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TribunaJuan José Gutiérrez Alonso

La nueva neutralidad

En este clima de política total, delirio y caballos desbocados, tal y como hemos denunciado otras veces, nada invita a ser optimista con el cumplimiento de la debida neutralidad en las instituciones y el espacio público

Hemos visto recientemente un altercado en un Parlamento autonómico al pedir su presidencia a dos diputadas retirarse por vestir una camiseta con contenido o mensaje contra el franquismo. Se reprochaba a las señoras diputadas vulneración de la debida neutralidad en la mesa.

En una reunión de jóvenes en el Bundestag alemán, hace poco también, se pidió a unos muchachos quitarse un pin con la bandera de su propio país, Alemania. Según parece, les dijeron que no debían vestir aquella insignia por exigencias de la neutralidad. Parece que en Alemania la propia bandera empieza a identificarse con la ultra turbo mega derecha.

Desde hace años vengo advirtiendo en diferentes publicaciones que la neutralidad en el espacio público, también en las instituciones, se ha convertido en uno de los principales campos de batalla en este clima de confusión y progresivo autoritarismo que caracteriza ya a nuestras sociedades occidentales.

La Justicia de nuestro país se ha pronunciado reiteradas veces sobre la neutralidad, pero poco o nada cambia. Uno de los ámbitos destacables ha sido la actuación de determinados órganos rectores de las universidades públicas catalanas a cuenta de los insistentes pronunciamientos políticos en defensa de los presos del denominado 'procés'.

El Tribunal Supremo resolvió que esos manifiestos no encuentran cobertura en la autonomía universitaria, ni en la libertad ideológica, y tampoco en la libertad de expresión, que suelen ser los alegatos cuando se pretende cometer alguna fechoría que acaba violentando la debida neutralidad o los derechos o libertades de los demás. Después de estas sentencias lo cierto es que nada ha cambiado mucho, aunque se mantenga o diga otra cosa. Si acaso los mensajes y la propaganda se han hecho más sutiles, pero reina la tolerancia con la ilegalidad.

No es el único caso. Porque decorar el espacio público con colorines o mensajes políticos perfectamente identificables, por muy justificados que puedan estar según el entendimiento de sus promotores, también viola la debida neutralidad. Hacer lo propio en colegios o universidades igual. Llenar con banderas no oficiales los edificios públicos vulnera la neutralidad. Alinearse desde las instituciones, siquiera sutilmente con determinados discursos o posicionamientos políticos, por muy compartidos y hegemónicos que puedan ser, también contradice la neutralidad; y en fin, hacer todo lo que se hace ya prácticamente a diario por nuestra dirigencia y también por quienes encabezan las Instituciones, violenta recurrentemente la neutralidad política e ideológica.

Somos los ciudadanos los titulares de los derechos subjetivos y fundamentales de libertad de expresión, así que las administraciones públicas o los entes que participan de su ámbito, las instituciones en sentido general, no disponen de dicha cobertura, adolecen de libertad ideológica. Esto tiene su explicación en el artículo 103 de la Constitución, que señala que «La Administración Pública sirve con objetividad los intereses generales y actúa de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la ley y al Derecho». Cuando no existe un consenso unánime sobre una determinada cuestión, no se puede tomar partido ni pretender representar a la ciudadanía ni la comunidad política como un bloque monolítico.

Se preguntaban las señoras diputadas en manos de quién queda entonces la interpretación de la neutralidad. Si es la presidencia del parlamento quien decide qué vulnera la neutralidad y si airearse con un abanico de un determinado partido no viola la neutralidad, pero sus camisetas contra el franquismo, en cambio, sí. No sabemos qué pensarían estas diputadas si alguien se presenta con camisetas a favor del franquismo. Qué confusión, porque según parece, hoy se puede mostrar hasta alineamiento y simpatía con sanguinarias dictaduras e incluso con organizaciones terroristas activas, pero con quienes las enfrentan e incluso con dictaduras pasadas y extintas, no.

En este clima de política total, delirio y caballos desbocados, tal y como hemos denunciado otras veces, nada invita a ser optimista con el cumplimiento de la debida neutralidad en las instituciones y el espacio público.

  • Juan José Gutiérrez Alonso es profesor de Derecho Administrativo en la Universidad de Granada