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TribunaManuel Sánchez Monge

Vínculos que generan fraternidad

En la sociedad de lo desechable, el vínculo fuerte es la tabla de salvación para no deshumanizarnos. Para construir una vida sólida tenemos que relacionarnos con los demás, no desde el temor y la desconfianza, sino unidos por vínculos de confianza y de amor

Vivimos en una sociedad desvinculada donde crecen la desconfianza y los enfrentamientos. Las nuevas tecnologías y los cambios culturales pretenden crear personas para que encajen con el sistema económico dominante. La cultura relativista de hoy impone valores y estilos de vida. Los compromisos estables se hacen difíciles. La vida queda desarraigada de la verdad objetiva y pasa a depender del consenso social y, en última instancia, de quienes pueden imponer su voluntad. Los más débiles y los pobres quedan excluidos

Es preciso, pues, modificar las relaciones interpersonales para crear fraternidad. La fraternidad no es algo ideal. Es carne y hueso y la hallamos en los rostros, palabras y gestos de las personas. La fraternidad se construye con los vínculos que expresan que nos necesitamos unos a otros. Los vínculos se refuerzan o destruyen a través de las relaciones que establecemos a lo largo de nuestra vida. Encontrarnos con otros es la posibilidad que nos acompaña a lo largo de nuestra existencia. Sólo podemos ser personas conviviendo con otros. La relación es el vínculo que nutre la andadura humana. Por el contrario, la ausencia de vínculos erosiona parejas, familias e instituciones. Los vínculos saludables hacen la vida realmente humana. En la sociedad de lo desechable, el vínculo fuerte es la tabla de salvación para no deshumanizarnos. Para construir una vida sólida tenemos que relacionarnos con los demás, no desde el temor y la desconfianza, sino unidos por vínculos de confianza y de amor. En el matrimonio, un hombre y una mujer, conscientes de que se necesitan el uno al otro, deciden entregarse mutuamente para siempre

Hay dificultades muy evidentes para la creación de vínculos fuertes y arraigados en la cultura de la sociedad actual. Hoy se prefiere la conexión al vínculo. En la sociedad desvinculada todos persiguen como único bien la autodeterminación individual y la propia realización personal (entendida como satisfacción de los impulsos, las tendencias y los deseos). No hay vínculo obligado con ninguna tradición ni historia. Nada puede situarse por encima de la autorrealización.

Solamente el encuentro personal origina vínculos sólidos en el mundo líquido en que vivimos. No estamos condenados a vivir sin vínculos o con vínculos debilitados. Pretender controlar y dominar son dos formas de relacionarse que impiden la creación de vínculos. Cuidar a otros, en cambio, ampara, protege y fortalece la vinculación personal. Cada vez que amparamos a vidas a la intemperie, cada vez que protegemos en situaciones de riesgo, cada vez que fortalecemos en la debilidad, estamos estableciendo relaciones que hacen surgir vínculos no perecederos. Estamos creando fraternidad. Hacerlo es una cuestión de supervivencia. De lo contrario la sociedad se convertiría en un gran geriátrico de individualidades disgregadas, solitarias y enfrentadas.

La fraternidad se construye progresivamente mediante la creación e vínculos siempre en crecimiento. El respeto consiste en dejar a cada persona ser como es sin pretender hacerla tal como nosotros queremos. El perdón nos permite superar el rencor y la rabia, al tiempo que vamos evolucionando en la vida. La fraternidad establece vínculos invisibles, pero fuertes, que nos hacen reconocernos unos a otros en igualdad de condiciones. Esto es especialmente importante cuando hablamos del reconocimiento de los invisibles, de los que no cuentan en nuestra sociedad.

La fraternidad cristiana es la historia de los encuentros que nos hacen hermanos como hijos de un mismo Padre. Es la que conduce a preferir a aquellos que el mundo desprecia, pero son los preferidos de Dios. El vínculo con los olvidados de nuestro mundo es el hueco por donde respira una fraternidad abierta al mundo. Debemos traer a la memoria aquel texto del papa Benedicto XVI el 20 de febrero de 2009 en el que hablaba de que Dios y el hombre no están confrontados en un duelo, sino impulsados a vivir en una interdependencia que es fuente de libertad: «El hombre no es un absoluto, como si el yo pudiera aislarse y comportarse solo según su propia voluntad. Esto va contra la verdad de nuestro ser. Nuestra verdad es que, ante todo, somos criaturas, criaturas de Dios y vivimos en relación con el Creador. Somos seres relacionales y sólo entramos en la verdad aceptando nuestra relacionalidad; de lo contrario, caemos en la mentira y en ella, al final nos destruimos (…) Si este Creador nos ama y nuestra dependencia es estar en el espacio de su amor, en este caso la dependencia es precisamente libertad». Somos libres de verdad cuando aceptamos depender de otros, pero por amor. No podemos vivir llenos de temores y suspicacias ante ellos.

  • Manuel Sánchez Monge es obispo emérito de Santander