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¿Conocemos nuestra fe?

Hay muchos caminos con los que intentar acercar a Dios a aquellos que no lo conocen y , lo que suele ser común a todos ellos, es que en algún momento tenemos que ofrecer una 'justificación' de la existencia de Dios

El otro día, en casa, mantuve el siguiente diálogo con mi hijo de siete años:

–Mamá, ¿Dios puede perdonar al demonio?

–Para poder perdonar hace falta que el otro pida perdón, hijo.

–¿Y el demonio no puede pedir perdón?

–No, por una cosa que te explicaré cuando seas un poco mayor, tiene que ver con vivir en el tiempo y el espacio.

–Vale, pero ¿y si pudiera pedir perdón? ¿Dios lo perdonaría?

–Eso es algo que no podemos saber.

–Vale.

El chiquillo lo aceptó, y siguió jugando con su hermana. Algunos niños llevan mejor que admitamos no saber sobre algo, en lugar de tratar de distraerlos con malos argumentos. Al menos es lo que he experimentado con el mío, desde que con cuatro años comenzó con preguntas filosófico-teológicas con las que más de una vez me ha puesto en un apuro. Las más puntiagudas y espinosas, querer entender por qué Dios, que lo sabe todo, creó a Adán y Eva, si ya era consciente de que lo iban a traicionar. O cómo se combina la felicidad eterna celestial con la posibilidad de que al santo que la goza se le hayan quedado seres queridos en el infierno.

Soy consciente de que este tipo de interrogantes se los plantea solamente algunos niños de esa edad. Cada niño, cada adolescente, cada joven, cada persona es un mundo. Lo que sí es cierto es que, en general, nuestros hijos se hacen preguntas. Máxime hoy, cuando nuestra fe va en muchas cosas en contra de los parámetros de lo que se considera normal. La pregunta que me surge es: ¿les proporcionamos respuesta a las dudas que puedan surgirles? ¿sabríamos, de hecho, dárselas?

Hay muchos caminos con los que intentar acercar a Dios a aquellos que no lo conocen  y , lo que suele ser común a todos ellos, es que en algún momento tenemos que ofrecer una 'justificación' de la existencia de Dios

Iré más allá. Se nos ha encargado proclamar el Evangelio, la Buena Nueva. ¿Sabríamos hacerlo en el contexto actual? Hay muchos caminos con los que intentar acercar a Dios a aquellos que no lo conocen. Lo que suele ser común a todos ellos es que en algún momento tenemos que ofrecer una 'justificación' de la existencia de Dios y, además, dar motivos razonables con los que demostrar que el Creador es el Dios en el que creemos, y no se queda en el Señor de los Ejércitos, Alá o múltiples energías y buenas vibras panteístas.

Quizá esto último se nos antoje más sencillo, hasta que llega el momento de responder por qué Dios es uno y trino, cómo se conjuga lo de ser pleno Dios y pleno hombre al mismo tiempo, por qué exaltamos tanto a la Virgen María, que no deja de ser mortal. ¿Por qué, de hecho, darle tanta importancia a los santos? ¿Por qué aceptar una jerarquía con un Papa en la cúspide, sobre todo cuando sabemos de las corruptelas que se cuecen, se han cocido y se cocerán dentro del Vaticano? Si Dios nos ama, tiene sentido no andarse con intermediarios. Quizá, en este punto y dadas las circunstancias, los protestantes tengan algo de razón...

Espero no haberles agobiado con todos estos planteamientos. O sí. Espero que se hayan sentido algo inquietos. Un poquito. Uno de los motivos –a mi entender– de la pérdida de presencia del catolicismo en España es justo la comodidad que da el haber sido la religión mayoritaria durante el origen mismo del nacimiento de nuestra nación, tal y como la entendemos ahora. Ser católico devino en algo con lo que se nace, sobre lo que no se piensa demasiado, un rasgo cultural más que religioso. Ahí tenemos las pasiones que levantan las procesiones en Semana Santa, las lágrimas que saltan de los ojos de las falleras cuando hacen entrega de su ramo a la Mare de Deu, o el fenómeno mexicano extraño por el cual hay quien se considera guadalupano, pero no cristiano.

Las circunstancias han cambiado. Desde hace bastante tiempo, por cierto. No quisiera entrar ahora en la polémica sobre qué tienen de católicos los colegios religiosos –al menos si tenemos en cuenta los conocimientos sobre esta fe que tienen los niños que acuden a ellos–, ni tampoco en qué hace la Iglesia católica en España por propagar su fe; con todos los medios que tiene a su alcance. Simplemente quisiera animarles a profundizar en el conocimiento de aquello en lo que creen. Básicamente porque cuanto más se conoce, más se ama. Y viceversa. Cuanto más se ama, más se conoce. Segundo, por el mandato evangélico ya mencionado. Tercero, y si son padres, porque nadamos contra corriente. Se nos ha dicho que la Verdad nos hará libres. Bien. Conozcámosla en toda su plenitud.

Mariona Gumpert

Doctora en filosofía, escritora y articulista. Totus tuus.