Ana Iris Simón y García Maldonado: «Cuando se mata a Dios, lo que surge son muchos diosecillos»
La segunda jornada de EncuentroMadrid ha contado con dos de los escritores del momento que han hablado sin tapujos de la familia, Dios, la Iglesia y la paternidad que los treintañeros retrasan
La segunda jornada de Encuentro Madrid 2021 ha incluido un coloquio entre dos jóvenes escritores: Ana Iris Simón (30 años y madre), reconocida gracias a su libro Feria, y el consultor político Antonio García Maldonado (38 años y padre), que también ha publicado un título acerca de la encrucijada de nuestra época, El final de la aventura. Su charla, bajo el rótulo «Aquellos que moran entre las bellezas y misterios de la tierra nunca están solos» —cita extraída del libro de Rachel Carson El sentido del asombro—, y dentro del lema de las jornadas «Más allá del optimismo, la esperanza», desarrolló temas muy cercanos a las inquietudes de las nuevas generaciones que se ven incapaces de encontrar un rumbo y un horizonte, zarandeadas por los excesos del liberalismo y del progresismo. Nuevas generaciones —y también las menos nuevas— azoradas por un tiempo que mezcla gigantescos avances con incertidumbres sistémicas.
El diálogo comenzó con una muestra de complicidad, cuando la presentadora Elena Santa María recordó que Maldonado había escrito discursos para el presidente Sánchez en su primer año en el cargo, y que Ana Iris había participado, precisamente, aunque hace pocos meses, en un evento en La Moncloa. La escritora y columnista de El País comentó: «Yo reviento los discursos que él escribe», dijo, divertida, la autora de Feria que señaló que hoy la paternidad se retrasa por todo tipo de motivos e incluso excusas; «nuestra generación retrasa la paternidad porque dice: `¡Voy a esperar a cuando tenga un contrato indefinido, a cuando tenga casa!', pero nunca vamos a tener casa, se trata de certezas nunca se va a dar, y que nuestros padres no necesitaron».
Maldonado respondió con halagos a Ana Iris, admitiendo que para él era un gran placer conocerla, pues se había quedado encantado al leer su libro; «es una de las pocas personas que ha conseguido que se abra un debate que se pueda llamar así y sobre temas que importan». A continuación, disertó sobre los efectos nocivos de la tecnología, señalando que guardan relación con el hecho de que el suicidio es la principal causa de muerte de quienes tienen entre 15 y 29 años, debido al aislamiento que generan. Citando a Ortega, dijo que «lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa». Asegura que la sociedad está enfocada en artilugios cada vez más refinados, pero que carecemos de «fines a la altura de estos artilugios». Según Maldonado, «nos proporcionan un placer inmediato, y nos entregamos a un ocio desenfrenado en la búsqueda de ese tipo de placeres, pero que al mismo tiempo nos dejan insatisfechos». Por eso, no ve incompatibilidad en el auge del ocio y de la insatisfacción.
Esa ausencia de fines implica, en su opinión, que no haya proyecto, ni trascendencia. Para explicarlo, empleó el símil de la persona desnortada a la que le toca la lotería: «acaba más arruinada, más triste, más deprimida que antes». De modo que somos como una sociedad agraciada con la lotería, pero derrochadora; y ese derroche nos genera mayor infelicidad. En este sentido, se refirió a la idea de la muerte de Dios, que da lugar a una vida insatisfactoria, sin puntos de referencia e individualista, pues «faltan los relatos colectivos». «Somos la generación que menos cosas hacemos juntos en toda la historia, aunque parezca contraintuitivo, pues estamos todo el día en redes sociales», apuntó. Para reforzar esta idea citó al sociólogo Robert Putnam, uno de cuyos libros se titula Solos en la bolera, porque cada vez participamos en menos actividades grupales, incluyendo algo tan adecuado para una reunión de amigos como jugar a los bolos. Mencionando a Aristóteles, apuntó una continuidad antropológica: «somos como un ejército en desbandada que va sin ton ni son, sin saber ni siquiera dónde está su enemigo».
