La secta del perro
Acto seguido, los socialistas se apropian del apodo. «Perro Sanxe» se imprime en camisetas y da ocasión tanto a memes como a canciones
La intervención tuvo lugar en Cuenca. El periodista entonces más poderoso de España toma la palabra. La prensa local no recoge sus gestos, pero seguramente adopta las formas del militar corso. Lo facilita su inequívoco parecido con el Napoleón del final del Imperio. Bajo, chaparro, de rostro duro y ojos penetrantes. Él lo sabe y se recrea: la mirada, fija y arrebatada; la palabra, marcial y despreciativa; una mano a la espalda y la otra, bajo la chaqueta, cuidadosamente descansada sobre el epigastrio. Con idéntica falta de pudor se vanagloria: los periódicos de los últimos lustros, gracias a él, se han identificado con los principios del Gobierno. No duda así en reconocer que la suya, la del grueso del reporterismo, es una postura «cínica». Y es que no debe olvidarse, remacha, que «cínico» etimológicamente viene de «kinos», término que en griego significa «perro». Resumiendo: la prensa española expresa por entonces una lealtad canina hacia su dueño.
Varias décadas después, el 7 de abril de 2021, un reportero entrevista para Telemadrid a un niño en la estación de Navacerrada. El Ministerio para la Transición Ecológica acaba de decidir el final del uso deportivo de las pistas de nieve. «No nos cierres, Perro (sic) Sánchez, eres lo peor», se despacha en directo el pequeño con esquís. La inocencia del párvulo en el adulto se transforma en estulticia. Acto seguido, los socialistas se apropian del apodo. «Perro Sanxe» se imprime en camisetas y da ocasión tanto a memes como a canciones. El presidente lo asume como marca de su candidatura y lo pasea en sus apariciones en El Hormiguero, Julia en la Onda o en un streaming a la altura académica de la Ivy League titulado La pija y la quinqui.
Este pasado mes de abril, y tres días después de que el Juzgado de Instrucción número 41 de Madrid abriera una investigación contra la mujer del presidente, Begoña Gómez, por presunto tráfico de influencias y corrupción en los negocios, Teresa Ribera intervino ante el Comité Federal del PSOE. La ministra responsable de la clausura de la estación de esquí madrileña defendió a Sánchez: «Nos pueden llamar perros porque somos fieles y leales».
Todo parecido entre el cinismo clásico y el de hoy resulta pura impertinencia. Por «cínicos» tenemos a los de la secta helénica que llevaron la vida del can callejero que se solazaba al sol en el ágora de Atenas o el mercado de Corinto. Adoptaron el emblema del animal impúdico por excelencia, que para los griegos representaba un rastrero insulto. Helena, la más hermosa de las mujeres, advierte su moral pulgosa ante los muros de Troya. «Yo, cara de perra», se lamenta mientras sus dos hombres combaten a muerte por su culpa. Sin embargo, Diógenes de Sinope (400-323 a.C.) lo asume como el título que más le hace justicia. Habita una tinaja, accede a los espectáculos cuando el público los abandona (la representación ya ha terminado) y realiza las más obscenas funciones corporales a la vista de todos. Huye de las convenciones sociales y se distingue por un atuendo escueto y mendicante. Verdaderamente es la forma de vida grosera, desvergonzada y cáustica en la que se reconoce Diógenes, El Perro.
Ahora bien, por lo mismo aquel «Platón enloquecido» desprecia el poder y sus oropeles. Cuentan que, en cierta ocasión, el joven macedonio que se había elevado al trono del mundo, se dirigió a pie firme al ilustre harapiento:
—¿Qué quieres de mí?» —le preguntó Alejandro.
–Que te apartes un poco y no me quites el sol» —obtuvo por respuesta desde el suelo.
Para El Perro no hay forma de corromper a quien es pobre de veras, ya que «el amor al dinero es la metrópolis de todos los males».
Por todo ello, un presidente aporofóbico, ágrafo e inane, bien provisto de una corte de corifeos, pertenece a otra muy distinta secta del perro. La obsequiosa y lacayuna de quienes, como Juan Aparicio, director general de Prensa del franquismo y cínico autor en 1953 de aquel discurso en Cuenca, quieren amedrentar a los periodistas. Como si fueran lo que son: patéticos Napoleoncitos de pacotilla.
- Álvaro de Diego es director del Departamento de Periodismo y Narrativas Digitales de la Universidad CEU San Pablo