Cadenas y terror: la historia del arzobispo que sufrió la persecución comunista en Rumanía
De 1948 a 1989, la Iglesia greco-católica vivió más de cuatro décadas de persecución por parte del régimen comunista. Ioan Ploscaru estuvo 15 años en la cárcel de Sighet, asistiendo al lado más oscuro de la humanidad. En 'Cadenas y Terror' nos cuenta su vida
«Estuve en la cárcel durante 15 años, de los cuales, cuatro de ellos en aislamiento. Fui liberado en 1964 y desde entonces, fui continuamente vigilado, acechado, perseguido e interrogado; sufriendo confinamientos domiciliarios por espacio de 25 años. Por todos los sufrimientos que he debido soportar, ¡sea alabado Dios por los siglos de los siglos!».
De esta manera arranca el prólogo que el obispo de Lugoj, Rumanía, le dedica al que fuera su colega, Ioan Ploscaru, en la obra Cadenas y Terror, editada por la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). A lo largo de sus 479 páginas, Ploscaru narra, como testigo privilegiado de su tiempo, el clima de tensión que asoló Rumanía con el asentamiento del régimen comunista. Persecuciones, detenciones, desapariciones y los malabares que la Iglesia rumana tuvo que hacer, operando desde la clandestinidad. Historias, en definitiva, de un pastor que narró la esperanza y libertad que se filtra entre los barrotes de aquellos perseguidos por su fe.
Recogemos algunos pasajes de los capítulos más destacados.
Tensión general
Ploscaru nos sitúa en los años de la II Guerra Mundial y el hostigamiento que llegó nada más desembarcar las hordas comunistas.
«Los órganos de la Securitate comenzaron a intimidar a los sacerdotes, no por motivos religiosos sino políticos, especialmente a aquellos que habían hecho política de partido.(...). Algunos, que tenían relaciones y conocimientos en la Securitate, me hablaban de diversas conversaciones, de las cuales se podía colegir que se acercaba la persecución para nuestra Iglesia. (...). Conociendo ya el trato al que queda sometida la religión en la URSS, también los ortodoxos, no nos quedaba más que prepararnos con tenacidad para el martirio».
«Los sacrificios que tantas personas habían aceptado en aquel periodo, como las vigilias de oración, dormir sobre una superficie dura, el cilicio, vigilias hasta el agotamiento durante la noche, etc., no tenían como meta la salvación física, ni tampoco la supervivencia oficial de la Iglesia, sino que eran manifestaciones del abandono total, a Dios y a la Virgen Madre, en la vida y en la muerte. En las homilías, utilizaba esta imagen: `¡Si Dios quiere que la nave se hunda, al menos que se hunda con la bandera bien alta!».
Comienza el terror
«El sacerdote Vasile Berinde, de Bucova, padre de tres chicos –cabe recordar que el rito greco-católico admite que los sacerdotes tomen esposa, aunque no pueden llegar a la dignidad episcopal–, septuagenario, había rechazado todas las propuestas y resistido a todas las amenazas. Le aplicaron, desde el punto de vista psicológico, el suplicio que ya había vivido Brâncoveanu: `¡Tus hijos van a ser despedidos del trabajo!´. `Yo no abandono mi fe´, era la respuesta del sacerdote. Después de unos pocos días llegó a a casa su hijo, ingeniero en Hunedoara, despedido. El hijo menor, alumno en un liceo de Lugoj, fue exmatriculado...».
Después de este acontecimiento, comenzaron a sucederse las jubilaciones forzosas de sacerdotes y obispos, el cierre de templos y, por último, las detenciones indiscriminadas, como el arresto del obispo Ioan Bâlan, al que el Papa Francisco en 2019 elevó junto a otros seis obispos a la categoría de beatos.
Sighet, prisión de exterminio
«Los transportes de los detenidos se hacían de noche, en furgonetas, sin que se supiera el destino. Aislados completamente del mundo, sin saber cuánto duraría el suplicio. Al principio, cada movimiento, cada ruido hecho por una puerta que se abría bruscamente hacía temblar incluso la fibra más pequeña del cuerpo hambriento y angustiado del preso. Pero con el paso de los años nos acostumbramos; tal vez se hubiese producido un embrutecimiento de la mente, nos era indiferente la vida o la muerte. ¡La única arma de defensa contra la destrucción de lo humano era la oración!».
Estos pequeños y escasos mensajeros de la naturaleza –insectos, una nube, un gorrión, un rayo de sol entre los barrotes– alimentaban la fe y el amor a Dios
«La mayoría de los presos de Sighet tenían más de sesenta años y estaban muy enfermos. Pero el médico pasaba por delante de ellos sin manifestar el más mínimo interés, sin decir siquiera una palabra de aliento. El doctor Lungu estuvo allí cinco años. En 1956 se comprobaron los diplomas de los médicos y se descubrió que este era un impostor: había robado los documentos de un médico muerto en Crimea. (...). En los cinco años que estuvo en Sighet no facilitó a nadie un solo cuidado. Muchos enfermos morían aislados de los compañeros sin un vaso de agua siquiera. Se podía oír sus gemidos durante noches enteras. Entre grandes dolores pedían: `¡Agua, agua, agua...dame un vaso de agua!´. (...). De vez en cuando pronunciaban un diminutivo, tal vez la llamada a un hijo o una hija: les llamaban para pedir agua. Tal vez deliraba, la voz se hacía cada vez más floja...luego silencio...».
Amigos en la soledad
«La madre naturaleza es el más vasto libro puesto por Dios en manos de cualquiera de nosotros. Se podía leer con los ojos de la mente sobre las leyes, la ciencia, la literatura y el arte. Aunque aquí –Ploscaru estuvo 14 años sin poder tocar un libro– no se me abriesen en todas sus páginas, todavía se podía penetrar admirando una nube, un insecto, un gorrión, un rayo de sol que entraba por los barrotes de la ventana. (...). Estos pequeños y escasos mensajeros nos despertaban la atención ahora de un modo distinto a cuando estábamos en libertad. Ponían en marcha el espíritu de investigación y además alimentaban la fe y el amor a Dios».
Ioan Ploscaru terminó su obra el 30 de noviembre de 1985, recogiendo en Cadenas y Terror todos los avatares de sus años de encarcelamiento y persecución. Elocuentes son sus últimas palabras: «Mirando atrás a los largos años de terror, sufrimiento y tormento, todo me parece un sueño lejano...¡Sin embargo, fue una cruel realidad que ofrecí con alegría, en cada momento, por la libertad de la Iglesia y por la conversión de mi país!» .