La progresiva islamización de todas las esferas de nuestra sociedad
La islamización consiste en un imperceptible desafío inicial a nuestras costumbres, leyes e instituciones que va aumentando paulatinamente a medida que la presencia de musulmanes en nuestros países de Occidente aumenta. Todo ello, en nombre de una libertad religiosa que ellos no practican, sino que abiertamente rechazan
Siempre advierto de que la delincuencia norteafricana (un tercio de los reclusos extranjeros en cárceles españolas son marroquíes, y un 80% de los detenidos en Barcelona es magrebí) y su proverbial falta de participación en el mercado laboral, su escasa solidaridad para con la sociedad de acogida, y su abuso de ayudas sociales, son sólo manifestaciones iniciales de un deterioro futuro mucho más profundo y prolongado. Sin corregirse aquellas, pronto nos daremos cuenta de la paulatina y difícilmente reversible imposición de su islam entre nosotros. Con la ayuda de potencias y organizaciones musulmanas, no vienen a adaptarse, sino que tratan de imponerse.
Mientras en España y en Europa algunos aún discuten ingenuamente sobre la integración —hasta ahora siempre fallida— de las comunidades musulmanas instaladas en Occidente, estas van expandiéndose e imponiendo muchos de sus hábitos contrarios a nuestras costumbres, leyes y cohesión en nuestro territorio. Entre muchos musulmanes, y sobre todo entre muchos jóvenes magrebíes llegados irregular y recientemente a nuestras costas, el deseable sentimiento de pertenencia a las nuevas sociedades de acogida no existe. Su inicial desafecto, que les mueve más a aprovecharse de nosotros que a contribuir, puede fácilmente convertirse en odio cuando no son capaces de hacer una introspección sincera para comprender los motivos de nuestro rechazo por su actitud.
La islamización consiste en un imperceptible desafío inicial a nuestras costumbres, leyes e instituciones que va aumentando paulatinamente a medida que la presencia de musulmanes en nuestros países de Occidente aumenta. Todo ello, en nombre de una libertad religiosa que ellos no practican, sino que abiertamente rechazan.
La infiltración natural y silenciosa en la vida política del país cuya nacionalidad ostentan, es clave para ir asumiendo posiciones de interés en favor de sus países de origen (Enaam Mayara, presidente del Senado marroquí, abril de 2023) y para la propagación de su islam. Lo hemos visto en las celebraciones de algunos concejales musulmanes británicos electos (unos 500 en todo el país) que abogarán por una mayor implantación de la sharía en el Reino Unido, donde ya existen oficialmente esos tribunales para cuestiones de familia y otras. La creciente imposición en y por los medios de comunicación de postulados cada vez más favorables al islam y a los musulmanes entre nosotros —aún a veces en detrimento de nuestra propia sociedad, convivencia y costumbres— resulta de una compleja mezcla de intereses, financiación, temor a negar las corrientes de opinión impuestas por temor a ser acusados de racistas, y a una mayor presencia de activistas musulmanes en todas las esferas de nuestra sociedad. Lo vuelvo a repetir: todo ello en nombre de una igualdad artificialmente instrumentalizada a su favor, y de la libertad religiosa que ellos no permiten.
La educación es pieza fundamental de esa propagación del islam en nuestras sociedades desde pequeños. En países europeos con mayor tradición de acogida que el nuestro, los currículos educativos se reformulan para evitar episodios de nuestra historia que pudieran resultarles ofensivos, y para hacer descender el nivel formativo adaptándolo a quienes llegaron sin hablar el idioma local porque en sus guetos y familias este se desconoce. El fracaso y abandono escolar es siempre mayor entre los musulmanes, su absentismo durante las fiestas islámicas es unánime, y el régimen de comida halal lo pagan el resto. Los padres musulmanes no se implican en la escolarización de sus hijos ni viven la necesidad de que estos progresen y avancen posiciones sociales como lo hacen los padres autóctonos. Los más conservadores rechazan abiertamente las clases de música, ballet, arte y ajedrez, o las de gimnasia o piscina juntos ambos sexos. Priorizan el árabe (que no es asignatura reglamentada) y la religión islámica sobre cualquiera otra asignatura. Los niños normalizan en los pasillos «kuffar» como insulto, y hablan de «ellos» (los blancos autóctonos) y «nosotros».
El ocio también impone la separación de géneros en cines, gimnasios y piscinas, y en estas el uso del burkini por las mujeres, que sólo permite ver sus pies, manos y cara. Y la tutela de la mujer por un varón de la familia o amigo, aunque sea menor que ella. En el deporte profesional los jugadores se niegan a llevar camisetas que promocionen la igualdad de la comunidad LGTBI. En la sociedad, el uso del velo se esgrime como signo de identidad o de la propia libertad de decidir de cada mujer (sin contar las presiones y adoctrinamiento a los que los miembros de esa religión se ven sometidos desde muy jóvenes), pero en realidad es utilizado constantemente por el fundamentalismo omnipresente como desafío a la sociedad e instituciones occidentales. El asociacionismo islámico con diferentes fines culturales, religiosos, caritativos, proselitistas, … es incontable, y su número no tiene parangón en nuestras sociedades con otras comunidades extranjeras. Resulta muy curioso un entramado asociativo tan nutrido y complejo en comunidades que siempre se presentan como socialmente más desfavorecidas.
Desde un punto de vista estrictamente religioso, en Francia se destruyen por ataque o derrumbe dos iglesias católicas al mes, mientras que se construyen dos nuevas mezquitas en el mismo período. El número de estas no le resulta suficiente a sus fieles, y habitualmente les vemos ocupando las calles para sus rezos. También piden más cementerios islámicos, profesores de religión, o imanes en las cárceles. Estas son un fortísimo foco de radicalización en todos los países europeos, y el gasto que supone su prevención (así como la lucha contra el radicalismo y el terrorismo yihadista) es otro grave coste sobre los hombros del contribuyente.
Qué decir de su deseo de instaurar la sharía en nuestros países; del papel de la mujer –muy particularmente la occidental–, de su mermado derecho de herencia o dentro del matrimonio; de los homosexuales, judíos y otras minorías; de los matrimonios forzosos o de menores; de los asesinatos de honor; de los crecientes conflictos sociales e interétnicos en nuestras sociedades; de su segregación en guetos; etc.
- Alejandro Espinosa Solana es autor del libro: Hacia una Europa Islamizada (SND Editores)