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Elena Postigo es una de las mejores conocedoras sobre las consecuencias éticas y antropológicas del transhumanismoPaula Argüelles

Entrevista sobre transhumanismo

Elena Postigo: «¿Quién te asegura que siendo perfecto física y genéticamente seas feliz?»

La doctora y experta en bioética explica en qué consiste el transhumanismo, cuáles son sus fundamentos teóricos y filosóficos, qué implicaciones conlleva y qué riesgos trae consigo

La doctora Elena Postigo fue vicerrectora de Investigación en la Universidad San Pablo CEU. En la actualidad es profesora de Antropología y Bioética —área de cuyo instituto es directora— en la Universidad Francisco de Vitoria. Ha pasado por los centros académicos de Oxford, Navarra y Sacro Cuore (Roma y Milán). Es, además, autora de un copioso número de artículos, colaboraciones, intervenciones en jornadas y seminarios. Lleva una década centrada en analizar uno de los fenómenos más novedosos e inquietantes de la actualidad política, empresarial, social y espiritual: el transhumanismo.

–Usted es investigadora en Bioética y su especialidad es el denominado transhumanismo. ¿Qué es el transhumanismo?

–El transhumanismo es una corriente o un paradigma cultural que reúne tanto a personas que vienen del ámbito de las Humanidades como del ámbito de la ciencia y tecnología. Tiene un único objetivo, que consiste en alterar la naturaleza humana, mejorarla y alargarla, a través de la ciencia y la técnica, y con el objetivo de alcanzar lo que los transhumanistas denominan el súper-bienestar —o la súper-felicidad—, la súper-longevidad —vivir cuanto más, mejor— y la súper-inteligencia. Pretenden potenciar las capacidades físicas y cognitivas de la naturaleza humana, para llevarla a otro nivel, para trascenderla y llegar a lo que ellos llaman el posthumano. Los transhumanistas describen dos etapas; primero la etapa transhumana, que consiste en la alteración del ser humano mediante la ciencia y la técnica; y en una segunda etapa llegaríamos al posthumano, o sea, dejar atrás la especie humana e ir hacia otro tipo de especie u otra entidad no viva… 

–¿Cuál es la diferencia entre implantar un marcapasos, una prótesis casi perfecta —por ejemplo, para reemplazar un miembro amputado— o un dispositivo coclear, y, por otra parte, el transhumanismo?

–Son dos cosas distintas; una cosa son las intervenciones tecnológicas y médicas con una finalidad terapéutica —con la finalidad de restablecer la funcionalidad de un órgano dañado—, y otra cosa es potenciar capacidades —que o están dañadas o que están bien— para ampliarlas y potenciarlas. Pongo un ejemplo: el transhumanismo se sirve, para alcanzar este fin, de una serie de instrumentos de carácter tecnológico —como nanoimplantes, pero también genoterapia—, para potenciar capacidades, o incluso se sirve también de substancias, como la ingesta de pastillas para reducir la agresividad o para potenciar la afectividad. Se sirve de la síntesis cibernética y orgánica para potenciar capacidades humanas. 

En las próximas décadas se va a difuminar esta distinción entre lo terapéutico y lo que es mejora de capacidades

Habla de criogenización… Es decir, plantea un gran número de intervenciones en distintos niveles físicos y psíquicos, con una finalidad no terapéutica, no para solucionar un problema, un órgano dañado, sino para ampliar esas capacidades. Lo que plantea el transhumanismo, en las próximas décadas y siglos, es que cada vez se va a difuminar más esa diferencia entre el tratamiento de una discapacidad de un órgano dañado y un potenciamiento de otra capacidad. Se va a difuminar porque parte de las terapias van a llevar incorporada la posibilidad de potenciar. Es decir; yo soy miope y puedo solucionarlo con un implante en el ojo, pero al mismo tiempo ese implante a lo mejor incorpora la capacidad de ver en la oscuridad. En las próximas décadas se va a difuminar esta distinción entre lo terapéutico y lo que es mejora de capacidades.

