Un segundo de Zhang Yimou: una historia de paternidad y autenticidad
Nuestro maestro de cine nos introduce en la última novedad del director chino Zhang Yimou
Siempre es motivo de alegría el estreno de una película del maestro Zhan Yimou (China, 1951). Y este año vamos a tener dos: la que hoy presentamos, Un segundo, y Cliff Walkers (Impasse), que está compitiendo en el Festival de Sitges que se está celebrando actualmente.
Zhang Yimou y Chen Kaige (1952) fueron los máximos representantes de la conocida como Quinta Generación de directores chinos, que trataron de renovar el cine tras la muerte de Mao Tse Tung en 1976. Su cine huía del adoctrinamiento político de la Revolución Cultural, y buscaban historias más humanas y universales. Desde Sorgo rojo (1987), Yimou no ha dejado de ofrecernos películas inolvidables, tanto en su sublimidad estética como en la calidad y calidez de sus historias humanas. Ha tocado géneros y estilos diferentes, pero siempre con su estilo e improntas personales. Baste recordar La linterna roja, El camino a casa, Ni uno menos, Las flores de la guerra o Amor bajo el espino blanco. Su libertad creativa le supuso encontronazos con la censura comunista, y algunas de sus películas fueron prohibidas en China, como Semilla de crisantemo, La linterna roja o ¡Vivir! De hecho, la película que hoy comentamos, Un segundo, no solo fue prohibida, sino que el gobierno chino impidió su estreno en el Festival de Berlín, debido a su mirada crítica sobre la Revolución Cultural. El guion de la película adapta un relato de la chino-americana Geling Yan, novelista a la que debemos también la obra en la que se inspiró la citada Las flores de la guerra.
Cine dentro del cine
Un segundo se ambienta en los años sesenta. En pleno desarrollo de la Revolución Cultural, un hombre se escapa de su campo de trabajo en el desértico noroeste de China para ir a un pueblo donde van a proyectar una película –una especie de NO-DO– en la que le han dicho que aparece brevemente su hija, a la que hace años que no ve. Se juega la vida para poder ver durante un segundo un plano de ella. Cuando llega al pueblo se encuentra con una competidora. Se trata de una niña huérfana que cuida de su hermano, la cual también tiene interés en hacerse con la película, pero por razones muy distintas. Surge una inevitable rivalidad entre el fugitivo y la huérfana, que con el paso del tiempo se irá transformando en un vínculo especial, casi paterno-filial. El protagonista está obsesionado con ver, aunque sea un instante, el rostro de su hija, ver cómo es ahora, cómo ha crecido. Está dispuesto a matar por conseguirlo. Esa fijación le impide reconocer la necesidad que tiene la huérfana de encontrar una figura paterna. Yimou resolverá de forma lírica y llena de autenticidad esa escisión del personaje en el desenlace.
Todo un monumento al mundo del cine en celuloide, anterior a la revolución digital, cuando aún estaba investido de un halo de magia y misterio
Esta historia de acogida y paternidad se entrelaza con el otro gran tema del film, que no es otro que un espléndido homenaje al cine: al casi desaparecido celuloide, a las salas de exhibición, a los proyeccionistas, a los montadores que operaban artesanalmente la truca. Si la trama entre el convicto y la niña recuerda a la inmortal El chico, de Chaplin, la parte que es cine dentro del cine se entronca con cintas como Cinema Paradiso o El espíritu de la colmena, en las que se describía cómo el cine a mediados del siglo XX llegaba a los pueblos, en medio de la mayor celebración. Ese cine en celuloide que requería esmero y atenciones para no deteriorarse. Esas latas redondas que custodiaban historias emocionantes, cómplices de los deseos y nostalgias del espectador. Es conmovedor ver cómo en Un segundo todo el pueblo participa con ilusión en la reparación de una copia dañada, cómo mujeres y hombres limpian y secan los metros y metros de celuloide con el mayor mimo posible, moviendo lentamente sus pai-pais para que la cinta se seque poco a poco. Todo un monumento cinematográfico al periclitado mundo del cine en celuloide, anterior a la revolución digital, cuando aún estaba investido de un halo de magia y misterio.
La película de Yimou hace gala de esa exquisita sensibilidad detallista de su autor, que mima cada pequeña situación hasta convertirla en algo memorable. Excelentes las interpretaciones del protagonista Zhang Yi y de la joven Liu Haocun. Una muestra de buen cine que se puede disfrutar en familia, ideal para cinéfilos y amantes de historias rebosantes de autenticidad.