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TribunaPedro Gómez de la Serna

El reino de la mentira

En su 'Emilio', Rousseau plantea dos tipos de mentiras: la de los hechos, que se refiere al pasado, y la del derecho, que pretende alterar el futuro. La sociedad española padece hoy las dos modalidades

En su más brillante ensayo, «El conocimiento inútil», Jean-Francoise Revel dejó escrita una idea que estremece y deslumbra al mismo tiempo: «La primera de las fuerzas que mueve el mundo es la mentira».

Todos pensamos desde nuestra propia experiencia, pero una cosa es eso y otra distinta es renunciar a toda pretensión de objetividad, desechar de plano los hechos y abrazarse indecorosamente a la mentira.

La mentira es el desprecio al otro y cuando ese desprecio se convierte en el Elan vital de lo político, la democracia –un régimen de opinión basado en la confianza– no puede subsistir. La mentira sistémica rompe y desvirtúa el pacto social y degenera la democracia en demagogia. Hoy lo llamamos populismo, pero el fenómeno es antiguo y conocido.

La normalización de la mentira política terminó con la vida de Sócrates y se valió de la proliferación de sicofantes (delatores profesionalizados al servicio de oscuros intereses cuyo cometido consistía en denunciar con infamias a los rivales políticos para provocar su ostracismo), con la consiguiente desestabilización de la polis. Hemos vivido en España, al menos en la última década, numerosos linchamientos mediáticos y procesales que anticipaban el extravío seguro de nuestro sistema constitucional. ¿Es democráticamente asumible el affaire Camps? Nada nuevo bajo el sol.

Los procesos de ruptura se desarrollan siempre a lomos de la mentira. Lenin llegó a reivindicarla como arma revolucionaria por excelencia: «Hay que estar –dijo– preparados para mentir, engañar, hacer operaciones ilegales, omitir o suprimir la verdad». Antes que Lenin, Robespierre –manipulador, sangriento, diagnosticado paranoico– llevó la mentira política a sus últimas consecuencias: la arbitrariedad, el crimen, el terror nacional.

En su 'Emilio', Rousseau plantea dos tipos de mentiras: la de los hechos, que se refiere al pasado, y la del derecho, que pretende alterar el futuro. La sociedad española padece hoy las dos modalidades.

Mediante Ley de «Memoria» se ha impuesto una versión partisana de nuestra historia que es radicalmente falsa, y se ha hecho con la deliberada intención de movilizar el voto de la izquierda aún a riesgo (o quizás con el propósito) de convertirla en una secta lobomotizada de militantes incondicionales y acríticos al borde de la idolatría. Ochenta años después de la guerra civil, se sigue recurriendo a esa estrategia fratricida. Lo importante para esta manera de hacer la política no son los hechos (mero obstáculo) sino el llamado relato. Pero el relato es siempre novelesco, un cuento, una fabulación.

ETA se ha transformado en otra colosal mentira, otro relato al margen de los hechos. A ese relato le llamamos Bildu.

Conscientes de que por sí solos no eran ya capaces de mantener el poder para la izquierda, sus dirigentes dieron el paso de sustituir la alternancia democrática por la formación de un Frente Popular aún a costa de empoderar a quienes hasta hace un suspiro de tiempo secuestraban, asesinaban, robaban y extorsionaban al resto de los españoles. Se nos habla de la superación de ETA y de la democratización de sus legatarios, lo cual es tanto como pretender que la Cosa Nostra se pueda transformar en un partido político honorable liderado desde la bonhomía. Más bien parece que está ocurriendo todo lo contrario: la incorporación al proyecto de la izquierda española de la maldad y la mentira de quienes tienen el rostro salpicado de sangre. Casi mil muertos después; doscientos mil exiliados más tarde; una vez alcanzada la limpieza étnico-política y alterado el censo electoral vasco a conveniencia, una mafia blanqueada se ha instalado en la democracia española para determinar nuestro futuro nacional. Como en la revolución francesa y en la soviética, la mentira se alía con el crimen

La amnistía es otra gran mentira sobre la que se asienta el poder en España. Se ha justificado su aprobación so pretexto de favorecer la convivencia en Cataluña, cuando no ha sido más que una gravísima operación de mercadeo político, una burda compraventa para retener el poder: siete votos a cambio de entregar, con lógica mercantil, la desestabilización del orden jurídico y del sistema constitucional a sus declarados enemigos.

