Fundado en 1910
TribunaAlfredo Liñán

Nuestra Choni

¿Qué habría que decir entonces de la carantamaula de Hacienda? ¿O de la diplomada Alegría, ministra portavoz y de educación por nuestros pecados? ¿O de Irenita Igualdad? ¿O de mi Yolandita fija discontinua? Renuncio. No tengo una idea muy clara de lo que significa

Aprovechando un respiro de sol en este clima estepario de Madrid, cuando nieva en la sierra y el aire corta las esquinas como una faca, quedé con una vieja amiga en una de las muchas terrazas que han invadido aceras y bulevares, hasta convertir el antiguo pasear sosegado en una carrera de obstáculos, con riesgo de partirte la crisma salvo que circules en fila india. En esto han devenido los antiguos aguaduchos veraniegos de horchata y agua de cebada. Madrid de Corte a Chueca.

Y cómo no, al poco tiempo salió a colación el último varapalo que, con su carita inocentona, entre virgen de cera y Mariquita Pérez, le había propinado la presidenta de ésta nuestra comunidad de Madrid a éste nuestro presidente del gobierno, o lo que fuere ese sumidero de todas las insidias, siempre que valgan para atornillar su sandunguera popa en el sillón. Y comentábamos cómo la presidenta Isabel Natividad Díaz Ayuso suscitaba fervores desmedidos y odios africanos, éstos últimos especialmente entre las señoras vaya usted a saber por qué extraños vericuetos del subconsciente, que uno no es Freud y, a estas alturas de su provecta existencia, hace tiempo que renunció a entender los adentros del sexo –que no género– femenino. Defendía yo con ardor que, pese a su aparente simpleza, era una mujer inteligente, valiente, cada día más madura en el buen sentido y, sobre todo, una persona a la que todo el mundo entendía sin necesidad de exegetas pelotilleros que explicaran qué es lo que quiso decir, y, ya embalado, pontificaba deseando que ojalá hubiera en la derecha, o el centro derecha, o a estribor del barco político, o como quieran ustedes nombrar a quienes se niegan a comulgar con la dogmática zocata, muchas personas como ella, capaces ellas solitas de llevar como puta por rastrojo a una izquierda que, en su caso y harta de embestirla en balde, decidió emprenderla con su novio quien, al parecer, intentó dar una chicuelina al fisco y le cayó encima el morlaco de la Fiscalía General.

Asentía mi acompañante, escuchando, o al menos aparentando escuchar, mi sublime perorata, cuando me desarmó con una conclusión fina y aviesa como una daga florentina: «Mira, estoy de acuerdo contigo, en casi todo». Y uno, avisada criatura, poco acostumbrado a que una mujer le dé tan fácilmente la razón, no pudo evitar prepararse para lo peor, cuando mi interlocutora continuó: «A mí personalmente me parece una «Choni» pero -añadió con fuerza inapelable y remarcando cada palabra como subrayándolas- es n-u-e-s-t-r-a Choni». Y con esta media verónica pasó a comentar no sé qué asunto del tiempo y de los pájaros.

Una vez a solas, busqué afanosamente la palabra en el diccionario de la RAE. «Choni: turista extranjera, especialmente de habla inglesa». No era evidentemente lo que quería expresar mi amiga, por lo que concluí que me había hablado en «argot». Choni…Choni… ¿ordinaria? ¿hortera? ¿vulgar? ¿princesa del pueblo? Ni idea, pero, si eso fuera así en cualquiera de sus acepciones imaginadas ¿Qué habría que decir entonces de la carantamaula de Hacienda? ¿O de la diplomada Alegría, ministra portavoz y de educación por nuestros pecados? ¿O de Irenita Igualdad? ¿O de mi Yolandita fija discontinua? Renuncio. No tengo una idea muy clara de lo que significa. Pero parafraseando aquello que le dijo en 1985 Deng Xiaoping al entonces presidente González: Choni o no Choni, lo importante es que cace ratones. Y eso lo ha bordado nuestra Isabel Natividad hasta convertirse en el gato Azrael del social comunismo independentista que mantiene en Moncloa al pitufo de las mil caras. Nuestra Choni.

  • Alfredo Liñán Corrochano es licenciado en Derecho