Fundado en 1910

Imagen promocional de la serie 'Misa de Medianoche'Netflix

Analizamos el poso trascendental del último éxito de Netflix

Misa de medianoche: un terror católico

Analizamos el carácter rítico, las lecturas escogidas y el desenlace narrativo de 'Misa de medianoche', donde una comunidad católica en una pequeña isla en el Atlántico se debe enfrentar al terror, el misterio y los milagros que se suceden tras la enigmática llegada de su joven pastor, el padre Paul Hill

«Como  dice el salmo sesenta: `Dios: nos has rechazado, nos has destruido. Te has enfurecido, acógenos de nuevo'. ¿Sabéis lo que son los salmos? Son canciones. La palabra 'salmo' viene del griego, psalmoi, 'música'. Canciones de oración, canciones de alabanza. Eso es lo que somos. Eso es lo que debemos ser. Eso es lo que significa tener fe: que en la oscuridad, en los peores momentos, cuando no hay ni luz ni esperanza, ¡cantamos! 'Acógenos', cantamos al cielo. Y Dios lo va a hacer, amigos, lo va a hacer. La misma mano que os puso dificultades, os resarcirá».

Con esa furia alegre, carismática, el padre Hill (encarnado de forma soberbia por Hamish Linklater) inspira los corazones de los fieles durante un miércoles de ceniza. Una pequeña iglesia, lánguida, que va creciendo a base de milagros físicos, prédicas profundas, devoción sincera e himnos bellísimos.

A priori, resulta inaudito encontrar un retrato tan benévolo y preciso del rito católico en un medio de entretenimiento de masas. Misa de medianoche, desde su título, enseña sus banderas; también en sus episodios, que espejan libros bíblicos como el Génesis, los Proverbios o los Hechos de los Apóstoles. Aún más, la trama propone deliberadamente una reflexión sobre la religión, puesto que el enigma narrativo parte de un sacerdote que aterriza en la isla de Crockett para sustituir al antiguo párroco, desaparecido en brumosas circunstancias. La llegada del nuevo cura coincide con un puñado de sucesos inexplicables y el espectador ha de renovar el viejo dilema entre razón y fe, al mismo tiempo que se interroga sobre el origen del mal y la posibilidad del bien para hacerle frente.

Terror, redención y belleza

Durante buena parte de su metraje, esta miniserie de Mike Flannagan, uno de los nombres estrella del terror contemporáneo (La maldición de Hill House, Doctor Sleep), ofrece una historia vibrante, gozosamente adictiva, que mezcla los tropos del terror sobrenatural, las heridas del drama costumbrista y el rompecabezas de un misterio teológico. La atmósfera es pesada, los sustos efectivos. Pero también queda espacio para la redención y la belleza: hay escenas conmovedoras, como cuando una adolescente que había quedado en silla de ruedas se enfrenta a quien le causó el accidente, o potentes diálogos llenos de recovecos sobre la responsabilidad y la culpa en una reunión de alcohólicos anónimos.

Con semejante eclecticismo, la serie atrapa por su originalidad temática, por la autenticidad de un aroma de pueblo de pescadores arrasado por un infortunio que dejó la economía por los suelos y un puñado de personajes bien escritos, donde los conflictos dramáticos y morales no tienen miedo a dialogar con lo divino. A eso hay que añadirle la elegancia de Flanagan para filmar monólogos de manera majestuosa o sacar partido al asombro de los personajes ante lo inexplicable. Es una puesta en escena que, más allá del solvente efectismo de sobresalto e imaginería terrorífica, es capaz de extraer hermosura estética de la duda y temblor emocional del milagro.

A partir de ahora, comienzan los spoilers. Si no has visto todavía Misa de medianoche, es momento de dejar la lectura. 

Uno de los fotogramas de la serie 'Misa de Medianoche'Netflix

Un desastroso final de serie

Sin embargo, el desastroso último episodio arruina muchas de las virtudes de Misa de medianoche. El relato sufre una transubstanciación en toda regla: la trama olvida matices y finura para convertirse en una alocada purga chupasangre de brocha gorda. Bev, la sectaria y ultra Bev, lidera el aquelarre: «Aquellos que han estado viniendo a la iglesia y tomando la comunión, esos no tienen nada que temer hoy», anuncia mientras abre la puerta a los colmillos sedientos. «Y en cuanto al resto... que Dios decida». Gritos, violencia descarnada, explosiones, fuego, ira, sangre, disparos. Evidente: el último libro, en el que están constituidos los nombres de los capítulos de esta miniserie, se titula Apocalipsis.

