Gibraltar
Desde la firma de los tratados de Utrecht en 1713, Gibraltar es una colonia del Reino Unido que le ha servido desde entonces para favorecer sus intereses imperiales, militares, económicos, comerciales y financieros. Pero no sólo del Reino Unido, hoy Gibraltar es también una base de la OTAN al servicio también de los intereses norteamericanos. Debe tenerse muy en cuenta este aspecto antes de abordar seriamente la recuperación, parcial o total de la soberanía, y será imprescindible la conformidad de Washington ante cualquier modificación del estatuto político y jurídico del Peñón.
Ahora, como consecuencia del Brexit, España, motu proprio, se ha metido en un lío monumental al promover una negociación, no sobre la recuperación de la soberanía, que sería lo lógico, sino para consolidar los derechos del Reino Unido y de los gibraltareños tras la salida de la UE. Para colmo, en lugar de negociar bilateralmente con Londres, la otra parte con voz y voto en el asunto, España descarga en la Comisión Europea la negociación, aunque con cierto derecho de aprobar o no lo que decida Bruselas. No me cabe en la cabeza cómo, en un proceso cuyo objetivo debería ser acabar con una situación colonial, España deja en manos de la UE asuntos tan fundamentales. Porque si se alcanza un acuerdo, será un acuerdo de la UE, no de España. Ahora parece que nos encontramos en una etapa avanzada de la negociación que, para confundir al respetable, se disfraza bajo el título confuso y equívoco de «creación de un espacio de prosperidad compartida». No me cabe duda de que si este proceso continúa como hasta ahora los únicos beneficiarios de esa prosperidad serán los gibraltareños, que jamás han compartido nada con España, como no sean los perjuicios del contrabando, del lavado de dinero y las continuas afrentas y ofensas que nos dedican, protegidos por el paraguas de Londres.
García Margallo fue un ministro de Exteriores de quien lo menos que se puede decir es que era peculiar. Otros lo calificarán de otra manera menos benévola, pero lo cierto es que él tenía, como la tuvo Castiella, una idea clara de lo que Gibraltar representaba para España. Recuerdo, yo entonces estaba en el Ministerio, que tras conocer los resultados del referendum del Brexit dijo, al referirse a Gibraltar, «tardaremos menos de lo que se piensa en poner nuestra bandera» Y creo que Margallo tenía razón, pues había ideado un plan, cuyos detalles desconozco, pero que seguramente estaba bien concebido para, tras una serie de etapas, recuperar el Peñón. Lamentablemente se estrelló y nunca mejor dicho, contra un marmolillo llamado M. Rajoy. Este registrador de la propiedad, protegido de Fraga, consiguió llegar a ser nada menos que presidente del Gobierno tras el incomprensible dedazo de Aznar y la catástrofe zapateril. Pero ahí se paró todo. Tras el notable esfuerzo de aprender de memoria la Ley y Reglamento Hipotecarios, decidió que a partir de entonces su única lectura consistiría en el Marca y quizá el AS, por hacerle un guiño a su amada Prisa, pero no más. Eso de gobernar se lo dejaba a Soraya, una pizpireta abogada del Estado, cuyos éxitos políticos, sobre todo en Cataluña, son inolvidables. Cuando Margallo tuvo la paciencia de explicar su plan a Rajoy, este contestó que eso «era mucho lío» y sanseacabó. Luego hizo ministro a Dastis, de quien nadie esperó nunca que planteara líos a su presidente. Pero Rajoy se fue entre vapores escoceses, llegó Pedro Sánchez y nombró ministro a Borrell, quien dio los primeros pasos hacia este absurdo de la prosperidad compartida.
Pero ahora es ministro Albares, quien parece gozar de cierta influencia sobre Sánchez. Si yo fuese Albares, cortaría en seco este sinsentido de negociación. No da casi nada a España y todo al Reino Unido. España cederá gratuitamente todas las bazas que tiene en su mano para recuperar el Peñón en un futuro más o menos próximo. Suprimir la verja no aumentará los escasos deseos de los llanitos por ser españoles. El uso conjunto del aeropuerto no hará más que legitimar la usurpación, robo, del istmo por parte de los británicos. El contrabando crecerá, las diferencias entre los impuestos de España y Gibraltar persistirán y la opacidad bancaria y financiera continuará. Por el contrario, los gibraltareños vivirán en el mejor de los mundos: fuera de la UE, pero con todas sus ventajas. Por la mañana, sus negocios en el Peñón, por la tarde a jugar al golf en Valderrama y por la noche unas copas en el Club de Polo Santa María de Sotogrande.
Por parte española no se comprende la prisa del Sr. Triano, secretario territorial de Comisiones Obreras que el 1 de Mayo pasado manifestó que «era necesario acabar con la incertidumbre que padecen miles de personas que trabajan en el Peñón» ¿Qué incertidumbre? Con o sin acuerdo, Gibraltar no podrá prescindir de los 10.000 españoles que trabajan allí a diario y que forman la columna vertebral de su economía. Aún más dañina es la postura sumisa a los intereses británicos del Sr. Ruiz Boix, presidente de la Comisión de AA.EE. del Congreso y alcalde socialista de San Roque, quien temerariamente y sin datos que lo avalen declara que el 99 % de la población del Campo de Gibraltar no comparte la reivindicación española sobre la soberanía del Peñón.
Y si de soberanía hablamos, conviene recordar que el Gobierno británico ha reiterado que sólo alcanzará un acuerdo si salvaguarda su soberanía sobre Gibraltar, protege plenamente las operaciones y la independencia de la base militar y siempre que el gobierno local dé su aprobación. Y Picardo, el ministro principal gibraltareño, manifestó en los Comunes que no estaba dispuesto a ceder ni un ápice de la soberanía británica. Está claro que para este viaje no necesitamos alforjas.
El 12 de Junio de 1987, Ronald Reagan, ante el Muro de Berlín proclamó «Señor Gorbachov, tire abajo este muro» Hoy me permito copiar al presidente norteamericano y decir: Señores Sánchez y Albares, no tiren abajo esa verja.
José M. de la Torre y Montoro es embajador de España