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tribunaJosé M. de la torre y montoro

Europa contra los europeos

La iniciativa tuvo gran éxito y el camino consistió en crear una serie de políticas comunes, preferentemente económicas que allanaran el camino hacia un estrecho entendimiento político, sin que ello significara la desaparición de los estados-nación existentes

Si Schuman, Monnet, Bech, Adenauer o De Gasperi, todos ellos «padres fundadores» de la Comunidad Europea resucitaran y contemplaran hoy la UE, regresarían horrorizados a sus tumbas porque la ineficiente y dictatorial megaestructura burocrática creada a partir del Tratado de Maastricht (1992) y, sobre todo, del Tratado de Lisboa (2007) nada tiene que ver con el ideal liberal y democrático que concibieron aquellos fundadores.

La idea fundamental, después de tres conflictos franco-alemanes en 70 años, dos de ellos mundiales, fue «nunca más una guerra entre europeos». La iniciativa tuvo gran éxito y el camino consistió en crear una serie de políticas comunes, preferentemente económicas que allanaran el camino hacia un estrecho entendimiento político, sin que ello significara la desaparición de los estados-nación existentes.

El eje en torno al que giraban las comunidades europeas era el Consejo, formado por los representantes de los estados miembros, dotado de poder de decisión y encargado de coordinar las políticas. Seguía la Comisión, cuyo cometido principal consistía en velar por el cumplimiento de los Tratados y de las decisiones emanadas del Consejo y formular recomendaciones. Un Tribunal de Justicia se encargaba de la aplicación del derecho comunitario en los EE.MM. y por fin, una Asamblea Parlamentaria, con poderes limitados, reunía a diputados seleccionados en los parlamentos nacionales. La estructura era sencilla, ágil, eficaz y barata.

¿Con qué nos encontramos hoy? Con otra completamente distinta: complicada, torpe, ineficaz, muy cara y, sobre todo, opuesta a los valores y principios que inspiraron a los padres fundadores, luego plasmados en los tratados de París y Roma.

La Comisión, que no tiene legitimidad democrática alguna se ha autoerigido en la autoridad máxima de la UE. El Consejo, genuino representante de los, teóricamente, democráticos EE.MM., tiene un papel secundario y subordinado a la omnipotente Comisión. El Parlamento, dominado desde tiempo inmemorial por una férrea alianza entre populares y socialistas, deja poco espacio al debate político serio y de fondo y margina a otros grupos políticos menores, de derecha, liberales, conservadores, etc. Sólo los minoritarios verdes gozan hoy de cierto predicamento, consecuencia del pensamiento medioambientalista dominante en Europa.

¿Cómo afecta esta verdadera prostitución de los valores y principios fundacionales a la vida cotidiana de los europeos? En mi opinión, de la peor manera. Tomemos, en aras de la brevedad, tres políticas centrales de la UE y examinémoslas:

1.- La política agrícola común. Se creó con dos objetivos: garantizar la seguridad alimentaria de Europa y elevar a niveles dignos la renta de los agricultores. Los cumplió mejor que peor hasta que la UE cayó en las garras de la globalización, impuesta desde muy arriba. Como todo europeo puede hoy comprobar con una visita a cualquier mercado, Europa es hoy el destino de una gran parte de la producción agrícola y ganadera de países terceros, que la venden a bajo precio y sin cumplir la montaña de normas que la Comisión impone a nuestros agricultores, mientras que cantidades escandalosas de productos europeos se quedan sin recoger, se venden a pérdida o van al vertedero. Mientras, se cierran granjas, disminuyen los agricultores y los pocos héroes que van quedando, no tienen más remedio que salir todas las semanas a protestar, desde Bruselas a Roma para exigir unos precios justos que les permitan sobrevivir.

2.-La política industrial. Europa entró en la edad moderna gracias a la industria, que revolucionó el continente. Durante más de 150 años constituyó la columna vertebral de los países más avanzados y contribuyó a la dignificación y prosperidad de los trabajadores. Hasta hoy. Como consecuencia de las medidas disparatadas dictadas por Bruselas y por la cadena continua de privilegios aduaneros y de otra clase a productos de países terceros, principalmente China y otros asiáticos, la industria europea se halla en vías de desaparecer. De nuevo, invito a mis compatriotas europeos a pasar por cualquier establecimiento comercial y mirar el lugar de fabricación de cualquier producto. En el 90 % de los casos Made in China o Vietnam o Malasia o Corea. Esto es gravísimo y no sólo por la pérdida de puestos de trabajo y riqueza, sino porque Bruselas ha puesto las cadenas de suministro de productos esenciales en manos foráneas lo que nos llevó, como tristemente comprobamos durante la pandemia, a depender de la benevolencia o del capricho de gobiernos extranjeros para dotar a nuestros hospitales de respiradores, mascarillas, equipos de protección y medicamentos.

3.-La política energética. En Bruselas todavía no han comprendido que durante 3.000 millones de años el clima de este planeta llamado Tierra ha cambiado continuamente y sin intervención humana alguna se han alternado periodos muy largos de frío glacial y calor sahariano, de concentraciones de CO2 y metano cien veces mayores que las de hoy y aun así, la vida ha prosperado y han aparecido especies nuevas, como la humana y otras se han extinguido. Pero estos apóstoles de la nueva religión dogmática llamada calentamiento global primero y ahora cambio climático, no aprenden. Y en consecuencia imponen una serie de medidas draconianas que prácticamente persiguen convertir Europa en una superficie con la limpieza de un quirófano, mientras que todo lo que no sea territorio europeo puede estar tan sucio como un estercolero. Hay que «descarbonizar» es el grito de guerra y por lo tanto hay que prohibir centrales eléctricas de carbón, aunque China inaugure una nueva por semana, acabar con las nucleares, que no emiten CO2, eliminar los vehículos diésel y de gasolina, pero no sus aviones privados, aumentar las renovables, aunque el 95% de los paneles fotovoltaicos provengan de China a la que le importa un bledo la descarbonización. Consecuencia: los europeos pagamos la energía más cara del mundo, lo que arruina nuestra industria, aumenta artificialmente los precios y disminuye nuestra riqueza y bienestar.

Pero está en nuestras manos cambiar este sinsentido. El día 9 elegiremos un nuevo Parlamento Europeo. Tenemos la grave obligación de acabar con la camarilla sumisa a los intereses de la globalización y favorable a la desaparición de nuestros estados. Personajes como Ursula von der Leyen, Frans Timmermans, Charles Michel, Ylva Johansson o Kadri Simson no deben volver jamás a dirigirnos desde Bruselas sin que respondan de su gestión y sus actos queden impunes. Es imprescindible cambiar la Unión Europea de arriba abajo y el cambio tiene que empezar el 9 de junio, ejerciendo nuestro derecho al voto de manera responsable y con la mirada puesta en nuestros intereses como europeos y no en los intereses de las élites globalistas o de países no europeos, tanto al Este como al Oeste, que sólo persiguen mantenernos sumisos y domesticados.

  • José M. de la Torre y Montoro es embajador de España