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TribunaFrancisco Luis Molina Molina

Tecnología y bien común

Habría que facilitar la adaptación de las personas a las nuevas tecnologías. Sería necesario utilizar el criterio de hasta qué punto una innovación es útil, pero no para sustituir a las personas, sino para que estas puedan llevar a cabo su tarea de una manera mejor y más eficiente

Daron Acemoglu es un autor estadounidense de origen turco, cuya obra, muy prolífica, trata de asuntos que abarcan la sociología, la geopolítica, la economía y la historia. Sus escritos nos ayudan mucho a descifrar lo que está sucediendo en la época actual, por encima de los diferentes relatos o narrativas que las diferentes partes interesadas intentan imponer. En su reciente libro «Poder y Progreso», publicado con Simon Johnson como coautor (Deusto), se lleva a cabo una revisión de las revoluciones tecnológicas que han tenido lugar en el pasado y se evalúa hasta qué punto el aumento de la productividad que conllevan esos cambios redunda en beneficio de la mayoría de la población. La conclusión es que muchas veces no es así, porque la productividad aumentada resulta en acumulación de riqueza y poder por parte de una élite, mientras que la gran mayoría no sólo no ve mejorar sus condiciones de vida, sino que, al contrario, estas empeoran.

La tesis principal del libro consiste en mostrar que una revolución tecnológica hace posibles muchos desarrollos, de los cuales sólo algunos se llevan a cabo. La dirección en la que estos desarrollos irán no está predeterminada, sino que depende de decisiones. Esas decisiones las toman personas influyentes, que normalmente son las que tienen poder o están al servicio de los que tienen poder. Como resultado de esas decisiones, de entre las muchas posibilidades que ofrece un avance tecnológico, se desarrollarán aquellas que convengan a una minoría, que es la que detenta el poder.

Esta enseñanza la aplican luego a la situación actual. Estamos inmersos en una revolución tecnológica, basada en la microelectrónica y en la informática, que está llevando a la automatización de muchas tareas, proceso que sigue en marcha con la creciente robotización. El resultado es la pérdida masiva de puestos de trabajo, la creciente precariedad y la falta de perspectivas para la juventud. El malestar que genera esta situación de incertidumbre, la cual abarca a prácticamente todos los aspectos de la existencia, es descrito magistralmente por Zygmunt Bauman en sus diferentes ensayos, donde habla de que la realidad se ha vuelto «líquida», es decir, ya no tenemos un suelo firme bajo los pies, todo está en continuo cambio y es impredecible.

Hablan Acemoglu y Johnson de que se nos ha puesto en perspectiva una especie de paraíso facilitado por la tecnología, pero estamos ya viendo que ese supuesto paraíso puede en realidad ser una especie de infierno. La riqueza se ha ido concentrando en cada vez menos manos, que detentan a través de ella un enorme poder. Al poder de la riqueza se suma otro, que es el poder del conocimiento. Por la información que obtienen a través de nuestro comportamiento en internet, en las redes sociales y en nuestras conversaciones telefónicas, lo saben todo de nosotros. A través del control de los medios de comunicación, concentrados en muy pocas manos, pueden hacer llegar a cada uno el tipo de información que desean que le llegue, impidiendo que acceda a otra.

Poco a poco se van difundiendo los programas de análisis de rasgos faciales y corporales para identificar individualmente a todos aquellos que son grabados por las cámaras de vigilancia, las cuales ya están en todas partes. Estos programas de control están más avanzados en China, pero paulatinamente se están implantando también en los demás países del mundo, incluyendo occidentales.

Dicen los autores que las élites han optado por dirigir el progreso tecnológico en la dirección de la vigilancia y la represión, es decir, hacia el control de la población y el afianzamiento de su poder. Pero también insisten en que eso no tiene que ser necesariamente así, pues el desarrollo tecnológico también puede conducirse en otra dirección. Por ejemplo: la automatización no tiene necesariamente como consecuencia la pérdida de puestos de trabajo y la marginación de muchos, si los programas que se desarrollan no van destinados a sustituir a las personas, sino a empoderarlas ayudando a que sean más productivas. Las herramientas podrían ir pensadas en ese sentido. Igualmente, habría que facilitar la adaptación de las personas a las nuevas tecnologías. Sería necesario utilizar el criterio de hasta qué punto una innovación es útil, pero no para sustituir a las personas, sino para que estas puedan llevar a cabo su tarea de una manera mejor y más eficiente.

Para que el progreso tecnológico vaya por derroteros distintos de los actuales, tienen que existir contrapesos ante los intereses de la élite. Los grandes empresarios son muchas veces visionarios que sueñan con hacer grandes cosas, llevar a cabo importantes transformaciones «disruptivas» de la realidad social y muchas veces no tienen en cuenta las consecuencias. Es necesario que existen fuerzas sociales que representen los intereses de la mayoría.

Al principio de la revolución industrial se produjo también una gran diferenciación social, las clases trabajadoras vivieron una época de miseria y de trabajo agotador. Pero el hecho de trabajar agrupados en fábricas y hacinados en algunos barrios de las ciudades facilitó el que se organizaran, dando lugar a los sindicatos y organizaciones laborales. Por la labor de estos y la de ciertos partidos políticos fue surgiendo un contrapeso ante el poder de los empresarios y se llegó a una situación de equilibrio que dio lugar a un bienestar generalizado, después de la II Guerra Mundial, en la llamada Edad de Oro del Capitalismo. Este equilibrio se ha roto, por la automatización, la deslocalización de la actividad productiva y las crisis económicas. Urge llegar a un nuevo equilibrio, para que los frutos de la automatización redunden en beneficio de todos, y no sólo de una reducida élite que detenta todo el poder y la riqueza y que aspira a mantener a los demás en una total sujeción.

Para terminar, una observación: A lo largo del libro, los autores mencionan varias veces a personas e instituciones de la Iglesia Católica, como los monasterios medievales, el alto clero, etc. Los comentarios no son favorables. Sin embargo, las ideas básicas que exponen encajan perfectamente con lo que dice el Papa Francisco en la 'Fratelli Tutti', cuando habla, por ejemplo, de que el efecto goteo no se produce automáticamente y de que hay que pensar en las consecuencias que tienen para las personas los avances tecnológicos y sus aplicaciones, porque a los demás se los debe incluir, y no desechar.

  • Francisco Luis Molina Molina es doctor en Psicología