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Francisco de Paula Peñuelas González

Haití en el recuerdo

Cuatro hombres jóvenes que daban lo mejor de sí mismos, con generosidad y entrega, perdieron la vida en un trágico accidente. Dejaron familia, amigos y compañeros, pero también a toda una familia militar que los sintió y los sigue sintiendo muy cercanos

Actualizada 01:30

De nuevo un 16 de abril me ha traído a la memoria a aquellos cuatro hombres que hace ya quince años se dejaron la vida en un accidente de helicóptero mientras cumplían una misión de ayuda humanitaria lejos de su patria, en Haití, a bordo del buque de la Armada Castilla (L 52). Estoy seguro de que los que participaron en aquella operación no lo habrán olvidado, pero también sé que algunos de los que lean estas líneas tal vez no lo conozcan o tengan un vago recuerdo. Pretendo con estas líneas rendirles homenaje y no dejar, mientras me queden fuerzas, que su memoria se pierda entre la niebla del tiempo.

Fue el 12 de enero de 2010 cuando un terremoto de magnitud 7,2 en la escala de Richter provocó una crisis humanitaria de enormes consecuencias. El epicentro, cercano a Puerto Príncipe, destruyó gran parte de la ciudad y localidades vecinas, causando más de 200.000 muertos, decenas de miles de heridos y cientos de miles de personas sin hogar. Las imágenes que veíamos entonces eran terribles: desolación, miedo a dormir bajo techo, hambre, pillaje, violencia... un escenario de caos.

El mundo entero reaccionó para enviar ayuda, y España no fue menos. Además de una primera respuesta de emergencia, el Ministerio de Defensa, en coordinación con la ONU, organizó una operación en la que se envió al buque Castilla con un contingente de 450 hombres y mujeres. Además de la dotación del buque, embarcaron una Unidad Aérea con cuatro helicópteros, embarcaciones de desembarco, un equipo sanitario de 45 personas entre médicos, enfermeros y auxiliares, Infantería de Marina con zapadores, maquinaria pesada, plantas potabilizadoras, Operaciones Especiales, y un pequeño Estado Mayor para planear sobre el terreno. En definitiva, un equipo humano excepcional dispuesto a ayudar al pueblo haitiano tras el peor desastre natural de su historia.

En apenas 48 horas desde que se dio la orden de alistamiento, el buque se hizo a la mar desde Rota. Recuerdo bien la excitación y el deseo de llegar para comenzar a ayudar. Incluso hubo personal civil que se ofreció como voluntario, aunque no fue posible aceptar su participación. En esos días previos se durmió poco. Era necesario reunir a todos los participantes, preparar el material, vehículos, embarcaciones, organizar el buque y cruzar el Atlántico a «máxima velocidad sostenible», como decía la orden.

Aunque el estado de la mar no era el mejor, se realizaron entrenamientos diarios: emergencias, sanidad, vuelo, seguridad interior. No hubo descanso. Había que llegar listos. La zona asignada fue Petit Goave, a unas 30 millas de Puerto Príncipe, también muy afectada por el seísmo.

Allí centramos nuestros esfuerzos: asistencia sanitaria, desescombro, distribución de agua potable… y muchas más tareas que no estaban previstas, pero resultaron fundamentales para devolver algo de normalidad a la población.

El buque, al no contar con muelles donde atracar, operaba navegando frente a la costa, conectado a tierra mediante helicópteros y embarcaciones. Los pacientes recogidos en tierra se trasladaban al hospital del buque en ambulancia embarcada o en helicóptero, que despegaba desde una pista improvisada en el campo de fútbol de la ciudad. El desembarco de personal y maquinaria también se hacía mediante las embarcaciones.

La actividad era constante, exigente, y las condiciones climáticas —con temperaturas elevadas y gran humedad— causaron varios mareos y desvanecimientos los primeros días de adaptación. La hidratación de mostró clave.

La situación en tierra era complicada. La inseguridad era manifiesta, sobre todo en Puerto Príncipe aunque en nuestra zona la situación era algo más estable, pero aun así todos los desplazamientos eran escoltados por personal armado. La seguridad del personal fue siempre una prioridad.

En una operación como ésta de al menos tres meses de duración, la logística era esencial. El Servicio de Aprovisionamiento del buque se encargaba de coordinar los suministros con proveedores locales. Sin embargo, la devastación era tal que muchos materiales debían obtenerse en la vecina República Dominicana. Previendo esta circunstancia, el Estado Mayor de la Defensa organizó un sistema de envíos logísticos desde España por vía aérea. Como el aeropuerto de Puerto Príncipe estaba muy dañado, los vuelos llegaban a un aeropuerto dominicano desde donde nuestros helicópteros trasladaban el material al buque.

Al amanecer del 16 de abril, dos helicópteros despegaron del Castilla rumbo al aeropuerto de Barahona para recoger uno de estos envíos. De regreso, se encontraron con una densa niebla y uno de ellos colisionó contra una ladera de las montañas de Fond-Verrettes, cerca de la frontera. Fallecieron sus cuatro ocupantes: el comandante de Intendencia Luis Fernando Torija Sagospe, el teniente de Infantería de Marina Francisco Forné Calderón, el alférez de navío Manuel Dormido Garrosa y el cabo mayor Eusebio Villatoro Costa.

La conmoción en el buque fue enorme, como también lo fue en España. La misión tenía una importante cobertura mediática y la noticia impactó profundamente. Cuatro hombres jóvenes que daban lo mejor de sí mismos, con generosidad y entrega, perdieron la vida en un trágico accidente. Dejaron familia, amigos y compañeros, pero también a toda una familia militar que los sintió y los sigue sintiendo muy cercanos.

Cada año los recordamos en su aniversario, reconocemos su sacrificio y seguimos ofreciendo nuestro cariño a sus familias Podría parecer que aquellos hechos están ya muy lejos en la memoria y es cosa del pasado ya superada, pero no es así, cada uno de ellos tiene su espacio en el corazón de sus familiares y conocidos, y de quienes tuvimos el honor de servir con ellos. Mientras los recordemos estarán con nosotros. Su entrega y generosidad no fue en vano.

Deseamos que hayan alcanzado el techo más alto en su último vuelo y desde allí velen por los que aún seguimos en esta tierra acordándonos, pidiendo por ellos y echándolos de menos. Descansen en paz los valientes.

¡Fernando, Francisco, Manolo y Eusebio, no os olvidamos!

  • Francisco de Paula Peñuelas González es Capitán de Navío (R) y fue Comandante del buque Castilla (L 52) durante la Operación Hispaniola de ayuda humanitaria a Haití en 2010
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