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TribunaIgnacio García de Leániz

Lecciones veraniegas de Luis de la Fuente

La gran paradoja y enseñanza de nuestro entrenador es que la autoridad que poseía su liderazgo ante el equipo estaba basada en un «estilo de gestión humilde» que por osmosis se trasladaba a todos sus jugadores, con independencia de su renombre internacional (tales como Rodri o Fabián, por ejemplo)

para nuestra vida pública y privada es posible extraer de la figura del entrenador de la campeona selección enseñanzas muy necesarias en medio de nuestra marasmática –y esperpéntica– realidad nacional.

Del desempeño y triunfos de Luis de la Fuente podemos destacar las siguientes virtudes y competencias críticas íntimamente conectadas entre sí: humildad, seniority y espíritu innovador. Veámoslas por separado:

1. Humildad: Ya Cervantes nos avisaba de que «la humildad es la base y fundamento de todas las virtudes y que sin ella no hay alguna que lo sea.» La modestia y el segundo plano de nuestro seleccionador ha contrastado en Alemania con la fatuidad y fanfarronería que padecemos en nuestra vida pública, también deportiva. Parco en palabras y enemigo de la charlatanería imperante, De la Fuente se conoce a sí mismo en sus fortalezas y limitaciones, lo que le hizo rodearse de un staff técnico de primera categoría encabezado por Pablo Amo. Solo la humildad nos permite escuchar, recibir consejos y rectificar nuestras decisiones. La gran paradoja y enseñanza de nuestro entrenador es que la autoridad que poseía su liderazgo ante el equipo estaba basada en un «estilo de gestión humilde» que por osmosis se trasladaba a todos sus jugadores, con independencia de su renombre internacional (tales como Rodri o Fabián, por ejemplo). En la feria de las vanidades en que se ha convertido nuestra vida pública, no solo política, la discreción y el comedimiento de nuestro seleccionador nos ofrece un modelo de comportamiento para alcanzar las metas profesionales deseables, la comunicación con los demás y un punto de salida al gran choque de egolatrías en nuestra arena política.

2. Los beneficios de la «seniority»: De la fuente no es un entrenador joven sino maduro (63 años), de la misma generación que Ancelotti. Frente al juvenilismo imperante –también en el mundo de los entrenadores– nuestro seleccionador ya sin pelo, lleva cerca de medio siglo ligado al mundo del futbol desde sus primeros años en San Mamés. Y ello significa que la experiencia y la senectud suponen como en la Roma clásica –y como se valora cada vez más en las empresas dada la gran escasez de talento– una competencia crítica para poder gestionar adecuadamente equipos de trabajo basándose en los conocimientos y experiencias positivas y negativas previas del líder en cuestión. Pero esa misma «seniority», que tiene mucho que ver con la educación recibida en casa en los primeros años y luego en los juveniles de Lezama, es la que le ha permitido a Luis de la Fuente «saber estar-saber hacer», dar una sensación de señorío que los jugadores respetan y aprenden a su vez. Y tengamos en cuenta que la gran crisis nacional que padecemos es una pérdida galopante del «saber estar» de nuestros actuales dirigentes. La pérdida de las formas, (tan importantes en la actividad política y diplomática) que padecemos, ha sido puesta en cuestión precisamente por la cortesía y buenas maneras de nuestro seleccionador, por esa su «calidad personal», que se opone a lo zafio, grosero y plebeyo. Ya Julián Marías nos advertía de la importancia precisamente de la «categoría humana» en nuestras relaciones privadas pero también en la vida pública y que solo podíamos confiar nuestro voto a aquellos que mostraran cordura, buenos modales, decencia y talento. Justo lo contrario de lo que está pasando hoy.

3. Espíritu innovador: Pero esa «seniority» amasada por el paso de años y sus experiencias previas como seleccionador de las sub-19, 21 y 23, no ha impedido a De la Fuente, más bien lo han posibilitado, introducir todo un cambio de modelo en el juego y equipo de nuestra selección. Tras realizar un diagnóstico realista de nuestros puntos de dolor, debilidades y errores del equipo del Mundial de Qatar, se han introducido cambios en los convocados y en el patrón de juego que suponían todo un reto de gestión de la transformación. Con un proyecto claro y potenciando talento creativo muy joven, España se presentó ante sus rivales con un juego difícilmente anulable basado en un orden y contención combinados con una creatividad desbordante en el ataque. Y nos ha suministrado una buena lección de cómo situaciones terminales pueden revertirse con un proyecto convincente que recupere la ilusión y el amor por la obra bien hecha.

Estas y otras cosas más nos ha enseñado desde su laboriosa modestia callada Luis de la Fuente en su triunfo alemán. Y nos muestra de paso que frente a la creciente politización y vulgarización de la vida y del descenso de la calidad personal entre nosotros, hay una porción de la nación callada y continua que en su discreción se muestra diariamente fiel a la aspiración del «trabajo gustoso» del que Juan Ramón escribió: «Trabajo gustoso, respeto al trabajo gustoso, grado sumo de la vida.» Esa felicidad que nuestro seleccionador experimentó una tarde esplendorosa en Berlín por la obra bien hecha. Y nosotros también.

  • Ignacio García de Leániz Caprile es profesor de Gestión de Recursos Humanos en la Universidad de Alcalá de Henares