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TribunaAlfredo Liñán

Aquí mi señora, aquí la derecha

Desde los tiempos del hijo de la Dolores, los más viejos del lugar, no recuerdan un caso tan descarado de utilización de la honra de la mujer como tapadera y, además, con el aplauso y los arrumacos de las más conspicuas feministas del agravio perpetuo

Cuando, paciente lector –¿hay alguien ahí?–, me haga la caridad de leer estas líneas, la suerte estará echada y los resultados euro-electorales serán ya parte de la historia. Pero ahora, cuando escribo, aún son carne de encuesta. Ahora estamos aún inmersos en el bochornoso espectáculo de esta España que anda siempre pidiendo escaleras para subir a la cruz y proclamar desde allí sus anatemas contra quien osare opinar distinto. Cuando escribo estas líneas, aún no me he repuesto del todo de la impresión de la segunda carta del profeta enamorado de la luna monclovita, ni del espectáculo de sus fieles cachorros –y ellas– con el cafre al frente, acometiendo bizarramente a quien dudare del buen nombre y honesta vida de la nuestra señora doña Begoña del sofrito académico. 'La presidenta' al decir del portavoz Patxi y además López. Cuando escribo, la Fiscalía –los antiguamente conocidos como 'hombres del rey'– ha alcanzado los más altos grados de desprestigio, sometidos al «pues eso» del sátrapa; los jueces andan doliéndose de la suerte de varas a la bolañosa que han soportado por su descaro inmisericorde con la doña; y los ciudadanos encogiéndose de hombros ya han comenzado a pensar en el chiringuito ahora que, pese al cambio climático, al fin llegó el verano.

Desde los tiempos del hijo de la Dolores, los más viejos del lugar, no recuerdan un caso tan descarado de utilización de la honra de la mujer como tapadera y, además, con el aplauso y los arrumacos de las más conspicuas feministas del agravio perpetuo. Que la mujer, en general, sienta una vocación irrefrenable para hacer de «influencer» –maldito palabro– es un lugar común, machaconamente descrito en la literatura clásica. Nada nuevo. A la mismísima Virgen María se la ensalza como «advocata nostra». Pero resultó que, al parecer, la señora se pasó de frenada y la «internacional derechista» convirtió sus andanzas en copla, decidida a matarla de vergüenza y sinsabores. Pero ahí estaba, presto al quite, el afamado lidiador Guapete de la Moncloa quien, vestido de ofendido y plata, intentó convertir al denunciante en denunciado y a la acusada en víctima inocente, utilizándola sin pudor alguno como muleta. Y resultó que la campaña se vistió de Begoña, mientras en las corruptas democracias occidentales, que decía F.F., se hacían cruces ante tanto desahogo.

De todas formas y pese a las buenaventuras del inevitable Tezanos, el galán no las tenía todas consigo y andaba como gato escaldado. Hasta que la luz llegó de la mano de la mismísima derecha que haciendo gala de su inveterada vocación suicida le allanó el camino repartiendo mandoble a su diestra y haciendo el caldo gordo a su siniestra. «Non o podo crer» murmuraba Feijóo ojeando las lindezas que la yunta Buxadé-Abascal le dedicaban día sí, día también. «Fan o inimigo equivocado» insistía mientras buscaba cómo devolverles la jugada. A lo lejos, la lucecita de la Moncloa parpadeaba de regocijo. «Ya ves Bego, podíamos habernos ahorrado tanto sofoco. Con dejarlos solitos…»

Y colorín colorado. Al fin todos fueron felices y comieron perdices. Digo yo…

  • Alfredo Liñán Corrochano es licenciado en Derecho