¿Al final del camino?
'The Economist' ha denunciado recientemente lo que significan y cuáles son los modos de actuar del presidente. Su acusación no pude ser más dura: ni España ni su democracia le importan. Se trata de un sujeto astuto y despiadado
La andadura del secretario general del PSOE en el gobierno de España, desde 2018, abarca los peores años de nuestra historia contemporánea. No por errores de gestión, que también los ha habido, sino debido a su esfuerzo por dividir y enfrentar a los españoles, al servicio de un ansia enfermiza de poder. Esa locura que ha convertido España en víctima de su delirio autocrático. La corrupción espiritual y material ha llevado a nuestro país al borde de su destrucción. Al escándalo de toda clase de corruptelas se unen los sucesos de los últimos meses. El nefasto ejemplo de nepotismo, que sacude los cimientos de la política española.
El devenir del sanchismo ha pasado de su indiferencia ante la mentira, a la negación de la falsedad indisimulable de sus «promesas», disfrazadas de simples cambios de opinión; llegando así a proclamar la superioridad ética del engaño. O sea, la relativización creciente de la verdad, reducida al límite de su conveniencia para el poder. Sólo vale la percepción distorsionada de la realidad, inducida desde el fraude y manipulada por «el relato», igualmente hipócrita, impuesta a cualquier otra consideración. Sánchez ha abusado de todas las trapacerías a su alcance, en forma tan repetida, que el modelo precisa nuevos reajustes, para mantener su eficacia. Algunos de tipo «conceptual», otros de carácter táctico, todos como instrumentos para ir eliminando la resistencia social y política.
No parecía fácil mayor degeneración democrática que la alcanzada en los últimos tiempos. Así lo muestra la expresión tan repetida con asombro: ¿será posible superar el constante ataque del gobierno a las instituciones fundamentales? La perversión de nuestra democracia donde el Ejecutivo controla al Legislativo; el imputado acaba imputando al juez; los verdugos son exaltados sobre sus víctimas; los enemigos de España, reciben sus nóminas y todo tipo de gabelas y sinecuras, a cargo de los españoles; … la corrupción produce tal estupor en gran parte de la sociedad, que se muestra incapaz de reaccionar eficazmente. La política del Gobierno español procede desde el convencimiento, de que son tontos todos los que lo parecen, y la mitad de los que no lo aparentan. Por si acaso se empeña en someter a todos, trabajando con gran dedicación, para que estos últimos se sitúen al nivel de aquellos.
Hay una brecha insalvable entre la existencia regida por la sinceridad y las propuestas sanchistas. Esto ha llevado al gobierno a ofrecer, como única alternativa posible el «escapismo» a un mundo «lisérgico», sin importarle que el precio de esta aberración acabe siendo mucho mayor que el de la veracidad. A estas alturas las maniobras teóricas y prácticas del presidente buscan provocar en la sociedad efectos alucinógenos, similares a los de la dietilamida del ácido lisérgico (LSD). Alteraciones profundas de la percepción de la realidad. Imágenes, sonidos y sensaciones que parecen reales pero que no existen. La destrucción de la mente y, por otro lado, las secuelas de repetidos mensajes estupefacientes, aditivos en alto grado, administrados con guantes de seda.
A pesar de todo, no escucharemos un nuevo 'Aullido', porque no tendremos un Ginsberg que lo emita; ni caminaremos on the road por falta de otro Kerouac, o un Neal Cassidy; tampoco un almuerzo desnudo. Ni la protesta radical de la generación de esta tercera década del siglo XXI, derrotada ya sin lucha; sin otro asidero apenas que el eco musical de Dylan, Joplin, Morrison, A. Lee, … Tendremos acaso más de una generación perdida pero, ¿a quién le importa? Habitaremos, en el mejor de los casos, un mundo completamente sumiso y vacío, o eso esperan sus creadores. La distopía creciente del sometimiento a la mentira, utilizada como técnica para controlar la distribución social del conocimiento, acrecentar la desigualdad, limitar la libertad y afianzar el poder autocrático, acabará provocando una gran angustia. Pero, ¿a quién le importa?
La indiferencia, cuando no la subordinación interesada de muchos medios de comunicación, dentro y fuera de nuestras fronteras, ha ralentizado la oposición a los planes del sanchismo. Los informativos extranjeros tampoco han prestado suficiente atención a los artificios de Sánchez, ni a su propósito último: desmantelar el Estado de derecho en España. Únicamente algún periódico o televisión del extranjero ha dado noticias ocasionales de la gravedad de estas maniobras. The Economist ha denunciado recientemente lo que significan y cuáles son los modos de actuar del presidente. Su acusación no pude ser más dura: ni España ni su democracia le importan. Se trata de un sujeto astuto y despiadado.
Pero como advertía Gracián, «usar mucho el engaño, multiplica el recelo, sin darse a conocer que ocasionará la desconfianza, provocará la venganza y despertará el mal que no se imaginó». Hay demasiados síntomas de que estamos llegando a este punto, «en que el mal hecho revienta por salir». Veremos.
- Emilio de Diego es miembro de la Real Academia de Doctores de España