Iglesia vaciada y sindicatos sin afiliados
Retomó la palabra Ana Iris Simón para advertir que ahora se está cuestionando el relato del progreso, precisamente porque no hay vínculos comunes, y se vive en la ausencia de conexiones religiosas y, por lo tanto, trascendentes. En este sentido, dijo que «las iglesias se han vaciado y también eso implica que la gente no se afilie a los sindicatos». A la postre, el individualismo arrasa con todo y nos incapacita para sentirnos parte activa de una comunidad. Lo explicó con detalle, recordando cómo, durante las protestas del 15M, ella era una chica de izquierdas que echaba toda la culpa a los denominados «fondos buitre». «Pero mi madre, aunque reconocía que estaban bien nuestras quejas, me decía que también era una crisis de valores, y ahora le doy la razón a mi madre; seguimos sin casa, sin curro, no vamos a tener pensión, pero también es una crisis de valores, de poca tolerancia a la frustración, de haber abandonado la búsqueda de sentido», cuenta.
Cuando se mata a Dios, lo que surge son muchos diosecillos: el diosecillo consumo, el diosecillo gimnasio, el diosecillo de las religiones de sustitución...
Enlazando con las palabras de Maldonado, Ana Iris piensa que «cuando se mata a Dios, lo que surge son muchos diosecillos: el diosecillo consumo, el diosecillo gimnasio, cuando nos obsesionamos, el diosecillo de las religiones de sustitución, como la astrología, el diosecillo redes sociales…».
Nuevamente en su turno de palabra, Maldonado criticó otro de los mantras actuales: «el innovar por innovar, lo que nos lleva a que no podamos parar y descansar, y a que no podamos pensar». El descentre, casi deliberado, que ello provoca resulta palmario gracias a una visión privilegiada que le proporciona su procedencia de una familia de farmacéuticos: cuando su abuelo atendía la farmacia, dispensaba un ansiolítico al mes; ahora su hermano despacha cientos cada día.
Cuando se han intentado eliminar todas las incertidumbres, se ha caído en el gulag o en los campos de exterminio
Según Maldonado, la incertidumbre es algo intrínseco a la vida, «pero hoy en día está alimentada e incentivada por el sistema y el pensamiento económico, para que creamos que es algo bueno, que es algo que motiva la productividad». Advierte, eso sí, del otro extremo: «cuando se han intentado eliminar todas las incertidumbres, se ha caído en el gulag o en los campos de exterminio». Sintetiza: «nuestra generación ha de admitir que el ritmo y el rumbo son equivocados». Sin embargo, se añade una dificultad más, pues «hay un malestar y el problema es que todo se reduce a etiquetas fáciles que niegan el debate y el pararse a pensar», en referencia a las reacciones rápidas que intentan acallar las voces de quienes, desde fuera del sistema, denuncian sus grietas e injusticias. Como remedio, «hay que recuperar ideas y conceptos de comunidad y de familia frente al exceso de individualismo, volver a lo colectivo, porque nos falta sentido colectivo».
La familia no es un mero bote salvavidas
Ana Iris, al rememorar la casa de su padre, dice: «yo no quiero ser adolescente con treinta años». Según ella, todos necesitamos una madre, todos venimos de una madre, no somos individuos aislados, sino que necesitamos una comunidad compartida. Narró su «caída del caballo», que «se produjo al darme cuenta de que yo pensaba que, haciendo cosas como vivir en Malasaña, creía que hacía lo que me daba la gana, pero eso era lo que había que hacer, no lo que yo quería». Admite que, de más joven, veía a sus padres como dogmáticos, aferrados a unos comportamientos y modos de desenvolverse pétreos, y añade que, en realidad, ella misma también era, en otro sentido, dogmática y moralista. La autora de Feria critica la «soberbia de nuestra generación de pensar que estamos fundando la historia, y que podemos abolir todo lo anterior y pensar que los que van a venir después no van a abolir nada de lo nuestro y no van a cuestionar nada nuestro, ni van a pedirnos cuentas».
