Libres errantes
Esos libres hoy están en peligro. Por defender los ámbitos privados de los ciudadanos frente a interferencias del poder establecido, por advertir el peligro cuando apenas se manifiesta y saber de la importancia del gobierno limitado
Existen individuos que parecen haber nacido predispuestos a la libertad y otros que llegan a ella por educación o experiencia. Son independientes, autónomos, valientes y nada dogmáticos. Mejoran o intentan mejorar sus condiciones de vida y las de sus semejantes por talento y trabajo. No viven pendientes de la vida de los demás, muestran desconfianza frente al poder y saben que pueden verse obligados a huir cuando la tiranía acecha.
Estos libres coexisten con quienes abrazan la ideología y la servidumbre. Oportunistas y arribistas centrados en los trapicheos políticos, siempre dispuestos a vivir directa o indirectamente de los demás. Hoy convertidos la mayoría en activistas, trabajan incansablemente para establecer cómo debemos comportarnos y organizar nuestros asuntos, aplicándonos códigos éticos y morales que ellos mismos han prestablecido.
Esta diversidad de espíritu humano tiene enorme trascendencia, pues los acontecimientos del mundo, la estabilidad, seguridad y prosperidad de nuestras sociedades, así como su decadencia, depende del liderazgo de unos u otros. Libres y corajudos, por un lado, mediocres, serviles, rencorosos y cortesanos por otro.
El asunto recuerda la obra El Manantial, de Ayn Rand, pero también a Popper cuando citaba a Pericles como ejemplo de gobernante que creía en la libertad o en lo que él denominó sociedad libre, que no es más que un modo de organización dirigida por los de la primera clase en beneficio de la totalidad. El complemento, creo, sería Maquiavelo, que destacó a los romanos por ser valerosos y porque advertían los peligros antes de que llegasen. Se apresuraban a precaverlos aun asumiendo guerras, pues eran conscientes de que aplazarlas no hacía más que dar ventaja al enemigo o la amenaza. Esto es en gran medida esa herencia grecorromana que conformó Occidente, hoy en organizada descomposición.
En efecto, en nuestros sistemas y sociedades políticas actuales confluyen, por un lado, partidarios de la libertad, hoy exorcizados, y por otro, defensores de las cadenas, que son hegemónicos. Los socialistas de todos los partidos, que diría Hayek. Demócratas en sentido estricto, que saben de las ventajas para todos de la libertad, pero también tiranos o demócratas que ejercen con reserva mental, obsesionados con la industria de la igualdad. En ese negociado cualquier socio es bienvenido, por muy equivocado que éste sea, pues los enemigos son los primeros.
Así las cosas, como no es posible garantizar que los de la libertad se ocupen siempre de la tarea de gobierno, entonces, que un gobierno sea virtuoso, es decir, que atienda al bien común y se comporte con racionalidad, no depende de la matriz democrática o antidemocrática. Cierto es que los libres son quienes han creado las mejores condiciones sociales conocidas y la colaboración espontánea en interés común bajo un paraguas amplio de participación política y reconocimiento de derechos y libertades civiles, pero esto parece haber llegado a su fin.
Esos libres hoy están en peligro. Precisamente por defender los ámbitos privados de los ciudadanos frente a interferencias del poder establecido, por advertir el peligro cuando apenas se manifiesta y saber de la importancia del gobierno limitado. Conscientes de que las clases, como los pueblos, no se deben nada unas a otras pero que todos tenemos la obligación de crear mejores condiciones en función del mérito y el esfuerzo de cada uno.
En la literatura, que Orwell consideraba un gimnasio de la libertad, encontramos ideas clarificadoras al respecto y nos ayuda a comprender los designios del mundo. Podemos remontarnos a Aristóteles y su concepto de acción, de la cual hacía depender la felicidad y la desgracia, algo que comprendieron los romanos como citaba Maquiavelo. Los hombres son lo que son por su carácter, pero serán felices o infelices por sus acciones. Son las acciones las que efectivamente nos encaminan hacia la libertad o la servidumbre, y con ello a la felicidad o la desdicha, sin descartar la tragedia.
Las acciones provocan discrepancias y hasta enfrentamientos. Hay situaciones en las que nadie cede y todos parecemos condenados de antemano, por eso Flaubert, cuando escribió Salambó se centró en el fragor de las luchas y la angustia que pueden originar los enfrentamientos humanos. Para él lo importante no es solo la acción, sino realizarla a tiempo. Tenía toda la razón, porque los trapicheos y el oportunismo político pueden destruir hasta la más refinada sociedad, por desidia, hartazgo, por no actuar a tiempo.
Esto último se debe en gran medida a lo que John Dryden llamaba el poder de los sabuesos. Estos sabuesos son los de la servidumbre, los del Estado y la estructura política como escudo, espada y amenaza. Un instrumento para acorralar, llegado el caso, a la gente más honrada, y hacerlo incluso democráticamente.
En cualquier tipo de contexto sociopolítico, viven para sus fechorías y se alimentan de los manejos políticos. Se apoyarán en quienes sea necesario para mantener su estatus y no dudarán incluso en condenar a inocentes a escarnio de todo tipo. Balzac y Chesterton sabían bien que hay individuos que parecen mercenarios desde la cuna. Incapaces de hacer bien a sus allegados. Contentan y hacen favores a desconocidos y malhechores si pueden tener una ganancia mayor. Cuando la vida les sitúa en posición de poder conducirán incluso al conflicto civil que, llegado el caso, puede hasta convertirse en inevitable.
¿Hay esperanza cuando inician estos procesos de degradación? Está sucediendo antes nuestros ojos en casa y otras latitudes. Chateaubriand creía que cuando acecha la desgracia aparecen los grandes hombres. Algunos anónimos, que incluso guardaban todo su talento para destacar, precisamente, en la desgracia.
No sé si ya existen estos seres o han sido aniquilados completamente por los estudios de enseñanza superior, que denunciaba también Popper. Tampoco sé si hay refugio posible, como una vez lo fue París o incluso Caracas para los perseguidos de ambos lados del Atlántico. Es lógico preguntarse cuál será el refugio y destino de los libres cuando las condiciones sean tan asfixiantes que no quede más remedio que el exilio, cuando ya no sea posible ni la rebelión porque la denuncia, el mero cuestionamiento o el silencio nos criminalice.
¿Exageramos? No lo creo, ya ha sucedido otras veces. No somos tan especiales ni mejores. Siguiendo con la literatura, las biografías o enseñanzas de Rushdie, Solzhenitsin, Oriana Fallaci o el propio Houellebecq, que merecen más respeto que a cualquier comunicador o burócrata, no parece que la gimnasia del pesimismo sea una desaconsejable posición sino más bien una adecuada advertencia.
- Juan José Gutiérrez Alonso es profesor de Derecho Administrativo en la Universidad de Granada