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¿Es posible admirar a un artista que es una persona odiosa?

A Woody Allen, lejos de haberle pasado factura los escándalos en los que se ha visto envuelto -su relación con Mia Farrow, los supuestos abusos a su hija Dylan y el matrimonio con Soon Yi, su hija adoptiva-, parece que la vida, en lo artístico y lo económico, le ha seguido yendo bien. Y, aunque hace años que pregona que su quincuagésima película sería la última, ahora que se ha materializado el futuro está abierto. Lo deja en el aire por eso de la financiación. Woody Allen sabe lo complicado que es conseguir dinero, porque ha sufrido en primera persona lo que ahora se conoce cultura de la cancelación. Silenciar a determinados artistas por hechos o comentarios, algunos ni siquiera probados, que no han gustado al público. Incluso en ocasiones por pronunciar meras opiniones.

A pesar de los vetos, Woody Allen aguanta estoicamente y hace tres días se le cedía la sala de cine más grande de Barcelona, en el Mooby Aribau Cinema, para proyectar el preestreno en España de Golpe de suerte, que llega a las salas el próximo 29 de septiembre. Pero, hace más de tres años, también vio cómo productores, mecenas y editoriales le daban la espalda y se negaban no solo a financiar sus películas, también vetaron sus memorias.

Valeria Ciompi, directora editorial de Alianza cuando se publicaron sus memorias; Fernando Rodríguez Lafuente, profesor y crítico, exdirector del Instituto Cervantes; y Xosé Carlos Caneiro, profesor, columnista y escritor; participan en Hoy en El Debate para hablar sobre el eterno dilema fruto de la cultura de la cancelación: ¿Se debe o no separar la obra del artista?