–¿El transhumanismo es más una técnica o una ideología?

–Creo que el transhumanismo es ambas cosas; se sirve de la ciencia y la técnica para alcanzar unos fines, y unos fines que, a mi modo de ver, son ideológicos. De hecho, sobre esto se ha discutido mucho. Dentro de los autores que investigamos sobre el transhumanismo hay quienes lo ven como un movimiento cultural; otros, como es mi caso, lo consideramos una ideología. Otros lo consideran como una religión secular neognóstica, lo cual es muy interesante, y otros como una filosofía. El transhumanismo, aunque tenga detrás una filosofía que no sea explícita, no es una filosofía; yo diría que es más bien una ideología, un conjunto de ideas con una finalidad muy concreta: la de mejorar la especie humana y el autotrascenderse de la especie humana, la autopoiesis. Es decir, ir hacia otra especie, hacia otro tipo de entidad que haya superado lo que ellos consideran «chatarra biológica», porque creen que estamos mal hechos, que somos una máquina imperfecta, y que tenemos que perfeccionar esa máquina y llevarla a otro nivel.

Los transhumanistas ponen el foco, sobre todo, en que somos una máquina biológica imperfecta que hemos de mejorar

–¿Eso es lo que usted llama «bioideología»?

–Lo denomino bioideología, porque, así como las ideologías que nacen en el siglo pasado tenían una finalidad muy concreta —por lo general, política—, podríamos decir que el transhumanismo, en tanto que bioideología, es un conjunto de ideas que toman una parte de lo humano y con esa parte intentan explicar todo lo humano. Esta parte de lo humano, como se deduce de lo que ya he dicho, es la faceta biológica. Los transhumanistas ponen el foco, sobre todo, en que somos una máquina biológica imperfecta que hemos de mejorar. La hemos de mejorar, de potenciar, mediante la ciencia y la técnica. E incluso, al final, lo que haremos será superar esa parte biológica, por considerarla limitada, vulnerable. Como sucede en otras ideologías —el veganismo, el ecologismo radical, el animalismo, el especismo—, podríamos decir que se trata de la exaltación de esa parte de lo humano; y, por tanto, a mi modo de ver como filósofa, el transhumanismo olvida una dimensión muy importante del ser humano, que es la dimensión espiritual. El transhumanismo es materialista, mecanicista, reduccionista.

Paula Argüelles

–¿Alguna relación entre el transhumanismo y el superhombre de Nietzsche? ¿El mito de Ícaro —los hombres somos limitados y no podemos volar, ni acercarnos a los dioses— se ha desvanecido, gracias a la ciencia?

–Sin lugar a dudas, hay ciertas semejanzas. El transhumanismo se plantea como meta el posthumano, un posthumano perfecto, que viva más, que sea más feliz, e incluso que viva indefinidamente y no sufra. De hecho, los transhumanistas quieren eliminar la condición de ser sufriente, el dolor, la enfermedad, la muerte… todo lo que limita el cuerpo humano. En ese sentido, la idea de superhombre de Nietzsche, de alguna manera, tiene cierto paralelismo con el transhumanismo. Diríamos que la diferencia está en los medios: el transhumanismo se quiere valer de la ciencia y la técnica para alcanzar ese posthumano, que sería el superhombre que ha abandonado la corporeidad. También hay otra semejanza, en cuanto que el transhumanismo es, por lo general, materialista y ateo. Aunque no todo el transhumanismo; aquí sucede algo interesante y quiero recalcarlo: hay una corriente que se llaman transhumanistas cristianos y que todo esto lo quieren plantear con trascendencia. Eso sí; no son católicos, son evangélicos. Ellos incluyen a Dios en la ecuación. Plantean que el ser humano se proyecte mediante una evolución guiada por sí mismo para alcanzar el fin último, que es llegar a Dios.

–Usted acaba de decir que una pretensión del transhumanismo es acabar con el dolor, pero ¿no es bueno poder acabar con el dolor?

