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TribunaLuis Javier Montoto de Simón

Las vacaciones del verano

Pero volviendo a la pregunta inicial del relato acerca de la felicidad de las vacaciones, sería bueno hacer una reflexión que nos permita controlar con equilibrio el medio de transporte, el alojamiento temporal y la diversificación de los destinos elegidos

¿Puede decirse que las vacaciones, especialmente en verano, forman parte de la historia de la felicidad? Si juzgamos por lo que vemos a nuestro alrededor en ese momento, podemos pensar que, efectivamente, es así. Es la época del año en la que abundan, más que en otras, las sonrisas, risas y ganas de convivencia alegre y divertida entre la gente. En la que se realizan planes con más ilusión, con menos límites de gasto económico y con proyectos que no habíamos realizado nunca y esperábamos llevarlos a cabo desde hacía mucho tiempo. ¿Pero cuándo comenzó esta costumbre? Parece ser que en el antiguo Egipto y en la cultura griega clásica se vio la necesidad de disponer de periodos anuales de descanso para conseguir un rendimiento laboral e intelectual más eficaz, evitando la fatiga que pudiera mermar estas actividades.

Pero fueron los romanos los que dieron el impulso definitivo a esta costumbre, aunque reservada exclusivamente a las clases pudientes. En realidad, el ciudadano romano era poco trabajador, salvo los esclavos y servidores, obligados a ello por su desafortunada condición. Los privilegiados se podían permitir un descanso periódico o de ocio compatible con sus intereses como propietarios rurales, en unos casos, o pertenecientes a las altas esferas políticas o militares, según el caso. Podían durar semanas o meses y los lugares elegidos eran las zonas del litoral playero. Desde Ostia, no lejos de Roma, hasta el golfo de Nápoles, se distribuían sus preferencias. La pesca, llevada a cabo sin esfuerzo excesivo, y la natación formaban parte de sus preferencias. Tanto en Roma, como en Grecia, el colmo de la ignorancia era «no saber escribir ni nadar». Incluso muchas mujeres eran discretas nadadoras alternando los baños de sol con los del mar. Por entonces el bronceado ya estaba de moda y algunas jóvenes usaban ropa de dos piezas, como se pueden ver en mosaicos sicilianos y en Pompeya.

El llamado «bikini» fue bautizado de esta guisa a raíz una experiencia atómica, en 1946 en la isla Bikini de la Polinesia dejando al islote casi totalmente desnudo de vegetación y vida. Con el paso del tiempo las vacaciones fueron cambiando. En la Edad Media eran inexistentes porque el ocio y el descanso eran considerados pecaminosos. En la época de la ilustración los nobles y los burgueses practicaron la costumbre de los viajes de ocio recorriendo medio mundo con la intención de buscar aventura, fortuna o simplemente descanso. La clase media española se incorporó, gota a gota, a partir de finales del siglo XIX y merced al desarrollo del ferrocarril, a unas cortas y modestas vacaciones en las playas del litoral mediterráneo haciendo ímprobos esfuerzos económicos con la finalidad, en la mayoría de los casos, de presumir delante de los vecinos.

Los demás, la gente del pueblo, ni se planteaba el veraneo, en contraste con la aristocracia de siempre y la burguesía acomodada que seguía frecuentando las playas del norte, principalmente en las ciudades de Santander y San Sebastián, y los balnearios de mayor renombre social bajo la indicación de sus médicos personales. Paralelamente en el extranjero, los reyes, príncipes y la más alta clase social nobiliaria crearon sus propios centros para el descanso estival, en Deauville, Biarritz, Niza y el conocido balneario de Baden-Baden, en la Selva Negra alemana. Como todo en la vida va cambiando a lo largo de los tiempos, la posibilidad de disfrutar de un periodo vacacional fue extendiéndose cada vez más, alcanzando prácticamente, en la actualidad, a la mayor parte de la población en los ambientes de los países desarrollados y en ciertos sectores sociales de los que están en vías de desarrollo. Y esto se lleva a cabo cuando se establecen normas legales que garantizan el derecho al descanso vacacional.

Hay que reconocer que el Gobierno ruso que llega al poder en 1917 es el primero en reconocer ese derecho por parte del partido a algunos trabajadores que se considerasen dignos de ello por su fidelidad y esfuerzo. Posteriormente en la Alemania nazi se establecieron determinados derechos al descanso para que los empresarios se garantizaran el favor de sus empleados. En España, el Gobierno de Maura reconoce en 1918 el derecho a 15 días de vacaciones anuales a ciertos funcionarios públicos como eran los militares, los maestros y los marinos mercantes. En 1931 con la Segunda República, se concede una semana de vacaciones a todos los asalariados y posteriormente después de la guerra en los años 40 y 50 se establecieron normativas para ampliar los periodos vacacionales hasta llegar a los treinta días en la actualidad.

La Francia de Leo Blum, socialista, en 1936 legalizó dos semanas pagadas de descanso anual con carácter general, ampliándose a tres y a cuatro semanas durante la V República en 1968, hasta conseguir las cinco semanas con el Gobierno de Mitterrand. Otros países del ámbito europeo, a lo largo del primer tercio del siglo XX, incorporaron en su legislación laboral las vacaciones pagadas. Por contraste, en los Estados Unidos este derecho no es universal y la costumbre es la de negociar con la empresa el tiempo de descanso. En Japón y en China se conceden pocos días, entre cinco y quince como máximo. Y en los países de Sudamérica habitualmente se conceden 15 días al año. Pero volviendo a la pregunta inicial del relato acerca de la felicidad de las vacaciones, sería bueno hacer una reflexión que nos permita controlar con equilibrio el medio de transporte, el alojamiento temporal y la diversificación de los destinos elegidos. No vaya a ser que provoquemos, como ya está ocurriendo en algunos lugares, una «masificación turística» que nos haga morir del éxito.

  • Luis Javier Montoto de Simón es médico y escritor