam' de tipos penales, 'ayudas' del Ministerio Fiscal y la Abogacía del Estado a procesados que interesan al bloque gobernante, exoneración de responsabilidad contable en ciertas causas ante el Tribunal de Cuentas, pasando por lo inimaginable: la concesión –inconstitucional e inmoral– de una amnistía. El 'summum' del aventurerismo político hace esperar que el pragmático Sánchez ceda y convoque, bajo cualquier forma, una consulta para satisfacer los requerimientos separatistas de un referéndum de autodeterminación.

Esto, claro está, es jugar con fuego, lo cual Sánchez lleva haciendo desde el primer día de su mandato, el 1 de Junio de 2018. Ciertamente, Sánchez está jugando con fuego, pues todas esas cuestiones, especialmente, la territorial, lleva una fuerte carga de ignición que en cualquier momento puede prender fuego y abrasar, de nuevo, la convivencia de los españoles. Mal camino ha emprendido don Pedro.

Mientras, los españoles, quedamos expectantes de las componendas y espectáculos pirotécnicos de Sánchez sobre asuntos peliagudos y trascendentes, sabedores, desde hace tiempo, que nuestro presidente, por pura soberbia autocrática de mantenerse en el Gobierno, pacta lo que sea y con quien sea. De ahí la razón del título de esta tribuna de opinión: jugando con fuego.

Menester sería que, como el apóstol san Pablo, Sánchez cayera del caballo y, a tiempo, rectificara la mala línea política iniciada que, de proseguir, conduce a un puerto ni bueno ni seguro. El pueblo español debiera recobrar la sensatez, advertir a tiempo el precipicio, y defender la casa común retirando el apoyo a este político ciertamente de rasgos cesaristas, que arriesga con arrastrarnos a todos a un nuevo conflicto.

  • José Torné-Dombidau y Jiménez es presidente del Foro para la Concordia Civil