–Sí, efectivamente, el transhumanismo comparte, en cierta medida, los fines de la medicina tradicional y, sí, es algo bueno eliminar el dolor. El dolor no es bueno, aunque desde una perspectiva cristiana se le pueda dar un sentido. El dolor y el sufrimiento no son algo bueno, sino un mal, son la ausencia de un bien que es la salud. Por tanto, y en este sentido, coincide con los fines de la medicina tradicional. Ahora bien, la diferencia consiste en que los transhumanistas quieren eliminar el dolor mediante la anulación de la dimensión corporal; una cosa es restablecer la funcionalidad de un órgano, eliminar el dolor y el sufrimiento que padece un órgano —que es algo bueno, deseable, y que es lo que siempre ha hecho la medicina— y otra cosa es eliminar el soporte físico, orgánico que padece ese dolor. Visto, así la medicina y el transhumanismo son dos cosas distintas.

–Dice Fabrice Hadjadj que el transhumanismo pretende convertirnos en inmortales o en seres que no padezcan dolor, o estén desgajados de su cuerpo. Según él, la clave estriba en si queremos o no seguir siendo plenamente humanos… e incluso tan humanos como Cristo encarnado, Cristo doliente.

–Hadjadj ha introducido en la variable el componente vertical, la trascendencia, y eso lo cambia todo. El deseo de superar los límites corpóreos y físicos es algo que el ser humano lleva consigo desde que es humano. El deseo de inmortalidad, de vivir siempre, lo tiene el ser humano porque posee un alma, una dimensión espiritual. El problema de los transhumanistas es que todo esto lo entienden en una clave materialista. Por tanto, cuando hablan de inmortalidad, no hablan en clave de trascendencia, de superar lo humano mediante la visión de Dios o la visión beatífica, sino que, para ellos, esto se alcanza mediante la ciencia y la técnica, viviendo indefinidamente. Hablan de un «inmortalismo» terrenal, mediante el alargamiento de telómeros, la criogenización y el trasvase del contenido sináptico a un soporte no biológico tras la muerte. Es muy interesante cómo —velis nolis— a los transhumanistas les sale por los poros esa ansia de inmortalidad, aunque no acepten la existencia de una dimensión espiritual.

–Muchos de los que se oponen al transhumanismo dicen que es una ideología que está contra la carne, contra la pura dimensión física del ser humano. Incluso se dice que existe una relación conceptual o filosófica entre transhumanismo e ideología de género. ¿Es cierto?

–Estoy completamente de acuerdo con los autores que sostienen esa tesis; es algo que han manifestado muchos autores. Hay vasos comunicantes, pues el transhumanismo y la ideología de género son manifestaciones o fenómenos del mismo sustrato antropológico. Yo diría que comparten la misma fundamentación antropológica e incluso, si me apuras, metafísica, o de ausencia de metafísica. ¿Y cuál es? La desaparición de la noción de naturaleza humana, es decir; en el momento en que desaparece la naturaleza humana como algo dado, como algo dado por un creador —desde la perspectiva cristiana—, y esta se convierte en autoconstrucción —ya sea en términos de autoconstrucción de género, ya sea en términos de autoconstrucción mediante la ciencia y la técnica para llegar al posthumano—, estamos ante lo mismo, ante una naturaleza fluida que no es algo dado, que es fluctuante y cambiante. Por tanto, estaríamos hablando de lo mismo; hay vasos comunicantes.

–¿Está el transhumanismo en contra del concepto de Dios? ¿El transhumanismo pretende que el ser humano ocupe el lugar de Dios, en tanto que legislador y creador de la naturaleza humana?

