Yago de la Cierva: «En la Iglesia es muy difícil crear un espacio de opinión y de debate que sea civilizado»
Charlamos con el que fuera director ejecutivo de la JMJ de Madrid, experto en comunicación de la Iglesia. «Es buena señal que Francisco no venga a España: otros países le necesitan más»
Yago de la Cierva (Madrid, 1960), un hombre canoso y de sonrisa permanente y algo pícara —de niño que bota alegre el balón, pero sin pretender perrería alguna—, es profesor del IESE, donde enseña gestión y comunicación de crisis, la misma asignatura que imparte en la Pontificia Università della Santa Croce (Roma), pero para personas que se preparan para trabajar en oficinas de comunicación de diócesis, órdenes religiosas y conferencias episcopales. Ha trabajado en oficinas de información como la del Vaticano o la del Opus Dei, fundó la agencia de noticias Rome Reports y fue director ejecutivo de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebró en Madrid en 2011. Un prolongado currículo que abarca varios ámbitos de la profesión y que se complementa con un doctorado en Filosofía (Universidad de Navarra), y la publicación de algunos libros, como La Iglesia, casa de cristal (BAC, 2014), Comunicar en aguas turbulentas. Un enfoque ético para la comunicación de crisis (Eunsa, 2015) o Cómo defender la fe sin levantar la voz (Palabra, 2019). Parece, por tanto, una persona más que idónea para charlar sobre la Iglesia, la comunicación pública y los papas.
– Este verano se han cumplido —y celebrado— los diez años de la JMJ de Madrid. En aquel entonces el parque del Retiro se convirtió en un gran confesionario, Cuatro Vientos acogió una inmensa adoración eucarística nocturna y el Paseo de Recoletos se engalanó con pasos y tronos de todas las cofradías de España. Caminar por Madrid era como pasear por el patio de un monasterio cisterciense. Sobre todo, por el ambiente de oración.
– No sé si un monasterio cisterciense... Rezar se rezó, y de hecho la encuesta que hicimos al día siguiente reflejó que lo que más habían hecho los asistentes fue adoraciones eucarísticas y confesarse. Pero también se cantó, se bailó y se rió mucho. Fue una semana disfrutona, y se forjaron amistades para toda la vida.
– ¿Qué hubo de diferente en aquella JMJ? Algo que no hubiera antes ni después.
– Es una buena pregunta… pero desde fuera. Solo las autoridades civiles y religiosas y los periodistas comparan entre sí las JMJ, porque la mayoría de los jóvenes participa una sola vez en su vida. Luego, la siguiente jornada pilla muy lejos, en otro continente, y cuando vuelve, ya uno tiene otra edad y otros planes. Por ejemplo, a la de Madrid vinieron muchos hijos de los que participaron en la de Santiago de Compostela, en 1989. No competimos con los organizadores anteriores, sino que procuramos hacer una JMJ adecuada para los jóvenes que vienen. Todas tienen algo nuevo, y si funciona, se repite. En Madrid empezamos varias tradiciones: la fiesta del perdón (alguno le llamó el confesiódromo) y la feria de las vocaciones, ambas en el Retiro; el sistema de tickets de comida, algunas actividades culturales novedosas…
– Si hablamos de JMJ Madrid 2011, tenemos que hablar de Javier Cremades.
– Javier Cremades dejó una huella muy profunda en los contenidos de la JMJ. Como sacerdote ejemplar, no daba puntada sin hilo: todo tenía que acercar a Dios. Como fuerza de la naturaleza, ningún obstáculo era demasiado grande para su creatividad. ¡Menos mal que usaba su ingenio para el bien, porque de lo contrario habría sido un revolucionario irresistible! Ahora nos reímos de sus ocurrencias, le agradecemos sus ideas geniales y le echamos de menos, pero en medio del fragor de la organización, era una pesadilla para los que querían algo sereno y pacífico. Aunque era un sinvergüenza en su sentido más auténtico, todo lo hacía con mucha educación, nunca faltaba al respeto, pero si había una grieta en el muro, podías estar seguro de que la encontraba y se salía con la suya.
– Todo aquel trabajo acabó pasando una terrible factura en la salud de Cremades...
