El 'Estado' palestino y la razón de Sánchez
La Autoridad Palestina carece de los atributos propios de tal: un pueblo asentado tras fronteras definidas y el control soberano del territorio por un gobierno legítimo. De hecho, se ha mostrado incapaz de imponerse en la franja de Gaza
El pasado miércoles, Pedro Sánchez anunció en sede parlamentaria el reconocimiento del «Estado» palestino, una decisión atolondrada que el voluntarioso José Manuel Albares pondrá sobre la mesa del Consejo de Ministros el próximo martes. No creo que a nadie le haya sorprendido, más aún en plena campaña europea. Ante la cita del próximo 9 de junio, el Gobierno –o mejor dicho, «ambos gobiernos»– necesitan capitalizar para sus respectivas facciones el cerril voto antisionista que arrastra la oleada woke, cuya rompiente hemos visto alzarse ante los mismos rectorados de nuestras casi inanes universidades públicas.
Confieso que no sé como podrá resolverse el conflicto árabe-israelí o si tendremos que esperar hasta que la Parusía llegue al valle de Josafat. Sí sé que un Gobierno que se precie, incluso siendo tan torpe e irrelevante en el contexto internacional como el de Sánchez, debería ajustar sus actuaciones en el exterior a dos criterios: servir el interés nacional y promover la paz y la estabilidad, que es abundar en lo mismo. Desgraciadamente, no vemos en la ejecutoria diplomática de este Gobierno más que sectarismo e intereses turbios.
Después de haber asistido al compadreo socialista con la tiranía venezolana –al que puso imagen el vergonzoso episodio de las maletas de Delcy– y al aún inexplicado zigzagueo del Gobierno –por así llamar a esta pandilla de zurdos– entre Argelia y Marruecos, acabamos pagando parias a un sultán que nos amenaza y humilla. Pero, a diferencia de España, Marruecos va a lo suyo, concertándose con Estados Unidos y el Reino Unido en la región del Estrecho con la mirada puesta en los Acuerdos de Abraham y en su cooperación tecnológica con Israel. ¿Dónde quedó entonces, dónde está ahora el interés nacional?
Ciertamente, no podíamos esperar ahora otra cosa que no fuese que se premiase a los malos reconociendo un Estado, en realidad, inexistente. La Autoridad Palestina carece de los atributos propios de tal: un pueblo asentado tras fronteras definidas y el control soberano del territorio por un gobierno legítimo. De hecho, se ha mostrado incapaz de imponerse en la franja de Gaza, que le fue entregada en 2005 por el Gobierno de Sharon. Al amparo de sus estrechos límites, Hamas, una enorme banda de asesinos bien regada de subvenciones, ha protagonizado los mayores horrores ante nuestros ojos y sigue reteniendo rehenes y bombardeando las ciudades israelíes. La violencia paga.
Se nos podrá contestar airadamente en ambientes zurdos o simplemente buenistas que el pueblo palestino está injustamente sometido por los sionistas, que las fronteras fueron trazadas en 1948 por las Naciones Unidas y que el Estado de Israel impide a la Autoridad Palestina controlar las zonas que, en el reparto de la «Palestina mandatoria», fueron asignadas a los árabes; pero Vd., estimado lector, conoce suficientemente este conflicto como para no dejar que le den gato por liebre. Fueron árabes palestinos quienes, setenta y cinco años atrás, no aceptaron, ni lo harían más tarde lanzando dos intifadas a despecho de los esfuerzos realizados en Oslo y Camp David, la solución «dos Estados», la misma que ahora incautos e interesados propugnan.
Ocho grandes conflictos armados y miles de muertos dan testimonio de aquello que el gobierno «A», por boca de nuestro canciller, soslaya hipócritamente, mientras el gobierno B, de Yolanda Díaz y Sira Rego, exhibe con tanto descaro: que el objetivo final de un Estado palestino sería extenderse «desde el río hasta el mar». Un poético eufemismo para referirse a lo que sería un nuevo genocidio antisemita. ¿Alguien puede creer que los israelíes, que han luchado con valor y eficacia contra cinco Estados árabes, dejarían de hacerlo ahora? Entonces ¿qué «solución» es ésta, Sánchez?
Antes aún que el Eretz Israel de sus mayores, el Gobierno de David Ben Gurión aceptó de buen grado el lote de su heredad que las Naciones Unidas le ofrecían porque el pueblo hebreo, representado por quienes ya habitaban el territorio, necesitaba un hogar nacional al que acogerse tras siglos de expulsiones y progroms, culminados por el horror del Holocausto. ¿Cómo pedir ahora a Israel que renuncie a defender un país que ha sido construido por generaciones con esperanza, esfuerzo y sacrificio? ¿Cómo pretender que un Estado no luche para liberar a sus ciudadanos tomados como rehenes o para protegerlos de ataques desde su misma vecindad?
De un gobierno envilecido como el que se ha apoderado de la Moncloa podríamos suponer casi cualquier cosa, pero no la simpleza de creer que el simple reconocimiento de un Estado ficticio entregado a una trama terrorista es manera de resolver una cuestión secular con raíces milenarias. La explicación es mucho más simple. A Pedro Sánchez le importa un bledo lo que pase con España, con Israel y con el «mundo mundial», con tal de mantenerse ÉL y su corte en la Moncloa. La razón de Sánchez, a falta de razón de Estado. Y para eso necesita siempre un puñado de votos más, aunque vengan manchados de odios ancestrales. Vale. Ya le habrá contado su amigo Tezanos, a quien pagamos todos con resignación, qué dice el hígado de las ocas.
- Agustín Rosety Fernández de Castro NEOS - Grupo de trabajo Cultura de Defensa