–En parte, podría decirse que es así, aunque no explícitamente. Yo diría más bien que la razón por la cual el transhumanismo prescinde de Dios se debe a que estamos en una corriente que es evolucionista en su sentido más materialista. Y aquí quiero distinguir entre evolución y evolucionismo; una cosa es la evolución humana tal como se ha producido, y otra cosa es el evolucionismo. Es decir, reducir toda la evolución a términos estrictamente físicos y químicos. En ese sentido, el transhumanismo, que es heredero de esa tradición —se piensa que quien acuña la expresión «transhumanismo» es Julian Huxley, hermano de Aldous Huxley, y cuyo abuelo era amigo de Darwin—, crece en esta corriente de evolucionismo que prescinde de Dios, y, por tanto, prescinde de finalidad, prescinde de trascendencia; el ser humano es el único que guía su propia evolución.

–¿Desde Julian Huxley tendríamos transhumanismo?

–Sobre lo que acabo de señalar, quiero añadir una apreciación. En realidad, la primera referencia a esta palabra la encontramos en Dante, cuando dice en la Divina Comedia que la visión beatífica de Beatriz la «transhumana», transforma. Y se sabe que esta palabra «transhumanar» la emplea también Teilhard de Chardin, muy amigo de Julian Huxley. Por tanto, es muy probable que esa palabra la coja Huxley de la tradición cristiana de Chardin, jesuita, quien a su vez la coge de Dante. Es muy interesante, porque supone un vaciamiento de un concepto que existe en la tradición cristiana, para entenderlo en términos estrictamente materialistas.

El transhumanismo es eugenésico y habla de la posibilidad de crear una especie mejorada y de un mundo donde convivamos humanos, transhumanos, posthumanos, como sucede en el Mundo feliz de Aldous Huxley

–Hablando de Huxley, de Aldous Huxley, y teniendo en cuenta que usted está muy en el día a día de estas tendencias, ¿nos hallamos ahora cerca de cumplir el vaticinio de Aldous Huxley en Un mundo feliz? Nos referimos a un mundo caracterizado por el resquebrajamiento de los vínculos familiares y cada vez mayor normalización de la separación entre sexo y procreación, sexo y matrimonio, sexo y alteridad sexual, sexo biológico y autopercepción «de género».

–Yo diría que estamos en camino hacia ese Mundo feliz. Diría más; el transhumanismo plantea el camino que se ha de transitar para llegar allá. Hay muchas semejanzas, y está claro que el humus cultural de Aldous Huxley es el mismo que el de su hermano y el de esas teorías eugenésicas. Cuando habla del soma, por ejemplo; los transhumanistas hablan de la ingesta de pastillas que mejoren el carácter y la afectividad; esa es una semejanza. Otra; el transhumanismo es eugenésico y habla de la posibilidad de crear una especie mejorada y de un mundo donde convivamos humanos, transhumanos, posthumanos, como sucede en el Mundo feliz de Aldous Huxley. A día de hoy todavía no estamos en ese mundo, pero desde la posmodernidad se ha acelerado este proceso de disolución de las diferencias entre el ser humano y las plantas y los animales. Cada vez estamos en un mundo con mayor igualitarismo ontológico, donde desaparecen las diferencias naturales. Espero no vivir para ver ese Mundo feliz y confío en que logremos mantener la cordura en las próximas décadas y siglos. Sin embargo, el proceso se está acelerando mediante la ciencia y la técnica, que se están cruzando con nanotecnología, genética o inteligencia artificial para alcanzar esos fines.

Postigo: «el transhumanismo se sirve de la ciencia para alcanzar unos fines ideológicos»P. Argüelles

–¿Y se trata de una corriente homogénea?

–Es importante saber que el transhumanismo admite grados; desde los más radicales —los que hablan de la criogenización y del trasvase del contenido sináptico— hasta unos transhumanistas moderados que sólo se centran en la mejora de la especie. ¡Ojo!, estamos refiriéndonos a autores que trabajan en la Universidad de Oxford, no en universidades de segundo rango; estamos hablando de élites. También hay algunos otros que son muy moderados. Dentro de esta corriente hay muchos matices.

–¿Hay intelectuales, empresarios o políticos que apoyan o impulsan el transhumanismo?