– La verdad, no sé si la culpa fue de la JMJ, de otro factor sobrevenido, o si era algo congénito. Pienso que, de todos modos, le habría venido algo, porque Javier no se reservaba para nada, se volcaba en las personas y en los proyectos. En YouTube se pueden encontrar algunas charlas que dio, ya enfermo, y se ve que sus últimas semanas fueron como toda su vida: poner su simpatía al servicio de Dios, entregarse a los demás, aunque no los conociera de nada.
– ¿Fue una JMJ con muchos frutos, sobre todo en vocaciones sacerdotales?
– Es muy difícil medir los frutos de un evento religioso, porque la música va por dentro. ¿Cómo evalúas la eficacia del rosario en una parroquia? Algunos datos fríos muestran que tuvo impacto: en la asistencia a misa, en el número de jóvenes que entraron en el seminario o en los distintos noviciados, en el crecimiento de las familias que pidieron educación cristiana para sus hijos, en la X de la declaración de la renta, etc., etc.
Benedicto describió la JMJ de Madrid como una cascada de luz; fue un torrente de gracia
Benedicto describió la JMJ de Madrid como una cascada de luz. Fue un torrente de gracia, que luego necesitaba continuidad. Hay luego que cultivar la tierra. Hay parroquias y realidades eclesiales que usaron ese chaparrón para impulsar muchas cosas, y ahí hay fruto abundante. En todos ambientes es probable que la semilla no arraigase. Vamos, que como en cualquier acción del Espíritu Santo.
Si tuviera que resumir los frutos, citaría a la directora de marketing de una gran empresa multinacional, que al terminar el evento me dijo: «muchas gracias, porque habéis hecho que los católicos nos sintiéramos orgullosos de serlo».
– He hablado de Cremades, pero usted fue el director ejecutivo. ¿En qué consistió su tarea?
– El nombre es muy rimbombante, pero en realidad mi misión fue apoyar al coordinador general en la organización. Un evento de estas dimensiones requiere que todas las áreas de trabajo compartan información y estén sincronizadas, porque todo depende de todo. Si no hay transporte a las zonas de restauración, la comida se pierde; si los intervinientes no tienen acreditación, nunca llegarán al escenario; si cada departamento no tiene los voluntarios que necesita, serán incapaces de cumplir con su misión… En el fondo, fui casi un guardia de tráfico, en lo que el cardenal Rouco y don César Franco necesitaban. Pero un guardia de tráfico de los buenos: nunca puse una multa…
La coordinación también fue hacia fuera: con los distintos organismos del Vaticano, y con las autoridades del Estado. Ahora que han pasado diez años, me sigue admirando el clima de concordia y de franca colaboración entre las tres administraciones públicas y el comité organizador. Fue una delicia trabajar con personas competentes y con ganas de que la cita fuera un éxito para la ciudad, la comunidad de Madrid y para España. ¡Y mira que eran distintos! María Teresa Fernández de la Vega y Ramón Jáuregui, Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz–Gallardón y Ana Botella, y sus equipos, pusieron su talento y su capacidad organizativa, y nosotros pusimos la gente… y el dinero.
– Aquella JMJ fue, además, la última vez que Benedicto XVI estuvo en España.
– Pero conserva muy buenos recuerdos. El cardenal Rouco le ha visto con frecuencia, aprovechando sus viajes a Roma para ver a Francisco y a autoridades vaticanas, y Benedicto rememora lo mucho que le gustó la música, cómo disfrutó dirigiéndose a jóvenes religiosas y a jóvenes profesores, y el impacto que le produjo la tormenta en Cuatro Vientos. Creo que volvió a Roma impresionado de las muestras de cariño que recibió aquí, y eso no se olvida.
– Ya son diez años sin que el Papa visite España. Ni siquiera hemos tenido al pontífice durante la celebración del V Centenario de santa Teresa de Jesús.
– Creo que la misión del Papa se parece bastante a un equilibrista que maneja diez platos que giran sobre un palitroque. Tiene que prestar más atención a los que parece que se detienen y se van a caer… Es decir, es buena señal que Francisco no venga: otros le necesitan más. Claro que nos gustaría que viniera, pero hay que aceptar sus prioridades. Tampoco ha ido a Argentina…
– Cuando, en febrero de 2013, Benedicto XVI anunció su renuncia a la sede petrina, usted fue de las pocas voces que entrevieron motivos más bien complejos. Se organizó un cierto revuelo.
