Fundado en 1910
tribunajuan alfredo obarrio

Si quieren ayuda, que la pidan

Solo Felipe VI ha estado a la altura. No ha tenido temor a los lógicos reproches o a la comprensible ira. Ha estado abrazando el sufrimiento de una población sin protección alguna. Ha asumido que debía soportar que fuera increpado por quienes lo han perdido todo

«Lo más prudente que puede hacer un hombre sensato y no muy intrépido cuando se encuentra con otro más fuerte que él es evitarlo y, sin avergonzarse, aguardar un cambio, hasta que el camino vuelva a quedar libre». Seguramente no le falta razón a Stefan Zweig. En esta universidad nuestra, lo más prudente sería guardar silencio o salir como sumisos heraldos de nuestro efebo presidente. Que nadie espere de nosotros semejante bajeza moral. Los hechos lo impiden. Sus palabras, también.

La furia de la naturaleza ha vuelto a sepultar la eterna luz de Valencia. De repente, esa alegría de vivir, tan propia de los valencianos, se ha cortado de raíz. Un huracán de agua y fuego ha sepultado de lodo y muerte sus calles, sus casas y sus vidas. No hay lugar para el sosiego, solo para el llanto, la desesperación, la ira y el luto. Un pueblo, una comunidad y una ciudadanía ha visto como, en apenas unas horas, todo se ha teñido de drama y miseria. Hombres, mujeres y niños aún siguen desaparecidos. Incontables cadáveres aguardan a ser rescatados. Solo miles de voluntarios dan ejemplo con su entrega y solidaridad. Solo eso ha recibido un pueblo sepultado por el dolor y la tragedia. ¿Solo eso? ¡No! Quienes lo han perdido todo, menos la dignidad, les ha tocado padecer la inoperancia, la sinrazón, el desprecio y la traición de la clase política. A la tradicional descoordinación de las distintas administraciones se unen voces como la de la consejera Nuria Montes, quien, como si se tratara de rellenar una fría instancia burocrática, fue capaz de decir: «Aquí no se va a permitir, no se va a entregar cuerpos a familias. No se va a permitir el acceso de familiares a la zona donde tenemos custodiados a todos los fallecidos, así que tienen que esperar de forma obligatoria la llamada del juzgado y la entrega de la documentación pertinente. Las familias, en el mejor lugar donde pueden esperar las noticias de sus familiares, es en sus domicilios». No hubo dimisión, solo un forzado y tardío arrepentimiento.

Pero la desvergüenza subió de nivel. Faltaba la extrema izquierda. Esta nunca defrauda. La representante de Sumar, Aina Vidal, seguramente para justificar su sueldo de 83.000 euros, hizo gala de ese ecologismo tan propio del partido feminista de Errejón: «Los diputados no estamos para ir a Valencia a achicar agua». Dimitir no lo contempla. Su partido, tampoco.

En medio del lodazal, de la incompetencia, solo la corona dignificó al Estado y a sus ciudadanos. Solo Felipe VI ha estado a la altura. No ha tenido temor a los lógicos reproches o a la comprensible ira. Ha estado abrazando el sufrimiento de una población sin protección alguna. Ha asumido que debía soportar que fuera increpado por quienes lo han perdido todo. No, el rey no traicionó a la corona, y a lo que esta representa, y se fue ante la furibunda envestida de algunos. No tuvo miedo a ser golpeado o vilipendiado. Aguantó, porque comprendió el dolor de un pueblo sumergido en la desesperación más absoluta. Su acción le honra. Su coraje, también.

Frente a la lealtad, la ignominia. Esta tiene nombre: Pedro Sánchez. Una frase golpeará nuestra sien mientras vivamos: «Si quieren ayuda, que la pidan». Pedro, debes saber que la CV no es una colonia, es un pueblo orgulloso de su historia –grande como pocas–, de sus tradiciones y de sus gentes. No tenemos que pedir nada: tú tienes que ofrecer todo a cambio de nada. Esta es tu obligación. Pero qué le podemos pedir a un presidente que deja al jefe del Estado y al presidente de la Generalitat porque el pueblo le increpa, le insulta o le zarandee –actos que reprobamos–. Pero, bien mirado, cuando se está acostumbrado a acudir a la Ser, a El País o a la Sexta, es lógico que no pueda admitir que no se le adule hasta la extenuación. Este es nuestro presidente, y también nuestra mayor desgracia.

En la CV perdurará el dolor por mucho tiempo. Quizá nunca se olvide. Dolor por la tragedia humana. Inmensa. Pero también por la política. No de menor calado. Cuando la contemplamos, sentimos que el desaliento se aloja en el alféizar de nuestra ventana. En ella se acomoda la respuesta que Kafka le dio a su amigo Gustav Januoch. Cuando este le preguntó si creía que no había esperanza, K. no lo dudó: «Sí la hay, y en abundancia, pero no para nosotros». Siempre la habrá para un pueblo noble y emprendedor, para un pueblo que fue reino y portador de una cultura y una lengua que engrandece a la nación, pero también dependerá de nosotros que exista. Cabe tenerlo en cuenta.

  • Juan Alfredo Obarrio Moreno es catedrático de Universidad