Esta clausura cruenta convierte a Misa de medianoche en la antítesis de El Exorcista. Si la analizamos desde el final —¿hay otra manera de calibrar una historia serial que desde una conclusión que ata todo lo anteriormente narrado?—, la propuesta de Flanagan levanta una crítica al Catolicismo. Las Bevs son las que ganan la partida, hasta el punto de que hasta el mismísimo sacerdote acaba renunciando al alzacuellos, horrorizado ante el dantesco espectáculo que ha contribuido a crear. ¡Hasta él ha sido ingenuo y ciego! Su buena fe, como en las utopías políticas, ha acabado trayendo al infierno. Por eso los verdaderos héroes son el policía musulmán, la médico que siempre ha presumido de racionalista frente a los crédulos comebiblias de sus vecinos y esa pobre mujer abusada que vio cómo su amor —un ateo que sufre terriblemente por sus errores pasados— se esfumaba para mantener su integridad. Riley Flynn, de hecho, es lo más cercano a una figura crística: él es quien se inmola para salvar al pueblo, mientras que los devotos asistentes a la misa se rebozan en una orgía de hemoglobina y persecución de los infieles.

El padre Paul Hill con Leeza Scarborough en el segundo episodio, 'Salmos'Netflix

El propio creador había anticipado su mensaje con claridad, en un ensayo para la publicación especializada Bloody Disgusting: «Mis sentimientos sobre la religión eran muy complicados. Estaba fascinado, pero enfadado. Al observar varias religiones, me conmovía y asombraba su propensión al perdón y la fe, pero me horrorizaba su exclusión, su tribalismo y su tendencia hacia el fanatismo y el fundamentalismo». Ahí se sintetiza la lectura de fondo que atraviesa Misa de medianoche y que explica el panteísmo que se respira al abrochar la trama. Por eso, el poderoso sermón sobre el arrepentimiento, la dulce versión del Cerca de ti, Señor o el bello sentido de comunidad cuando todos portan el cirio pascual acaba devorado por el odio y una inmisericorde ofuscación.

La metáfora de la eucaristía deslizada hacia el vampirismo o ese ángel que, desde el minuto uno, presenta perfil de grotesco diabloAlberto Nahúm sobre Misa de medianoche

Puede que haya elementos rescatables en el Catolicismo, viene a decir Flanagan, pero siempre quedarán anulados por aquellos que aprovechan la fe para imponer con coacción y celo una visión del mundo. «Con qué facilidad —escribía Flanagan en el citado ensayo— se puede hacer que una religión supuestamente construida sobre el amor engendre odio». El último episodio lo conjuga de una ‘o’ a otra. Misa de medianoche había ido sembrando las pistas de su escéptico mensaje final: la metáfora de la eucaristía deslizada hacia el vampirismo o ese ángel que, desde el minuto uno, presenta perfil de grotesco diablo. Los villanos acaban siendo todo un pueblo que ansía febrilmente creer; solo se salvan un puñado de justos, aquellos que, como escribía san Mateo, brillarán como el sol. Los únicos que resisten el amanecer. El resto, ay, el resto no son más que cenizas. Materia inflamable. Deshecho cósmico. Nada.

Así lo avala el discurso con el que Erin Green, tras herir al dragón, clausura el relato antes de morir:

«Yo soy el rayo que salta entre ellos. Soy la energía que dispara las neuronas, y vuelvo. Con solo recordar, vuelvo a casa. Es como una gota de agua que cae en el océano, del que siempre ha formado parte. Todas las cosas... una parte. Todos nosotros... una parte. Tú, yo, mi bebé, mi madre, mi padre, todos los que han sido, las plantas, animales, átomos, todas las estrellas y galaxias. ¡Todo! Hay más galaxias en el universo que granos de arena en una playa. Y eso es a lo que nos referimos cuando decimos 'Dios'. El único: el cosmos y sus sueños infinitos. Somos el cosmos que sueña consigo mismo».

El impulso trascendental es humano, demasiado humano, pero su encarnación religiosa, según Misa de medianoche, será siempre corruptaAlberto Nahúm

El impulso trascendental es humano, demasiado humano, pero su encarnación religiosa, según Misa de medianoche, será siempre corrupta. Tras haber provocado destrucción y caos, la iglesia católica arde y el pueblo de Crocket Island, desolado y cubierto de sangre, despierta hacia el perdón y la redención. Y la comunidad vuelve a unirse para despedirse cantando. Aquel salmo que comentaba el padre Hill resuena de nuevo en el espectador: «Eso es lo que significa tener fe: que en la oscuridad, en los peores momentos, cuando no hay ni luz ni esperanza, ¡cantamos! 'Acógenos', cantamos al cielo».

Acógenos, sí, pero, ¿quién? ¿dónde? 

'Misa de medianoche'Filmaffinity