–Sí, porque, como hemos dicho, el transhumanismo como movimiento cultural impregna todos los ámbitos de la sociedad, incluida la política y la empresa. Hay un partido transhumanista en Estados Unidos que no ha tenido mucho éxito. Por tanto, existe como movimiento político en cuanto tal. Por otro lado, en el mundo empresarial sí que tiene mucha fuerza. Porque toda esta tecnología y toda esta ciencia ¿quién la va a sacar adelante? Grandes corporaciones: desde Silicon Valley y pequeñas startups hasta Google. En Google trabaja Raymond Kurzweil, que es uno de los grandes defensores de la denominada inteligencia fuerte y la singularidad tecnológica. Todas estas empresas están impulsando los objetivos del transhumanismo, por lo general no explícitamente, sino de forma velada. Quieren alcanzar sus mismos fines. Todo esto mueve muchísimo dinero.

–Precisamente, uno de los argumentos de quienes se oponen al transhumanismo es que aumentará la diferencia entre ricos y pobres, entre esos empresarios de que usted habla y el resto de la población. A fin de cuentas, Huxley columbraba una sociedad tecnificada muy estamental, e incluso con seres humanos de diferentes calidades genéticas, cada cual apto para una tarea. ¿Qué otros riesgos y qué implicaciones morales se pueden derivar?

–Muchas. En realidad, la razón por la que yo me puse a investigar el transhumanismo es esto mismo, los problemas bioéticos que detecto. El transhumanismo, que en un principio pretende alcanzar unos fines buenos, como acabar con el dolor y el sufrimiento, quiere alcanzar esos fines mediante unos procedimientos que son de cuestionable y dudosa ética. Entre estos procedimientos, y tal como yo lo entiendo, está el que, desde el punto de vista bioético, es el más grave: la eugenesia prenatal, seleccionar embriones y fetos enfermos, para que nazcan sólo los sanos. No olvidemos que el transhumanismo desde sus orígenes es eugenésico; se une a la tradición eugenésica de los años 20 y 30. Esto, como usted dice, crearía una sociedad en que las diferencias sociales se acentuarían, porque sólo podrían acceder a estas técnicas los que dispongan de más recursos. Esta ha sido la gran crítica que han hecho no sólo autores con una perspectiva más clásica y metafísica, como es mi caso, sino autores como Habermas, agnóstico, que critica el transhumanismo o la eugenesia liberal porque generaría profundas desigualdades entre élites, que podrían contar con la ciencia y la técnica aplicada a sí mismos, y aquellos que no tendrían acceso a esas técnicas. Esto podría suceder y conllevar el aumento de las desigualdades y el desprecio hacia la discapacidad.

Yo no deseo ser transhumana, porque la clave no radica en vivir más y mejor, sino qué sentido tiene la existencia

–En un relato de Borges, incluido en El Aleph, aparece el hastío de la inmortalidad cismundana, no trascendente. ¿Sería el mismo tipo de inmortalidad que pretende el transhumanismo?

–Ya hemos dicho que, desde el punto de vista filosófico, hay que considerar el transhumanismo como una antropología materialista. Es una corriente ideológica caracterizada por la ausencia de metafísica y de teología, la negación del espíritu y de la dimensión espiritual y trascendente. En ese sentido, hay similitudes con lo que plantea Borges en ese relato, porque no estamos hablando de una inmortalidad ultraterrena, sino de una pervivencia terrena en condiciones mejores. Yo no deseo ser transhumana, porque la clave no radica en vivir más y mejor, sino qué sentido tiene la existencia humana. Y el transhumanismo adolece de falta de sentido, y esta es mi principal objeción: ¿Quién te asegura que siendo perfecto física y genéticamente, con todo lo que tú quieras incorporar a tu cuerpo, serás feliz? La felicidad humana no estriba en la perfección física, porque la naturaleza humana es mucho más, un enigma y un misterio insondable.

Elena PostigoPaula Argüelles