La siguiente mentira se refiere a la información. El bulo sobre los bulos -mentira sibilina- tiene como objetivo rescatar del rincón de la historia la autocensura en los periodistas críticos y activar en los afectos una palanca ideológica para la fervorosa exaltación del relato único. Hay días en que el sufrido espectador, que sabe bien que los molinos no son gigantes, siente vergüenza ajena. La censura, además, con su corolario de adhesión inquebrantable al líder, conduce a la sumisión y a la mansedumbre de profesionales y empresas que sustituyen la libertad de información y de expresión por la supervivencia. Primum vívere.

La penúltima mentira es el mal llamado cupo catalán. ¿Cómo es posible sostener que no rompe la solidaridad territorial entre españoles? No solo eso: Si los conciertos vasco y navarro, para mantener su vigencia, tuvieron que ser incorporados como Derechos Históricos en la Disposición Adicional Primera de la Constitución y ser ratificados después en referéndum nacional por todos los ciudadanos ¿por qué los españoles no pueden pronunciarse ahora respecto de este nuevo privilegio? ¿Qué derechos políticos hemos perdido por el camino? Y lo más grave: la manera –al margen de la Constitución– en que se ha negociado y acordado es un paso más para convertir la autodeterminación en el eje del poder. Es mucho más que un golpe mortal para solidaridad: es una expropiación de plano del poder constituyente que reside en el pueblo español.

Hay también silencios clamorosos que son mentiras estrepitosas, como el del insólito Rodríguez Zapatero y su turbia colaboración con la represión bolivariana; o el de nuestro gobierno, jugando a jugar a la gallina ciega con Nicolás Maduro mientras coopera escandalosamente con el tirano para que el ganador de las elecciones venezolanas sea desterrado por su desafiante victoria: Llamar asilo a ese destierro al alimón firmado bajo amenaza es otra sonora mentira.

La historia está plagada de grandes mentiras políticas, pero hay etapas en que se hacen sistémicas y lo invaden todo, también la sociedad. ¿Cómo es posible si no que el hecho biológico del sexo haya sido abolido por el relato contracultural del género, y nos creamos que un hombre se puede convertir en mujer o viceversa con solo desearlo o porque lo diga un registro? ¿Cómo se explica que desde cátedras de prestigiosas facultades se cancelen obras de arte y se obligue a autores de otros tiempos (Dante, Rubens, Shakespeare, Quevedo, Händel, Bach, y un largo etc) a expresar lo que nunca expresaron para adecuarlos al canon del dogmatismo woke? Las universidades occidentales han sucumbido de forma inexplicable y acrítica a una corriente de estupidez y presentismo empeñada en convertir la sociedad en un metaverso de auténtica grima.

Cuando el mal es el bien y el bien es el mal (Marx abrazó esa idea adelantada por las tres brujas de Shakespeare en 'Macbeth') desaparece toda posibilidad de entendimiento y también de libertad. Esa metástasis moral y social termina siempre en totalitarismo. Da un poco de pereza (por manida) la cita, pero si la distopía '1984' alcanza la perfección totalitaria es porque Orwell convierte la mentira en la columna vertebral de un sistema en el que la verdad no es otra cosa que la voluntad de poder. La verdad –hasta ahora, contrapeso del poder– queda sustituida por la mentira –que le permite actuar a su arbitrio.

Lo último ha sido la adhesión –previsible, aburrida, muy vulgar– de los socios del gobierno (todos ellos contrarios a cualquier idea de España posible) a la gran mentira sobre México. Hispanoamérica es una creación española del Renacimiento, del Barroco y de la Ilustración. Aquellos 300 años de paz (ningún otro territorio del mundo ha tenido en ningún momento de su historia algo parecido), unidad y progreso en los virreinatos han sido sucedidos por amputaciones territoriales, guerras, pobreza, retraso, dominio de las oligarquías. Nunca los indios fueron peor tratados que con los antiespañoles de salón. Y sin embargo…

Seductora, acomodaticia, fascinante como las sirenas de Ulises, parece que la mentira triunfara y que no pocos españoles padecieran ante ella una fatal indolencia, un dejarse llevar, un renunciar a ser ciudadanos y a decidir su destino político.

¿Qué hacer? Lo primero es tomar conciencia de lo que nos está pasado. Después habrá que acometer un acuerdo para la rectificación de todos los desmanes. Ese programa para la rectificación constituye en sí mismo proyecto político, un punto de partida para recuperar una razonable unidad (sin unidad no hay país posible).

Cerremos de una vez este ciclo. Necesitamos recuperar ese proyecto racional de convivencia y crecimiento, de integración nacional y de cordura que fraguó en el régimen constitucional: sin eso, no hay salida. Y lo demás es mentira (un cuento) o fanatismo (una mentira a voces).

  • Pedro Gómez de la Serna Villacieros fue diputado a Cortes y portavoz del PP en la Comisión Constitucional en el Congreso