La necrofilia de Sánchez y Franco
El historiador Jesús Palacios señala como el gran lastre de Franco la represión, y que no se retirara antes del poder. El momento oportuno para dejar la Jefatura del Estado podría haber sido 1969, cuando designó a D. Juan Carlos como sucesor con el título de Príncipe de España
La obsesiva necrofilia que padece Sánchez con respecto a Franco, dolencia que transmitió Zapatero, no solo se inscriba en las conductas mentales que estudia la psicología, sino que deriva, de forma más evidente, a lo que Chomsky sitúa en la estrategia de sustitución; es decir, colocar en el mercado un asunto que, por ser polémico, libere espacio para otras cuestiones que, al lanzador, le afectan más directamente, véase los problemas del presidente de Gobierno con su consocio de Junts, Puigdemont, que todos los días le lee la cartilla y lo amenaza con bajarlo de los falcon al servicio de la Presidencia del Gobierno si no ara por donde le mandan. Y ahí andamos.
Sánchez y su equipo han programado 50 años, visitas y otros eventos para recordar al franquismo y a quienes lo combatieron. Pero el asunto viene a revivir viejos sentimientos que creíamos superados, y entre quienes más se esforzaron en ello fuera el propio Marcelino Camacho, comunista, en su defensa de la amnistía de 1977, que fue un ejemplo de generosidad y perspectiva hacia el futuro que, desde entonces otros, que son socios del Gobierno de progreso del doctor Sánchez, pretenden desmontar y al que califican de «régimen del 78», con evidentes y rebuscadas coincidencias, como si la Transición fuera la mera transformación del franquismo vigente.
Los historiadores más solventes, como Stanley Payne, cuando analizan la figura de Franco concluyen que, si bien es cierto que aborrecía la democracia liberal en todos los sentidos, del mismo modo aborrecía el comunismo y que guste o no evitó que la deriva de la II República hubiera llevado a una dictadura patrocinada por Stalin. Cuando yo entrevisté al general Enrique Líster (grabación que se halla en el Arquivo Sonoro de Galicia y en la colección de la «Hoja del Lunes de Vigo»), además de defender la figura de Stalin, me dijo que él luchaba por la República como camino para alcanzar la dictadura del proletariado.
Parecería más lógico, en todo caso, examinar aquel periodo de la historia con la perspectiva que brinda el avance de la investigación y los documentos adecuados para enriquecer la historia. La resistencia del Rey Felipe VI a involucrarse en estos actos se comprende. Ahondando en los perfiles de la figura de Franco, los historiadores más solventes coinciden y matizan aspectos diversos. Con más precisión, el historiador Jesús Palacios señala como el gran lastre de Franco la represión, y que no se retirara antes del poder. El momento oportuno para dejar la Jefatura del Estado podría haber sido 1969, cuando designó a D. Juan Carlos como sucesor con el título de Príncipe de España.
Dentro de ese análisis objetivo de ese periodo de la historia de España, los historiadores reconocen los aspectos positivos del desarrollo económico y social de España, sobre todo en los últimos años de la dictadura (1957-1975). Pero no se debe obviar que se fomentó el desarrollo industrial de determinadas regiones (ahora las más críticas con el Estado) mientras que se abocó a otras a mantener una arcaica estructura agrícola o la emigración. Para José María Marco lo peor de Franco fue mantener durante 40 años la idea de la guerra entre las dos Españas. También para Bardavio en el balance de Franco fue positivo el desarrollo de las clases medias, idea que comparte el historiador Luis Eugenio Togorés, quien dice que Franco era consciente de que, tras él, las cosas tendrían que cambiar. También anota los logros sociales, en especial la construcción de la Seguridad Social, del desempleo, y el seguro sanitario, algo que no tiene EE. UU. Antonio Canellas también le da valor positivo a su capacidad para neutralizar la acción del comunismo totalitario en España, evitando que el país corriera la misma suerte que las naciones del Este europeo al concluir la Segunda Guerra Mundial.
En la aparición de la clase media anota el profesor Canellas que se modernizó el país, a partir de los años sesenta con la adopción de una política económica atenta a las directrices del FMI y del Banco Mundial, que permitió la atracción de inversiones extranjeras con el aumento de la industrialización, la apertura al turismo y la mejora generalizada de las infraestructuras. Si a ello se añade el establecimiento de un Estado del bienestar con un sistema de salud público, de pensiones y prestaciones sociales, similar al adoptado por los demás países del occidente europeo, se entiende la creación de una amplia clase media, como apuntan los demás analistas. Pero se mantuvo como un lastre el no fomentar la reconciliación sincera de los españoles según la dicotomía vencedores-vencidos, en que todos los analistas coinciden.
- Fernando Ramos es periodista