Edith Stein: tres veces condenada, tres veces santa
Repasamos la vida de esta carmelita descalza, copatrona de Europa, 130 años después de su nacimiento. Fue colaboradora directa del afamado filósofo Edmund Husserl y asesinada en Auschwitz
Dios, según la conocida sentencia deuteronomista, se hizo maldición en la Cruz. Su hijo Jesucristo, fuente de toda bendición, se hizo maldito colgando del madero y con ello revirtió las leyes insondables e inamovibles de la ananké, del fatum, del destino o como quiera llamarse a aquella fuerza implacable que el Dios cristiano vino a sustituir. Esta fuerza, a la que los mismos dioses estaban sometidos, ya no tiene poder. Los límites entre la bendición y la maldición, entre la salvación y la condena, han quedado trastocados para siempre.
Edith Stein fue condenada tres veces en una misma sentencia de muerte. Por profeta, por judía y por cristiana.
Vamos con lo de profeta. Su arrojo le llevó a pedir una audiencia al Papa que no le fue concedida. Su profecía ha quedado inmortalizada en una carta de palabras apremiantes: «No solamente los judíos, sino miles de auténticos católicos en Alemania, y creo que en el mundo entero, esperan y confían en que la Iglesia de Cristo levante la voz para poner término a este abuso del nombre de Cristo». Cuando fueron a buscarla al monasterio, desapercibidos de su origen judío, para que votara a rastras en las elecciones que dieron el poder definitivo al Führer, Edith acudió a su llamamiento respondiendo con palabras lapidarias: «Si tanto interés tienen los señores por mi NO, entonces lo daré con mucho gusto».
A Edith se la habían llevado camino a Auschwitz, donde se juntarían en ella maldición y bendición, martirio y glorificación
Que fuera procesada por judía es una obviedad. Lo que ella no sabía era que Teresa de Jesús, la gran santa española, era, en realidad, casi tan judía como lo fue ella. Por eso, tomando por virtud principal la «determinada determinación» de su madre y fundadora, mueve ficha y se entrega sin titubeos al destino maldito de su pueblo. Su pertenencia a Israel le venía, quién lo duda ahora, por parte de dos madres: su madre biológica, que a los judíos da la pertenencia al pueblo, y su madre fundadora, de la que hereda un judaísmo carismático. Sobre la mesa de su escritorio había dejado, antes de que la sacaran de allí con su hermana, los escritos de una obra que se editaría con el título: La ciencia de la cruz.
Por último, santa Teresa Benedicta de la Cruz, que así se llamó de monja, fue condenada por cristiana. Y el lector se preguntará ahora cómo y de qué manera la Iglesia canonizó como mártir de la fe cristiana a alguien que murió por ser judía. La respuesta está en que los obispos alemanes habían publicado una carta cantándole las cuarenta al Führer. Las amenazas, que conocían bien antes de predicar la circular desde los púlpitos, eran deportar a los cristianos convertidos del judaísmo. Y las cumplieron. A una semana del valiente acto eclesial ya a Edith se la habían llevado camino a Auschwitz, donde se juntarían en ella maldición y bendición, martirio y glorificación.
Al final, a su triple condenación le sucedió una triple condecoración eclesial: el reconocimiento de su martirio, su canonización y su patronazgo sobre Europa.
¿Es posible orar después de Auschwitz? O, formulemos mejor, por esta vez, esta repetida pregunta: ¿Es posible orar después de la Cruz? El cristianismo es la religión fundada por uno que se hizo sujeto de maldición, y asumiéndola, se convirtió en puerta de bendición para una humanidad herida por el sinsentido y la muerte. El cristianismo da comienzo, verdaderamente, con el fracaso infinito de la Cruz. Y, desde entonces, no hay fracaso tan sordo y marmóreo que pueda arrogarse el derecho a la última palabra. Todas las esperanzas del cristianismo y sus santos estriban en esto: que la muerte no tuvo la última palabra sobre Jesús.