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TribunaRoberto Esteban Duque

La instrumentalización gubernamental de los abusos de la Iglesia

La inopinada carta de Bolaños al presidente de la CEE, Luis Argüello, advirtiéndole que no aceptaría su plan para las víctimas sin el control del Estado, mostraba así sus cartas y sus únicos verdaderos objetivos en la situación traumática de las víctimas

En un esfuerzo por reformar a los prisioneros, Michel Foucault denominó «poder disciplinario» a aquel que busca maximizar la utilidad y obediencia de los individuos a través de técnicas de control, como el confinamiento, el establecimiento de clasificaciones y el seguimiento de horarios rigurosos, siendo capaz incluso de castigar a través de métodos que reafirmen la superioridad del soberano.

El escenario ideologizado en el que se está convirtiendo la cuestión de los abusos en la Iglesia ha encontrado un caldo de cultivo específico en la injerencia del Gobierno, dispuesto a dar la batalla ante un enemigo que ya no se encuentra en la decadencia que lo estaba con el cardenal Omella. Algunas organizaciones de víctimas deberían trascender la ideología y estar atentos a la verdad, si no queremos ser engullidos por nuevos inquisidores que sólo buscan diseñar un mundo sin Dios y sin más autoridad que el dictado del propio inquisidor.

El uso instrumental que el Gobierno está haciendo de las víctimas no acierta el pueblo a descubrirlo, pero está obligado a no vivir en tinieblas, en una penumbra infinita y en una ambivalencia fundamental, aunque buena parte de la oscuridad la haya provocado la propia Iglesia con los actos patológicos del clero, en una lacerante contradicción entre lo que debiera ser una unidad entre el ministerio y la vida.

El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, en un viraje tan súbito como calculado, se reunía el lunes con asociaciones de víctimas de abusos en la Iglesia, justo un día antes de la Asamblea Plenaria Extraordinaria de la Conferencia Episcopal Española, donde se debatía la aprobación del Plan de Reparación Integral a las Víctimas de Abusos. La inopinada carta de Bolaños al presidente de la CEE, Luis Argüello, advirtiéndole que no aceptaría su plan para las víctimas sin el control del Estado, mostraba así sus cartas y sus únicos verdaderos objetivos en la situación traumática de las víctimas.

Bolaños es el prototipo del político cínico moderno, enlazando un cinismo riguroso en los medios (reunirse con todos) con un inmoralismo también riguroso en las metas (enfrentar a las víctimas con la Iglesia): «Ha costado mucho que las víctimas consigáis que la Iglesia reconozca el daño como para que ahora no se os garantice una reparación adecuada. El Gobierno estará a vuestro lado», sentenciaba el inquisidor en su reunión el pasado lunes con las asociaciones de víctimas, para apostillar que cumplirán «fielmente» con las recomendaciones recogidas en el Informe del Defensor del Pueblo, asumidas por el Ejecutivo en abril del 2024.

Es decir, sólo el Gobierno «está a vuestro lado», es el único que puede ofrecer una reparación saludable, otorgar una razón para salvar a las víctimas y dominar así las conciencias, manipulando la necesidad de una respuesta nunca concretada de manera justa y razonable. Al operar con estos principios y con la promesa de la felicidad, el gobernante puede convencer a cada colectivo a alienarse a sus preceptos. El Gobierno guiará la conciencia de las víctimas, escuchará los secretos más atormentadores de su conciencia, todo lo pondrán bajo su conocimiento y sólo él podrá liberarlos de tantos sufrimientos acaecidos a lo largo de décadas.

El ministro aseguraba que tratará de acordar con la CEE un sistema bilateral entre la Iglesia y el Estado, que cuente con las víctimas, generando un «entorno seguro y de confianza» en el planteamiento de los casos, siguiendo «criterios transparentes», que compensen «adecuadamente» a las víctimas y que esté formado por profesionales independientes. El inquisidor afirmaba que el Gobierno no aceptará «en ninguna circunstancia» un sistema unilateral como el que los obispos han propuesto y del que ha asegurado que el Ejecutivo no tenía conocimiento.

Parecía necesaria esta estocada de una convocatoria urgente con las víctimas y de una carta inopinada a Luis Argüello, presidente de la Conferencia Episcopal, para seguir aprendiendo cómo se las gasta el Ejecutivo con la Iglesia, precedida además de un ambiente hostil por el desplante de algunos colectivos a una previa reunión con la CEE y la Confer. Si es cierto que en esta vida por casi todo hay que pagar un precio, quizá demasiado elevado, injustificable y exigente, no vale sin embargo pagar cualquier precio, como es el descaro institucional del Ejecutivo en el caso de los abusos a menores por parte del clero.

Así se lo ha recordado Argüello este martes al ministro Bolaños en la rueda de prensa final de la Asamblea Extraordinaria de la CEE. Argüello comenzaba por afirmar aquello de Emmanuel Lévinas sobre la importancia del rostro: «Hemos aprendido la importancia de cada rostro, que pide discreción y lealtad». La dimensión de lo divino se abre a partir del rostro humano. El rostro del prójimo que sufre, el rostro del necesitado, «un rostro que es huella irrepresentable, modo del Infinito», en expresión del filósofo.

Pero la sombra del inquisidor Bolaños sobrevolaba entre los periodistas y sobre el mismo Argüello, que, sin preguntarle, por si acaso alguien lo olvidaba, quiso recordar que la unilateralidad mencionada por el inquisidor, «lejos de ser un reproche es un elogio», en la medida en que «es nuestra toma de decisión libre, que responde a una obligación moral», dando así «un paso al que no estamos obligados jurídicamente». Para terminar, le recuerda al ministro que «el Gobierno de la nación, el Gobierno de un Estado democrático, debe respetar las reglas de juego», así como «pensar en todas las víctimas de abusos que se producen en el territorio del Estado».

Por suerte, tenemos en la Iglesia un presidente de la CEE inteligente y valiente, que aprovecha la crisis interior para ofrecer esperanza, reaccionando con virtud y prudencia a las presiones de Bolaños y ofreciendo un plan de reparación a las víctimas, con el fin de que no prevalezca la confrontación ideológica sobre la verdad. Con estas credenciales, se recorre con más seguridad el camino, se abre una etapa para el diálogo, dejando claro cuál es el papel que cada uno deberá jugar en tan delicado asunto como el de los abusos a menores.

  • Roberto Esteban Duque es sacerdote