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TRIBUNAAntonio Bascones

La ideología en la vida, en el pensar y sentir, en la palabra

En sentido contrario tenemos la palabra, la tertulia, la conversación lenta y reposada. Debemos volver a ella, pues en este lugar encontraremos la templanza del saber, la ponderación de la opinión justa y la prudencia de nuestros actos

Tengo para mí que las cosas no suceden porque sí. Todo tiene su justificación y muchas veces tenemos que entender el trasfondo de lo que se presenta ante nosotros, pues frecuentemente no es tan inocente como se cree. Las palabras tergiversan el pensamiento y, cuando estas van influidas por la ideología, lo transforman hasta el punto de que lo que expresan no tiene nada que ver con lo que sucedió. De esta manera se habla de progresismo en lugar de progreso para significar lo moderno, lo adelantado, lo nuevo frente a lo viejo cuando la realidad no es así. Un término con una gran carga de ideología. Se habla de libertad cuando en verdad lo que se debiera decir es libertinaje. Dos conceptos opuestos en los que el trasfondo ideológico es patente. La izquierda presume de buenismo para tomar decisiones que no van por la línea de lo bueno. Cuando alguien muere por un atentado se dice que esta persona ha fallecido en lugar de asesinada. Una importante autoridad de España al conocer la noticia «lamenta profundamente el suceso acontecido en el puerto de Barbate (Cádiz) la noche de este pasado viernes». Se habla de suceso y no de asesinato. «A mi padre le ocurrió un suceso y ya no está entre nosotros» diría un hijo al que asesinaron a su padre. Perversión del lenguaje nuevamente. El lenguaje corrompe el pensamiento. Así podríamos continuar en una permanente adulteración de la lengua. De esta forma, poco a poco, vamos cambiando nuestra manera de enfrentarse a los problemas, de enjuiciarlos y de tomar una posición sobre ellos. Otra vez la palabra cambia el enfoque de los problemas y es capaz, cuando está bien dirigida, de trastocar el pensamiento y de sacar conclusiones correctas.

Las palabras no solo cambian el sentido de las cosas, sino también las decisiones que se toman ante un problema concreto, cuando son expresadas sobre la base de la ideología. Una misma cuestión tiene varios enfoques dependiendo de la doctrina ideológica que la sustenta. Y, sin embargo, las mentes libres de adoctrinamientos de cualquier signo, ven soluciones que no tienen nada que ver. Se elige el camino en función de lo que dice el jefe o de lo que enseña la doctrina al uso. Y este pensamiento único se sustenta en la ideología que conduce a la palabra.

La ideología describe un modo de actuar sobre la realidad colectiva que trata que opiniones y las decisiones que suceden sean marcadas por un líder de opinión y los corifeos y palmeros siguen a pie juntillas este camino que solo conduce al pensamiento único. Rodríguez Jiménez, historiador, define la ideología como «un universo de valores o conjunto de ideas que reflejan una concepción del mundo, codificado en un cuerpo doctrinal con el objetivo de establecer canales de influencia y de justificación de sus intereses». Vemos, pues, que los canales de influencia y la justificación de sus intereses son los dos puntos clave donde se asienta esta condición.

Por todo ello, los palmeros desean desarrollar y aumentar esta capacidad del lenguaje, pues es la polea de transmisión ideológica en las masas. El medio en el que gravita el cambio del pensamiento, por el cual se puede influir en las muchedumbres.

En sentido contrario tenemos la palabra, la tertulia, la conversación lenta y reposada. Debemos volver a ella, pues en este lugar encontraremos la templanza del saber, la ponderación de la opinión justa y la prudencia de nuestros actos.

Vemos entonces que la palabra se puede utilizar como trasmisora de emociones y sentimientos, pero también como fuerza avasalladora del pensamiento único y de la uniformidad de decisiones y procederes. Es necesario volver a utilizarla como medio de encuentro entre las personas y no como arma que favorezca su división y enfrentamiento. Si seguimos por este camino ya no distinguiremos la verdad de la mentira y cuando esto ocurre la sociedad se pudre, se crispa y ahí nace el odio y los enfrentamientos. Si no podemos distinguir la verdad de la mentira, no diferenciaremos, tampoco, el bien del mal. Ya nadie cree en nada. Las personas en estos casos son más vulnerables y, en consecuencia, más manejables. Un país que no sabe valorar la evidencia que se muestra ante sus ojos, que no diferencia la certeza, está condenado al fracaso y a la muerte moral. La defensa de la verdad, la libertad en el pensamiento, la palabra independiente son cualidades que dotan a las personas de una autonomía de decisiones y esta es una de las cualidades más grandes que tiene el hombre. Lo contrario es condenar a la persona al ostracismo moral.

  • Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de Doctores de España