En su opinión, la izquierda ha cometido el error de intentar derribar la familia, de intentar deconstruirla. Para defender la familia, ella la define como «la primera comunidad de sentido». Ana Iris Simón cree que sí existe una norma general sobre qué es una familia, y que el problema de los conservadores estriba en que sólo se atienen a la familia normativa y «canónica», mientras que el progresismo lo que quiere, básicamente, es atacar esa misma familia normativa y ensalzar las alternativas. Según ella, «la familia es la primera comunidad en que se cumple la lógica marxista del a cada cual según sus necesidades y a cada cual según sus capacidades». De modo que la familia es la dispensadora de «la solidaridad primera». Ana Iris entiende que la recuperación de la familia ha de hacerse porque es buena en sí misma, «no sólo debido al fracaso del Estado, pues la familia no es un mero bote salvavidas».
En consonancia con Maldonado, la escritora piensa que el mito de la flexibilidad genera una falta de asideros que, al mismo tiempo, «te vende que eso precisamente es lo que te va te va a motivar a ser más productivo, cuando en realidad lo que hace es desincentivar a que encuentres sentido; el sistema de nuestra generación nos infantiliza». Además de la falta de esperanza de muchos jóvenes de encontrar casa o formar una familia, puso el ejemplo de un amigo suyo que dice que no dispone ni de dinero para invitar a cenar a una chica o llevarla al cine, de modo que ni siquiera tiene la aspiración de una novia. Así, la ausencia de perspectivas básicas puede conducir al nihilismo. Frente a esta situación, Ana Iris dice que «la muerte y el nacimiento son revelaciones en medio del Matrix en que vivimos, porque vivimos de espaldas a la realidad biológica; por tanto, la muerte y el nacimiento nos reconcilian con la realidad y con la comunidad».
Maldonado, ahondando en los problemas que provoca una economía del cambio constante, asegura que el trabajo genera identidad, y que un oficio y un trabajo estables refuerzan esa identidad, tanto individual como colectiva. Sin embargo, la tendencia actual a cambiar constantemente de trabajo e incluso de profesión acaba provocando una pérdida de referencies personales, de identidad y de comunidades. En consecuencia, «hoy en día todo esto se desmorona». Lo ilustra con el ejemplo de algunos de sus alumnos de máster; llegan a estudiar incluso seis másteres debido a que están instalados en la filosofía del reciclaje continuo, expresión («reciclaje») que, aplicada a un ser humano, le resulta terrible. De modo que nos topamos ante una paradoja: por una parte, «pedir dinero a los padres para la entrada del primer piso cuando ya se tienen cuarenta años»; por otra parte, «amigos que son incapaces de ver una película de dos horas, porque no conciben estar tanto tiempo sin ser productivos, sin hacer algo de trabajo».
Este consultor malagueño —que desea volver a echar raíces en su tierra— coincide con Ana Iris en la apertura a la esperanza, a la salida de este embrollo, que pasa por la transformación profunda que supone la mera paternidad y maternidad. «A mí la idea de trascendencia me la aporta mi hijo; yo no exagero cuando digo que, si a mí me preguntan: `¿En qué circunstancias tú te irías feliz a la muerte?´, respondo que, si a mí me dicen que mi hijo vive si yo muero, me voy feliz», dice Maldonado. Por su parte, Ana Iris Simón, ahora que es madre, observa todo de otro modo, empezando por su propia madre, e incluso la figura de la Virgen María, como hace poco comprendió en una misa para niños. De esta forma, frente a los anhelos o sueños transhumanistas de alcanzar «la muerte de la muerte», y frente a unos conocimientos científicos cada vez más sólidos, sigue surgiendo «el misterio como esperanza», la capacidad de sorpresa, según opina García Maldonado. A lo que Ana Iris añade que, frente al desencantamiento del mundo y su extrema racionalización, la esperanza consiste en regresar a lo sagrado, en volver a encontrarle sentido y encanto al mundo, a través de Dios o de la familia.