– Sí, se montó una buena… y todo porque escribí un artículo en El Mundo, y en el último momento hubo que resumirlo, y quedaron fuera muchas frases que daban contexto. Eso, unido a un título horrible que no puse yo, fue la espoleta. El periódico me ofreció la posibilidad de escribir otro artículo al día siguiente, cosa que hice, pero la polémica estaba ya montada… por los que querían gresca.
No soy un revolucionario, pero sí que me gustaría que algunas cosas cambiaran. En la Iglesia es muy difícil crear un espacio de opinión y de debate que sea civilizado, donde se puedan discutir las cosas sin que llevar la contraria al jefe —de manera respetuosa, por supuesto— sea visto como una amenaza a la raíz de la autoridad eclesial, quienquiera que sea. Pasó en los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto, y ahora pasa lo mismo en el pontificado de Francisco. Ojalá supiéramos discutir sin que la discrepancia fuera vista como una amenaza para la unidad, que en la Iglesia es fundamental. Es más, creo que todos los papas están rodeados por papistas que a veces ejercen de policía política sobre las ideas. Y no debería ser así: el catolicismo es la religión de la razón, y la autoridad tiene que ejercerse de manera «razonada», no «imperial».
Antes, Benedicto hablaba relativamente poco, y ahora Francisco habla constantemente; y, sin contar con su departamento de comunicación, las confusiones son inevitables
– ¿Cree usted que a Benedicto XVI, el papa intelectual, se lo entendía mejor que a Francisco, quien, en teoría, se expresa de manera más cercana al lenguaje de la calle? Los malentendidos, tergiversaciones y polémicas son mayores durante este pontificado.
– El mundo es complejo y está en constante cambio, acelerado en nuestra época. Es como comparar quién fue mejor delantero, Gárate o Luis Suárez… Es cierto que hoy hay quizá más malentendidos y polémicas sobre lo que «realmente piensa el Papa» en esta o aquella cuestión. Creo que hay dos factores: el primero es la aceleración de la información, que es cada vez más instantánea y menos reflexiva. Muchos medios están atrapados en la guerra por el clic, y por eso priman las noticias que resaltan el conflicto. El segundo es interno a la Santa Sede: antes, Benedicto hablaba relativamente poco, y ahora Francisco habla constantemente; y, sin contar con su departamento de comunicación, las confusiones son inevitables. No soy quién para decir cuánto o cómo debería hacerlo, solo señalo la relación causa–efecto...
En el fondo, los dos se enfrentan a los grandes enemigos de hoy: la ignorancia y el pesimismo. Cada Papa pone un acento distinto, y esto hace más divertida la vida en la Iglesia.
– Quizá lo que choque de Benedicto (Ratzinger) y de Francisco (Bergoglio) sea que suponen dos modos muy diferentes de comunicar. ¿Me equivoco?
– Son dos mundos diversos, porque Benedicto es la quintaesencia de un intelectual europeo que parte de los debates culturales y religiosos de después de la II Guerra Mundial, y Francisco es un latinoamericano con otros parámetros de formación y de intereses, centrados en la pastoral de base. Simplificando un poco, Benedicto piensa que el mundo lo cambian las ideas, y Francisco las acciones. Benedicto se sentía muy cómodo discutiendo con pensadores, y mejor aún con los que estaban en las antípodas de sus planteamientos, mientras que Francisco se dirige más a menudo a los que toman decisiones, tanto en los gobiernos como en movimientos sociales, ONGs, etc.
– Por no hablar de Juan Pablo II...
– Juan Pablo II fue un gigante. Quizá estamos demasiado cerca para verlo, pero no hay nadie desde la Ilustración que haya tenido un impacto mayor en la Iglesia. Hay un verdadero antes y después. La gente mayor como yo recordará el estado en que se encontraba la Iglesia cuando falleció san Pablo VI. El papa polaco operó una verdadera revolución, en todos los terrenos: doctrinal (el catecismo de la Iglesia, el primero desde el siglo XVI), legal (los códigos de derecho canónico latino y oriental), de ideales (haciendo más santos que todos sus predecesores juntos, de países, condiciones y profesiones diversas), geoestratégica (sus viajes fueron su verdadero instrumento de gobierno), misionera, de comunicación…
– Hablando de Juan Pablo II; aparte de con Javier Cremades, usted ha estado cerca de otro gigante: Joaquín Navarro–Valls.
