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TribunaGabriel Le Senne

La alternativa al globalismo socialista

Liberalismo, conservadurismo, patriotismo o tradicionalismo, no son categorías excluyentes, sino que se solapan en su mismo núcleo. Nos va la vida en conseguir unirnos para articular una alternativa que lo respete

Venía coleando desde hace tiempo, y con más intensidad la semana pasada, un cierto debate sobre justicia social, distributismo y libre mercado. Este debate ha cobrado aún más fuerza con la intervención del presidente Javier Milei en el apoteósico VIVA24, combinada con las de otras voces, como la de Marine Le Pen: ¿es posible, tiene sentido, albergar en un mismo evento voces tan discordantes, dicen los críticos?

Nacionalistas contra libertarios; tradicionalistas contra conservadores. Abundan las opiniones intransigentes y dogmáticas a favor o en contra de la 'justicia social', del mercado o del Estado. En muchas ocasiones, sin embargo, diría que la discusión es en gran medida semántica, y que tiene mucho que ver con distintas ideas de términos ambiguos o polisémicos, como el de 'liberalismo' o la expresión mencionada, 'justicia social'. Otras veces, las diferencias existen, es innegable, pero existe un núcleo común en el que estamos de acuerdo, mucho más importante que los matices que nos distinguen.

Por ejemplo, Javier Milei destacó los derechos clásicos del liberalismo: vida, libertad y propiedad, como los fundamentales que debe proteger el Estado. Se trata de la distinción también clásica frente a otros 'derechos' asistenciales, típicos de la confusión semántica alentada por la izquierda para 'resignificar' palabras, como ariete contra los valores tradicionales. Vida, libertad y propiedad son derechos intrínsecos a todo ser humano, que el Estado no concede, sino que meramente reconoce. El resto de 'derechos', como vivienda o 'trabajo digno', no son intrínsecos a la persona, sino que alguien debe proporcionárselos. Esto puede como mucho ser un deber moral, pero la capacidad de hacerlos efectivos y el modo de concretarlos dependerá de las circunstancias. La diferencia entre unos y otros, es esencial.

Pues bien, no cabe duda de que todas las familias ideológicas, liberales, conservadores, patriotas, tradicionalistas, estarán de acuerdo en proteger vida, libertad y propiedad, pues son valores sobre los que se ha fundado nuestra civilización. Están recogidos en los Diez Mandamientos, no por casualidad: «no matarás»; «no robarás».

Del mismo modo, unos y otros coincidiremos en la importancia de instituciones como la familia, que podríamos calificar como natural o tradicional, o incluso fruto del aprendizaje y la evolución social. También, en ese deber moral de atender a los necesitados, pero sin caer en el asistencialismo típico del socialismo, que engorda al Estado y crea dependencia, privando a menudo a los asistidos de su dignidad, entre otros funestos efectos secundarios.

Otra importante área de confluencia, derivada de las anteriores, es la oposición a la ingeniería social que emplea el socialismo globalista ('woke') como herramienta para su proyecto, erosionando la cohesión social, difuminando las diferencias culturales y tendiendo a reducir la población global. La sustitución de los dos sexos naturales por la escala de 'géneros'; la segmentación de la población en distintas categorías enfrentadas entre sí (sexos, razas, orientaciones sexuales, clases, hasta 'cuerpos normativos' versus 'no normativos'); el ecocatastrofismo y las consiguientes medidas intervencionistas; el autoritarismo sanitario… Todo confluye, consciente o inconscientemente, en la disrupción de la sociedad tradicional y sus estructuras, dejando unos individuos aislados y confundidos, facilitando el proyecto globalista, que además, por esta ingeniería y por las medidas que emplea, es un proyecto netamente socialista, en el sentido ‘liberal’ del término. Por todo ello, unos y otros estaremos de acuerdo en oponernos al mismo.

Como también se dijo en el VIVA24, se trata de una lucha a vida o muerte, porque esta 'izquierda transformadora', como gusta denominarse ahora, supone el fin de nuestra civilización como la hemos conocido. Civilización que ha permitido en los últimos dos siglos el mayor desarrollo conocido de la humanidad, y que está ahora en serio peligro. Como prueba irrefutable está el hecho de que ni siquiera es capaz de garantizar el relevo generacional, o, como algunos dirían ahora, su 'sostenibilidad demográfica': en países como España, cada generación es ya prácticamente la mitad que la precedente. La emergencia no es climática, sino demográfica.

En consecuencia, procedería dejar de lado los detalles que nos separan, para fijarnos más en lo esencial que nos une: defender vida, libertad y propiedad; regenerar la democracia, pero de verdad, no como cínicamente dice pretender la izquierda mientras hace lo contrario, sino fortaleciendo la separación de poderes, la independencia del poder judicial, la libertad de prensa, la formación de ciudadanos libres y responsables; la lucha contra toda ingeniería social y el fortalecimiento de la nación, como estructura nacida del orden espontáneo y la natural evolución social, y freno del globalismo. Liberalismo, conservadurismo, patriotismo o tradicionalismo, no son categorías excluyentes, sino que se solapan en su mismo núcleo. Nos va la vida en conseguir unirnos para articular una alternativa que lo respete.

  • Gabriel Le Senne es diputado por Vox y presidente del Parlamento balear