– Sí, el año que trabajé junto a él en la Sala de prensa del Vaticano fue uno de los periodos formativos más intensos de mi vida. Como le ha descrito el P. Federico Lombardi, Navarro–Valls fue una pieza fundamental de la «constelación Juan Pablo II». Algunos amigos hemos publicado recientemente un libro sobre él, para recordar su legado. Pero en realidad, el mérito estuvo en Juan Pablo II, que se dejó asesorar y que contaba siempre con él en los temas que tienen impacto en la comunicación (es decir, en casi todo). ¿Se imagina cómo cambiaría la comunicación de la Iglesia si cualquier autoridad eclesial tuviera siempre a su lado a un comunicador experto y de plena confianza, y le pidiera consejo antes de actuar? No digo que le haga caso, sino que simplemente le mantenga informado y le escuche antes.
– Una vez pregunté a Joaquín Navarro–Valls, y precisamente en la sede de Madrid del IESE, si la Iglesia tenía un problema de comunicación. Él me respondió que el principal problema de comunicación es no tener nada que comunicar.
– Sí, los comunicadores somos «intérpretes culturales», ayudamos a que un mensaje sea inteligible para quien escucha, y se muestre al mismo tiempo la credibilidad del que habla, y su conexión emocional. La Iglesia tiene las tres cosas a paladas, pero a veces no las aprovecha. Piense simplemente en una homilía dominical: ¿realmente tienen impacto en la vida de los fieles? ¿Se preparan pensando en quién les escuchará, con un objetivo preciso, con una llamada a la acción personal y social?
– En estos tiempos se habla mucho de los abusos sexuales cometidos por clérigos. ¿Qué está haciendo la Iglesia al respecto, desde el punto de vista de la comunicación?
– Es una cuestión crucial para la credibilidad de la Iglesia en el presente y en el futuro. Una institución que no es capaz de proteger a menores y vulnerables no tiene la legitimidad social para operar en la sociedad. Es decir, que se tambalean sus proyectos educativos, asistenciales y sanitarios. Por eso, resolver el problema con proactividad es una de las prioridades de la Iglesia universal. Proactividad es no esperar a que aparezcan las víctimas, sino buscarlas, porque muchas veces no dicen nada por muchos factores, ¡y tenemos deberes con ellas!
Hay que tomar la iniciativa en materia de abusos, porque somos los primeros interesados en ayudar a las víctimas y a reformar las cosas para que no puedan volver a repetirse
Tuve la oportunidad de trabajar en el comité organizador de la reunión organizada por el Papa en 2019 sobre la protección de menores en todo el mundo. Las claves de la reunión fueron dos: que hay que tomar la iniciativa, porque somos los primeros interesados en ayudar a las víctimas y a reformar las cosas para que no puedan volver a repetirse; y que las autoridades eclesiales tienen que actuar siempre con responsabilidad, rendición de cuentas y transparencia. Tenemos que preguntarnos si lo estamos haciendo deprisa o despacio, por propia iniciativa o empujados por la presión de los medios.
La presión de los medios no es mala: tanto Benedicto como Francisco han elogiado a los periodistas que han descubierto los casos de abusos y los han publicado, y hasta se lo ha agradecido. No me quejo de eso, sino de que, por el lado de los medios, las investigaciones sean parciales: si las estadísticas oficiales son ciertas, más de dos tercios de los abusos tienen lugar en las familias, en los centros deportivos, en las escuelas, en los hospitales, y no veo en los políticos y en los medios una conciencia de lo mucho que hay que trabajar en estos campos, para que todos los menores y vulnerables estén protegidos, y no solo en la Iglesia. Por el lado de la Iglesia, noto cierto cansancio, como si el tema estuviera agotado porque las normas han cambiado, cuando en realidad el desafío es cambiar la cultura.
La presión de los medios no es mala: tanto Benedicto como Francisco han elogiado a los periodistas que han descubierto los casos de abusos y los han publicado, y hasta se lo ha agradecido
Si la Iglesia lo hace, y lo hace pronto, y sabe transformar en realidad esa responsabilidad, rendición de cuentas y transparencia, en los casos de abusos y en todo, empezando por la gestión económica y la dirección de personas, el futuro por delante es magnífico.